La primera imagen que recuerdo de D. Santiago
Ramón y Cajal es
aquella en la que aparece, ya mayor, sentado junto a un microscopio,
con sus gafas en la mano y el gesto sereno, mirándome fijamente desde
aquel antiguo libro de Ciencias Naturales de mis primeros años de
estudiante. La fotografía, uno de sus más conocidos autorretratos,
ilustraba un texto por el que supe que Cajal había sido el primer
científico español al que se la había concedido el máximo galardón que
se le puede conceder a un investigador, el premio Nobel. El que la
relación de científicos españoles galardonados fuese tan exigua, sólo
él y Severo Ochoa, a quién se le concedió más de cincuenta años
después, ya me hizo comprender la importancia de Cajal para la ciencia
española. Sería algún tiempo después, ya en el instituto, cuando sabría
que se le había concedido el Nobel por haber descubierto la teoría
neuronal, por haber demostrado que el sistema nervioso está constituido
por un tipo especial de células, las neuronas, íntimamente relacionadas
entre sí, pero separadas unas de otras; la teoría reticularista, que
proponía que las células del sistema nervioso presentaban continuidad
entre ellas y formaban algo semejante a una compleja red, vigente hasta
entonces, había sido desechada.
Ya
en la facultad, en las clases introductorias de la asignatura de
Citología e Histología, Cajal culminaba la lista de investigadores que
habían contribuido a establecer el concepto celular tal y como lo
conocemos. La relación comenzaba con los nombres de Hooke, Grew y
Leeuwenhoek, los primeros microscopistas, a los que debemos las
primeras descripciones de la célula; continuaba con Brown y Purkinje, a
quienes respectivamente debemos el descubrimiento del núcleo y del
protoplama celular. Seguían Schleiden y Schwann, padres de la teoría
celular, que establecía que todos los seres vivos se componen de una o
más células nucleadas y que la célula es la unidad funcional de los
seres vivos. De Virchow se mencionaba su descubrimiento de que las
células proceden de otras preexistentes y su famoso aforismo: omnia
cellula e cellula.
El último de estos insignes histólogos era Cajal, quien hacía extensiva
la teoría celular al sistema nervioso al demostrar la individualidad de
la neurona. El resto de los descubrimientos de Cajal, los iría
conociendo a lo largo de diferentes asignaturas de la licenciatura,
principalmente en la Histología o en la Fisiología Animal.
Años más tarde conocería otra faceta de D.
Santiago, la del pedagogo
preocupado por mejorar la educación científica de nuestro país. Me
refiero concretamente a su obra Reglas para la investigación
científica. Los Tónicos de la voluntad
a la que brevemente nos referíamos en la editorial del número 7 de esta
revista dedicada en parte a la Neurobiología. Las Reglas son una
versión corregida y aumentada del discurso de ingreso de Cajal como
miembro numerario de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y
Naturales de Madrid en el que se ofrecen una serie de propuestas para
mejorar la cultura científica de nuestro país a todos los sectores
responsables de ello. Destacamos algunos aspectos de esta obra.
En los primeros capítulos D. Santiago, autodidacta
en su formación,
crítica la admiración excesiva a los grandes talentos como factor que
puede reducir la producción científica de los noveles y destaca la
necesidad de que los maestros expliquen verdaderamente el proceso
científico. En sus propias palabras: Que gran tónico sería
para el
novel observador el que su maestro en vez de asombrarlo y desalentarlo
con la sublimidad de las grandes empresas acabadas le expusiera la
génesis de cada invención científica, la serie de errores y titubeos
que le precedieron, constitutivos, desde el punto de vista humano de la
verdadera explicación de cada descubrimiento.
Cajal se adelanta a su tiempo y critica la falsa
distinción entre
ciencia teórica y ciencia práctica, con la alabanza que habitualmente
se hacía la segunda en detrimento de la primera: Cultivemos
la
ciencia por sí misma, sin considerar por el momento las aplicaciones.
Estas llegan siempre, a veces tardan unos años, a veces siglos.
Don
Santiago reivindica una cierta rebeldía ante la ciencia, necesaria para
la creación científica. Los grandes científicos han mantenido
independencia en sus criterios y sido recelosos y escudriñadores ante
la obra de sus predecesores y maestros. En su obra dice: De
los
dóciles y los humildes pueden salir los santos, pocas veces los sabios,
y más adelante La admiración extremada achica la personalidad y ofusca
el entendimiento, que llega a tomar la hipótesis por demostraciones, la
sombra por claridad.
Cajal defiende la sólida formación de los
científicos en ramas
directa o indirectamente relacionadas con el objeto de su estudio,
conocimiento que considera necesario para interpretar adecuadamente el
hecho científico, aunque también advierte contra el enciclopedismo: El
saber no ocupa lugar pero si tiempo.
En las Reglas, Santiago Ramón
y Cajal también destaca la necesidad del investigador como maestro: Dejar
prole espiritual, además de dar alto valor a la vida del sabio,
constituye utilidad social y labor civilizadora indiscutible, de las
cuales están señaladamente necesitados los países como España, de
producción científica miserable y discontinua. Más adelante expone: De
aquí la necesidad, harto olvidada, de que el profesor sugiera al alumno
de continuo, no tanto con la palabra como con el ejemplo, la idea de
goce soberano, de la satisfacción suprema que produce arrancar secretos
a lo desconocido y vincular el propio nombre a una idea originaria y
útil.
Destaca también Cajal en sus Reglas las obligación
del Estado de
promover la cultura con una política científica adecuada que, entre
otros objetivos, eleve el nivel intelectual de la población,
proporcione a las clases más humildes la ocasión de acceder a una
instrucción suficiente, transforme la Universidad en un órgano de
producción científica, industrial y filosófica, y favorezca las
estancias para formación en el extranjero, temas todos ellos hoy
evidentes, pero en los que Ramón y Cajal también se adelantaba a su
tiempo en la España de entonces.
Mi
último encuentro con Cajal tenido ocasión en el proceso de preparación
de este número de la revista en el marco de la conmemoración del primer
centenario de la relatividad. La Consejería de Educación de la Junta de
Andalucía instaba a los centros educativos escolares a conmemorar esa
efeméride durante los cursos 2004-2005 y 2005-2006. Dedicamos el curso
pasado un monográfico de nuestra revista a la figura científica de
Albert Einstein y sus teorías y ofrecíamos una visión actual del físico
desde muy distintas perspectivas de nuestra sociedad. Para el curso
actual planificamos, tomando como pretexto la visita que Einstein
realizó a nuestro país, analizar ésta y el ambiente científico de la
España de entonces. Y de nuevo nos encontramos con Cajal. D. Santiago,
como presidente de la Junta para la Ampliación de Estudios, remitió una
invitación a Einstein para que visitara España, a la que acompañarían
las de Esteban Terradas y Julio Rey Pastor. Ya en 1923, cuando Einstein
visitó nuestro país, no pudo asistir, como miembro numerario de la Real
Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Matemáticas que era, al acto de
nombramiento del físico alemán como académico corresponsal extranjero
ya que se encontraba enfermo. Sin embargo, Albert Einstein no quiso
desaprovechar la oportunidad de conocer personalmente a Cajal, a quien
decía admirar desde hacía más de veinte años, y lo visitó personalmente
en su casa al día siguiente de la ceremonia mencionada. En su diario
Einstein escribiría sucintamente al respecto: Visita a Cajal,
maravilloso viejo (wunderbarer alter Kopf).
Pero además de la relación entre ambos
científicos, cualquier
aproximación a la ciencia española de finales del siglo XIX y
principios del XX pasa necesariamente por Santiago Ramón y Cajal, y
prueba de ello son las diversas referencias a él que aparecen en las
colaboraciones precedentes de esta revista o algunas informaciones no
publicadas, como los comentarios personales que sobre la estrecha
relación de Cajal y Olóriz, el insigne antropólogo granadino, nos ha
hecho el profesor Miguel Botella, prestigioso antropólogo forense y
gran conocedor de la obra de Olóriz. Todo ello hizo que aumentase
nuestro interés por Cajal y consideramos necesario que, con motivo del
centenario de la concesión del que fue el primer premio Nobel de
Medicina y Fisiología español, D. Santiago tuviese un espacio en
nuestra revista. Y dentro del proceso de documentación necesario para
la elaboración de nuestra revista hemos conocido nuevas facetas del
genio aragonés gracias al artículo de su nieto, S. Ramón y Cajal
Junquera, que aparece en el catálogo de la exposición Santiago
Ramón y Cajal (1852-2003) Ciencia y Arte, facetas que pasamos
a comentar a continuación.
En el terreno científico, junto a las ya reseñadas
contribuciones a
las neurociencias, hay que mencionar los trabajos pioneros de Cajal en
el campo de la medicina del dolor con sus estudios sobre la aplicación
de la hipnosis al parto sin dolor. En el terreno de la inmunización,
Cajal preparó una vacuna obtenida a partir de bacterias muertas por el
calor.
Cajal también innovó en la fotografía, y como no
podía ser de otro
modo, sus estudios científicos se beneficiaron de estas mejoras. D.
Santiago descubrió la fotografía en 1868, siendo estudiante de
bachillerato en Huesca, al apreciar como unos fotógrafos ambulantes
revelaban sus placas fotográficas. Posteriormente llegaría a fabricar
sus propios negativos y a conseguir emulsiones ultrarrápidas que le
permitían reducir de tres minutos a tres segundos el tiempo necesario
de exposición que entonces necesitaban los fotógrafos profesionales.
Trabajó la fotografía estereoscópica y la aplicó a sus estudios
histológicos; con ello consiguió, a partir de imágenes planas,
representaciones tridimensionales que le permitieron comprender mejor
las relaciones entre las células nerviosas y sus prolongaciones. Fue
también precursor del microfilm al conseguir un autorretrato suyo de un
milímetro de longitud sobre un portaobjetos; era necesario utilizar el
microscopio para observar la imagen. Sus conocimientos sobre la retina
de los vertebrados le ayudaron a desarrollar emulsiones con tramas de
puntos verdes, azules y rojos con las que consiguió fotografías en
color. En 1912 publicó un libro titulado La fotografía de los
colores. Bases científicas y reglas prácticas,
en el que recogía los procedimientos conocidos hasta entonces para la
obtención de fotografías en color. Por sus aportaciones a la fotografía
fue nombrado Presidente Honorario de la Real Sociedad Fotográfica de
Madrid.
Mucho más conocida que su dedicación a la
fotografía es la vocación
artística de Cajal. Desde muy joven descubrió una vocación artística
que perduraría a lo largo de toda su vida tanto en su faceta
investigadora como en la personal. En las Reglas,
diría al respecto: Algo
de esa feliz conjunción de atributos debe poseer el investigador,
temperamento artístico que le lleve a contemplar el número, la belleza
y la armonía de las cosas. Sus experiencias de juventud con
los
colores le ayudarían a desarrollar nuevas técnicas y colorantes para
sus estudios histológicos. De su obra gráfica destacan sus dibujos
científicos, de los que reconocía haber realizado unos 12.000, y que
constituyeron en elemento fundamental en sus publicaciones; éstos
permiten una lectura tanto artística como científica, y como hemos
mencionado fueron el núcleo fundamental de la exposición de cuyo
catálogo extraemos esta información. Según sus contemporáneos, D.
Santiago dibujaba directamente a partir de la observación, no utilizaba
la cámara clara, instrumento que superpone la imagen del microscopio
sobre un papel y facilita el dibujo de las estructuras histológicas.
Cajal también destacó por su producción literaria.
Ésta alcanzó la
calidad suficiente como para que fuese nombrado académico de la Real
Academia de la Lengua Española, aunque no llegaría a tomar posesión de
su sillón, entre otras cosas, por su rechazo a que la Academia no
aceptase como miembro a Emilia Pardo Bazán.
D. Santiago también cultivó lo que hoy llamamos
ciencia ficción y lo
hizo, como en otros muchos aspectos, adelantándose a su tiempo. En uno
de sus Cuentos de Vacaciones, el protagonista tiene
rayos X en
los ojos; argumento de la película rodada en los años sesenta del
pasado siglo que llevaba por título El hombre con rayos X en
los ojos.
En otra narración cuenta como un marido celoso impregnaba con un virus
mortal papeles y sellos para hacer enfermar a los amantes de su mujer,
argumento que aunque con ciertas variaciones, aparecería en El
nombre de la Rosa
de Uumberto Eco. Se refiere también Cajal en su autobiografía a un
manuscrito en el que unos médicos se hacían diminutos y viajaban por
los vasos sanguíneos al cerebro de un científico para curarle. Esta
misma idea es conocida por ser el argumento de novela de Isaac Asimov Viaje
alucinante,
llevada al cine en varias ocasiones. Sorprendentemente, Don Santiago se
había adelantado en más de cincuenta años a los modernos escritores de
ficción científica.
Finalizo aquí esta crónica personal de mi relación
con la figura y
la ciencia de Cajal. Como uno de los responsables de esta publicación
he de reconocer que D. Santiago merece mucho más de lo que nuestra
modestia nos permite ofrecer en estas páginas. Reconocemos que hemos
llegado a la conmemoración del centenario de la concesión del Nobel
cuando ya teníamos programado el contenido de nuestra revista, quizá
porque a diferencia de otras, esta conmemoración no esté teniendo el
debido eco en nuestra sociedad. Probablemente la causa haya que
encontrarla en la reciente celebración del sesquicentenario de su
nacimiento hace ahora cuatro años, de la que sí hemos sabido de algunos
eventos, como la exposición en la Casa Encendida de Madrid, a cuyo
catálogo hemos hecho referencia, el número monográfico dedicado a Cajal
de la Revista Española de Patología o algunas
páginas de
Internet publicadas al respecto. No obstante hemos querido de alguna
manera hacernos eco de la efeméride y aunque de una manera mínima para
lo que la ocasión merece, contribuir a través de estas líneas a
recordar al científico español más importante de todos los tiempos y a
nuestro primer premio Nobel. Desde aquí queremos expresar nuestro más
sincero agradecimiento a los Herederos de Ramón y Cajal, y
especialmente a Dª María Angeles Ramón y Cajal Junquera, quienes nos
han permitido homenajear a D. Santiago desde la portada de nuestra
revista al permitirnos reproducir las imágenes que en ella figuran. Por
último, expresar nuestro más profundo reconocimiento al doctor D.
Miguel Freire del Instituto Cajal del C.S.I.C, quién además de
colaborar con un artículo en nuestra revista, nos ha dado la
posibilidad de haber conocido más y mejor las facetas científica y
humana de D. Santiago Ramón y Cajal.
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