La visita que realizó Albert Einstein a España
–Barcelona, Madrid y
Zaragoza- en febrero y marzo de 1923 hay que entenderla en el marco del
importante esfuerzo realizado, durante el primer tercio del siglo XX,
desde distintas instituciones del estado por impulsar la renovación
académica y científica, por modernizar la enseñanza –hacerla laica y
científica- en todos sus niveles, y por internacionalizar el país. La
importante repercusión mediática que a todos los niveles tuvo esta
visita, no deja de asombrarnos incluso desde una perspectiva actual.
Tuvo un amplio reconocimiento entre el mundo científico y académico
pero también llegó a públicos más amplios. Si lo primero puede ser
previsible, conociendo la situación de la ciencia española del momento,
lo segundo ya lo es menos y quizá la explicación haya que buscarla en
las características y facultades del propio visitante. Einstein era
consciente del reto al que se enfrentaba: a la dificultad de
transmisión se unía también la dificultad de comprensión de sus
innovadores planteamientos. Sus nuevas teorías planteaban una nueva
forma de mirar y entender el mundo; su reto era llegar a todos los
ámbitos de la sociedad. Diseñó para ello un “formato estándar” que
utilizó en sus distintos viajes: combinó conferencias para públicos
“iniciados” poseedores en principio de una buena formación matemática
(ingenieros, físicos y matemáticos), con otras para públicos más
amplios, con una clara voluntad de divulgación.
Resulta curioso cómo esta doble vía de transmisión
del conocimiento
se trasladó a la prensa de la época. Junto a crónicas, casi siempre
firmadas por matemáticos reconocidos que buscaban hacer un registro del
acontecimiento que estuviera a la altura de las circunstancias —con
resultados en algunos casos bastante crípticos—, hay toda una serie de
viñetas, caricaturas, chistes, con frecuencia diaria durante los días
que permaneció Einstein en Madrid y prácticamente en todos los
periódicos, lo que hace pensar en otro nivel de comunicación y de
transmisión de conocimiento, y sobre todo en una voluntad de
vulgarización. La oportunidad era única, y así se entendió desde
ámbitos muy distintos: periódicos de Madrid como La Voz,
El Heraldo de Madrid, El Debate,
ABC y El Sol, o la
editorial Espasa Calpe que aprovechó el momento para anunciarse el 2 de
marzo en El Sol
recomendando la lectura de libros por ellos publicados, útiles para
mejorar la comprensión de las ideas del genial físico, son un buen
ejemplo de ello. La riqueza de esta documentación permite conocer el
clima favorable que entonces se creó de aceptación de los nuevos
saberes, pero sin ocultar la perplejidad que al tiempo generaban.
Este fenómeno de aceptar e incorporar los saberes
como tales aunque
no lleguen a ser realmente entendidos es algo que, pese a no ser
exclusivo del siglo xx, sí lo caracteriza. Ocurre no sólo en el ámbito
de la ciencia; lo mismo se puede decir de las vanguardias artísticas.
Einstein fue sin duda un hombre de vanguardia que introdujo un cambio
revolucionario en la concepción y organización de la ciencia, y también
en la forma de transmitirla. Quizá esto también ayudara a la
construcción del mito.
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