Einstein, como Kepler, Galileo y Newton, marca una
nueva época en la historia de la Ciencia.
Bien quisiera yo, atendiendo al ruego del ilustre
Director del
HERALDO, dar una idea clara de la teoría de Einstein sobre la
concepción del Universo, pero tropiezo con una grave dificultad: la
imposibilidad de emplear en un artículo periodístico el lenguaje
matemático necesario para la exposición clara y precisa de la doctrina
relativista. Una fórmula matemática es un condensador de ideas que el
lenguaje corriente no puede expresar.
Toda la teoría einsteniana parte del principio
fundamental de que el
espacio en el que nos movemos y el tiempo en el cual vivimos no son,
como lo suponían Aristóteles y Newton, cosas “fijas” o “inmutables”,
sino que por el contrario, son “relativas” y variables de un observador
a otro.
Los físicos anteriores a Einstein, guiados por el
principio de la
existencia del movimiento absoluto, creyeron que existía una substancia
“absolutamente inmóvil” que llamaron “éter”, respecto de la cual todos
los movimientos serían absolutos.
Varios experimentadores (Michelson, Fizeau,
etc...), se dedicaron,
por procedimientos que no es del caso detallar a demostrar la
existencia del éter inmóvil. El resultado de éstas experiencias fue
absolutamente negativo y desde entonces hubo que desechar la hipótesis
del éter inmóvil, y por ende la del movimiento absoluto, con lo que la
Mecánica de Newton se veía atacada en sus propios cimientos.
Por otra parte, la teoría electrónica de Lorentz
estaba también en
muchos puntos en contradicción con la teoría de Newton. Einstein ha
tenido el mérito y a él solo le cabe la gloria, de haber conciliado
estas teorías fundando su teoría de la relatividad, no “destruyendo”,
entiéndase bien, la mecánica de Newton, sino considerándola como un
caso particular de la teoría de la relatividad, aplicada tan sólo al
caso de que los cuerpos estén animados de velocidades pequeñas,
inferiores a 36.000 kilómetros por segundo; (en la naturaleza hay
cuerpos, los electrones, animados de velocidades que alcanzan hasta
200.000 kilómetros por segundo).
La experiencia pues, y contra los hechos
experimentales no caben
argumentos, rechaza la existencia del movimiento absoluto y por lo
tanto no puede admitirse el espacio absoluto y el tiempo tal como lo
admitía Newton.
Si
el espacio es relativo, dependiendo del estado de reposo o de
movimiento del observador, es evidente que las dimensiones de un cuerpo
no serán las mismas para todos los observadores. El cálculo demuestra
que un cuerpo se “acorta” en el sentido del movimiento, de modo que si
una regla tiene un metro de longitud cuando se halla en reposo (con
relación al observador), tendrá menos de un metro cuando dicha regla se
mueva en el sentido de su longitud, siempre que el observador “no se
mueva con ella”. Así por ejemplo, supongamos que se mide la plaza de la
Constitución entre el café Gambrinus y el hotel Europa y que se
encuentra como resultado de la medida el número 200 metros. Si en esa
misma dirección volase un aeroplano y un observador, colocado en el
aeroplano se entretuviese en hacer la misma medida, no encontraría el
número 200 metros, sino un número menor y tanto más pequeño cuanto
mayor fuese la velocidad del aeroplano; de tal modo que si el aeroplano
volase con la velocidad de la luz (300.000 kilómetros) la plaza de la
Constitución se reduciría a una recta (para el observador colocado en
el aeroplano) cuya longitud sería la distancia que media entre el café
Royalty y el comienzo del Paseo.
Otro tanto podemos decir del tiempo. Newton
admitía la
“simultaneidad” de dos fenómenos. Einstein niega esa simultaneidad, de
tal modo que dos hechos que se producen al “mismo tiempo”, es decir,
son simultáneos para un observador pueden no serlo para otro. No puede
darse al tiempo un valor absoluto, sino relativo, dependiendo del
estado de movimiento del observador.
Consecuencia: el tiempo marcado por un reloj,
dependerá del estado
de movimiento del reloj respecto al observador. El cálculo demuestra
que un reloj “se atrasa” cuando se pone en movimiento, siempre que el
observador que mira el reloj no participe de su movimiento. En la
conferencia del lunes demostró el doctor Einstein con un ejemplo
sencillo que el atraso de los relojes es un fenómeno del todo natural.
Supongamos un reloj formado por dos espejos y en el que la unidad de
tiempo está definido por el tiempo que tarda un rayo luminoso en ir
perpendicularmente de uno a otro espejo.
Si el reloj constituido por los dos espejos se
pone en movimiento,
el tiempo que tardará la luz en ir de un espejo a otro, será mayor,
pues tiene que recorrer una oblicua en vez de una perpendicular entre
los espejos.
Einstein aplicó primero su principio a los
movimientos de traslación
uniforme (relatividad especial o restringida). Pero teniendo en cuenta
que en la naturaleza no existen movimientos de este género, lo aplicó
después a todos los movimientos, ya sean de traslación o rotatorios.
Las consecuencias que en el campo de la Física y
de la Filosofía
natural se deducen del principio de la relatividad de Einstein, son
enormes, pero este artículo se va haciendo ya demasiado largo. Sólo
añadiré que el principio de Einstein ha recibido plena confirmación
experimental en varias de sus consecuencias.
Durante su viaje, entre Colombo y Ader, ha hecho
el doctor Einstein,
basándose en su principio, un nuevo descubrimiento teórico que ha
sometido a la Academia de Ciencias de Berlín: la identidad entre la
gravitación y el electromagnetismo.
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