El pobre Julio Verne tuvo que mandar a sus
personajes a la Luna a cañonazos. En su De la Tierra a la Luna,
publicada en 1865, imaginaba que sus personajes viajaban dentro de un
proyectil disparado por un gigantesco cañón, aprovechando las leyes
físicas postuladas por Newton, con lo que podían rodear la Luna y
regresar (no había posibilidad de alunizar, ya que en nuestro satélite
no tendrían un cañón que les permitiese el viaje de regreso). A estas
alturas ya se sabía que las estrellas estaban a distancias inmensas y
que sólo podíamos soñar con visitar algún día los astros de nuestro
entorno.
Se suele señalar a este autor, del que se celebra
en el presente año
el centenario de su muerte, como uno de los abuelos de un género
literario típico del siglo XX, la ciencia ficción. Para que este género
pudiera nacer tal como lo conocemos hoy, fue necesario que la imagen
del universo y las leyes que lo rigen cambiasen. Verne creó
apasionantes novelas de aventuras, algunas especialmente fantásticas
como Viaje al centro de la Tierra, algunas de ellas
fueron
predicciones visionarias, como las que anticipaban el submarino, el
avión o el señalado viaje a la Luna, pero no podía ir más lejos.
Toda ficción está sometida a unas reglas internas:
un vampiro, por
ejemplo, en los relatos de terror, es un ser muy poderoso. Puede volar,
transformarse en animales y es relativamente inmortal, pero es
vulnerable a la luz del sol y no soporta el ajo. Para poder viajar a
distancias inimaginables, habitar mundos que se hallan en otras
galaxias y contactar con sus seres nativos, o viajar en el tiempo; era
necesario que se diera la posibilidad, real o no, de que las leyes
físicas fueran diferentes de las que había fijado Isaac Newton. El
universo derivado de la relatividad o el derivado de la física cuántica
de Planck, que presentaron Einstein y otros, permitía el desarrollo de
estas ficciones. El universo tecnológico de Newton permite una mecánica
en la que es posible el submarino, el avión y el cohete, como adelantó
Verne; pero no permite las naves interestelares o los viajes en el
tiempo, como permitía imaginar el universo relativista y la mecánica
cuántica, incluso violando sus postulados. Curiosamente, la nueva
Física crea el marco para que se desarrolle este género y le dé
terminología científica (o pseudocientífica), sin embargo, uno de los
puntos de partida básicos de la ciencia ficción, poder viajar en el
tiempo o en el espacio al traspasar la velocidad de la luz, va en
contra de uno de los postulados fundamentales (nada puede ir más rápido
que la luz).
Si
el tiempo no es un valor absoluto, si la gravedad es una expresión de
un espacio-tiempo curvo, podemos empezar a imaginar otro tipo de viajes
en el espacio y, por supuesto, en el tiempo. La teoría científica tiene
los límites de la experiencia empírica, el escritor, no. El escritor de
ciencia ficción aprovechó los presupuestos y problemas de las teorías
relativista y cuántica para su provecho: imaginar viajes interestelares
a velocidades hiperlumínicas o cercanas a la de la luz, saltando a un
teórico hiperespacio, aprovechando los agujeros
negros o de gusano como atajos de una autopista universal, o bien
viajar al futuro y al pasado.
A principios del siglo XX el ser humano ha llegado
a los polos, ha
explorado las más escondidas selvas y comienza a elevarse en los cielos
y hundirse en las profundidades marítimas. ¿Dónde imaginar mundos
exóticos y maravillosos, si no queda, aparentemente, rincón del mundo
que descubrir? Podemos ir a cualquier galaxia, sol o planeta del
Universo o viajar en el tiempo en cualquier dirección. Al menos con la
imaginación. Sólo es necesario inventar una tecnología fantástica que
lo permita. Esta nueva frontera es el punto de partida de este género.
Si
Verne es un abuelo newtoniano, el padre einsteniano del género fue
Herbert George Wells (H. G. Wells, para los amigos y en las
enciclopedias). Con La máquina del tiempo introdujo
muchas de
las claves del género (viajes temporales, contacto con otras razas,
futuro utópico o apocalíptico para la raza humana, ecologismo, etc.).
Resulta llamativo que esta novela se publicara en 1895, diez años antes
del punto de partida del nuevo paradigma físico. Aunque la descripción
de la máquina que hace Wells sea todavía heredera de un mundo
positivista de máquinas de vapor y experimentos con la electricidad y
el magnetismo, algo estaba cambiando y su viaje en el tiempo permite a
este autor hablar de los anhelos y miedos de la Humanidad del
incipiente siglo XX, con el enfrentamiento entre eloi y morlocks.
El viajero de la novela de Wells viaja al futuro,
pero también cabe
la posibilidad de viajar al pasado o quedar atrapado en un perenne
presente. Cronopaisajes es un libro en el que se
recogen
algunos de los mejores cuentos que se han escrito sobre todas estas
posibilidades. Encontramos cuentos como “Todos vosotros, zombies…” de
Heinlein en el que un hombre, gracias a diversos saltos en el tiempo
es, a la vez, su propio padre y madre, entre otras cosas… Y es que uno
de los más sugerentes temas de estos viajes es la llamada “paradoja de
la abuela”: yo podría viajar al pasado y matar a mi abuela, antes de
que conociese a mi abuelo, con lo que yo no podría haber nacido. O la
posibilidad de ir al pasado y cambiar, o no poder hacerlo, la Historia
de la Humanidad, como en “Los hombres que asesinaron a Mahoma” de
Alfred Bester. Hasta el punto de ser necesaria la creación de una
policía que vigile las interferencias en la Historia en novelas como Guardianes
del tiempo de Paul Anderson. En una de las partes de los Diarios
de estrellas
de Stanislaw Lem se cuenta con mucho humor las tribulaciones de su
protagonista que, por culpa de un desafortunado accidente en su nave,
se pasa toda una semana encontrándose y discutiendo con su propio yo
del martes, del miércoles, etc.
Otro tipo de juegos con el tiempo son las llamadas
ucronías. ¿Cómo
sería el mundo si la Historia hubiese sido diferente? Por ejemplo, en El
hombre en el castillo
de Philip K. Dick se parte del presupuesto de que la II Guerra Mundial
la ganaron las potencias del Eje, Alemania y Japón. Este tipo de libros
crean universos alternativos y paralelos al nuestro que sirven para
analizar la realidad humana desde otros puntos de vista.
Algunos escritores intentan ser más científicos:
no podemos
desplazarnos en el tiempo, pero sí existen unas partículas que pueden
hacerlo: los taquiones. Por lo tanto, con una tecnología que permita su
control podemos comunicarnos con el pasado o el futuro. Así en Cronopaisaje
de Gregory Benford, donde desde el futuro se avisa por este medio de
comunicación a un joven universitario del desastre ecológico que
conduce a la extinción. En esta novela se tantea la posibilidad de multiversos
alternativos que solucionen la paradoja antes señalada. En algunas
novelas este teléfono
interestelar tiene un nombre: ansible, creado por Ursula K. Le Guin y
usado por otros autores, como en los muy célebres libros de la saga de
Ender de Orson Scott Card (El juego de Ender, La
voz de los muertos, etc.).
El espacio tampoco es problema: un salto, por
medio de distintas
técnicas, pero todas relacionadas con la velocidad de la luz, a un
supuesto hiperespacio y uno puede desplazarse todos los parsecs que
quiera y llegar al desértico planeta Arrakis de Dune
de Frank Herbert, o a los alucinantes escenarios de Mundo
anillo de Larry Niven, o mundos donde la frontera entre lo
masculino y lo femenino no existe como en La mano izquierda
de la oscuridad
de Ursula K. Le Guin, o viajar de cabo a rabo por toda la galaxia como
en el ciclo de las Fundaciones de Isaac Asimov, asistiendo a la
decadencia de un imperio que ha colonizado toda la galaxia y el intento
de solución de una Edad Media galáctica por parte de los creadores de
una nueva ciencia, la psicohistoria, mitad ciencia
social, mitad matemáticas.
Y, por supuesto, encontrar otras formas de vida
inteligente y
plantear el problema del encuentro con el otro, con el diferente, que
puede ser amistoso u hostil. En la ultraconservadora novela Tropas
del espacio
de Heinlein, la Humanidad lucha a muerte por su supervivencia contra
unos alienígenas enemigos. En otro libro, que se enfrenta
descaradamente al anterior, La guerra interminable
de Joe
Haldeman, después de guerrear con unos alienígenas descubren que pueden
convivir sin ningún problema (Por cierto, el protagonista sufre los
efectos de la relatividad al envejecer lentamente, debido a sus saltos
espaciales, mientras mueren todos sus familiares y amigos). En la
ciencia ficción los extraterrestes son de lo más variado, a veces
incluso pura energía.
No
podemos olvidarnos de otro de los grandes elementos de la ciencia
ficción: la inteligencia artificial, derivada de toda esta moderna
tecnología. Su forma más clásica es el robot, al que el citado Asimov,
en Yo, robot y otras obras, dotó incluso de leyes.
Pero puede
manifestarse de muchas formas (el ansible antes mencionado llega tomar
conciencia de sí y se convierte en un personaje en las novelas del
ciclo de Ender). El tema del robot plantea qué es la conciencia humana
en una época que se cuestiona el concepto alma. No hay que olvidar que
uno de los antecedentes que se suele señalar de este género es Frankestein
de Mary Shelley.
Bien es verdad que hay obras de este género,
algunas notables, que
no necesitan grandes adelantos técnicos, clásicos como las poéticas Crónicas
marcianas
de Bradbury; o novelas que se centran en las espantosas consecuencias
de un apocalipsis nuclear (producto directo de los avances científicos
señalados) o en las totalitarias utopías de 1984 de
George Orwell o de Un mundo feliz de Aldous Huxley.
Aunque hoy tenga cultivadores de todas las
culturas, la ciencia
ficción surgió en el mundo anglosajón y, especialmente, en
Norteamérica, país con una fe ciega en el desarrollo científico y
tecnológico, teniendo su época dorada en los años 40 y 50 del siglo
pasado y con gran vitalidad desde entonces. Los relatos y novelas de
este género surgieron fundamentalmente ligados a revistas
especializadas populares. Junto a la literatura ha tenido otros
soportes fundamentales como el cine y el cómic. Normalmente, se ha
considerado como un género de subliteratura o
literatura de
entretenimiento de masas. Algún autor las ha comparado con los libros
de caballerías con las que, supuestamente, acabó Cervantes en El
Quijote. En realidad, el siglo XX creó un género fantástico
heredero de estas caballerías, sobre todo a raíz de la publicación de El
Señor de los Anillos
de Tolkien. Sin embargo, quizás un Cervantes de hoy disfrazaría de
astronauta a su Alonso Quijano, enloquecido por la lectura de novelas
de ciencia ficción.
Muchos creen que la ciencia ficción es sólo un
género menor en el
que se hacen apuestas sobre cómo puede ser el futuro de la Humanidad,
igualmente que con el género de la novela histórica sólo se quiere
retratar lo más fielmente posible, una época pasada. No obstante, esto
es simplificar demasiado. En el fondo, todo autor habla sobre su
presente. La ciencia ficción sólo es un instrumento para describir el
mundo, para hablar de los deseos y temores de una sociedad en un
tiempo. Una técnica literaria que permite el extrañamiento, o sea,
vernos a nosotros mismos con nuevos ojos.
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