La gravedad es una fuerza de atracción universal a
la que están sometidos todos los objetos con masa. Según la teoría de
Newton, aparece siempre que haya dos masas, y actúa instantáneamente.
Esto implica una clara contradicción con la teoría de la relatividad
especial, que establece que nada puede superar a la velocidad de la
luz. Esta paradoja indujo a Einstein a desarrollar un modelo de la
gravedad compatible con los postulados de la relatividad especial.
La idea clave se le ocurrió un dia mientras
trabajaba en la Oficina de Patentes. Fue lo que llamó la idea más feliz
de su vida: el principio de equivalencia. Hay algún ejemplo de la vida
cotidiana que nos acerca a éste. Quizá alguna vez hayamos subido a una
de esas atracciones que durante unos segundos descienden en caída
libre; si no tenemos referencias externas, creeríamos flotar y nuestras
sensaciones serían las mismas que si estuviésemos en la ingravidez del
espacio. Así, estamos acostumbrados a ver a los astronautas flotar en
el transbordador espacial cuando se mueve con velocidad uniforme; pero
si la nave acelerase a razón 9.8 m/s2, g,
los pasajeros notarían su peso al igual que si estuviesen sobre la
superficie de la Tierra. De todo lo anterior se deduce que la gravedad
y la aceleración son una misma cosa; la masa inercial, la que se mueve,
y la gravitatoria, la que es atraída por la gravedad, son equivalentes.
Tras arduas investigaciones y complejos
desarrollos matemáticos, Einstein llegó a la conclusión de que la
atracción gravitatoria se debe a la curvatura que sobre el
espacio-tiempo ocasiona una gran masa. Imaginemos que entre varias
personas sujetamos una sabana muy tensa y que en su centro colocamos
una esfera pesada. Del mismo modo que la bola forma un embudo y deforma
la estructura bidimensional de la sabana, así grandes masas deformarían
la estructura tridimensional del espacio. Al igual que si dejamos rodar
una bola en torno al agujero central orbitaría alrededor de él, la
Tierra gira en torno al Sol recorriendo el espacio deformado por la
gran masa de nuestra estrella; al no haber rozamiento, no se precipita
hacia el Sol. El tiempo transcurriría más lentamente cuanto más
próximos estuviésemos a la masa central.
La teoría de la relatividad general, propuesta en
1915, se comprobó experimentalmente en un eclipse en 1919. Este fue el
acontecimiento que definitivamente catapultó a Einstein a la fama
internacional.
El eclipse de 1919 por María Sara Cano Cano
Ya
en 1911, Einstein había propuesto que los rayos de luz procedentes de
estrellas lejanas podían desviar su trayectoria al pasar cerca de
objetos masivos. El 29 de mayo de 1919 se iba a producir un eclipse
total de una duración inusitada que permitiría comprobar esta
predicción. Arthur Eddington organizó dos expediciones científicas, una
a Sobral y otra a la isla de Principe para estudiar el fenómeno. La
noche previa se fotografió la zona del cielo en la que se iba a
producir el eclipse; al día siguiente, y tras ciertas vicisitudes
atmosféricas, se consiguieron algunas fotos. Comparando ambas se pudo
comprobar cómo algunas estrellas habían cambiado levemente su posición
cuando el Sol se situaba en sus proximidades. El desplazamiento había
sido únicamente de unos dos segundos de arco, pero esa era justamente
la cifra que había predicho Albert Einstein.
El eclipse de 1919 cambió la visión del
universo que los seres
humanos habían tenido desde Newton. El universo dejó de ser una vasta
maquinaria de relojería en la que el tiempo y el espacio eran absolutos
e inmutables. La curvatura del espacio propuesta por Einstein era la
responsable de guiar a los astros a lo largo de sus órbitas.
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