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Inicio->Número 10 (junio 2007)->Recordando a Paco Montañés

Recordando a Paco Montañés
Antonio Pérez Vela

  Fue abriendo surcos en la tierra árida sonando con la huerta y los frutales que le vieron crecer.

  Amante de sus tostadas con aceite y orgulloso de su familia, tenía pasión por sus hijos y hablaba de sus éxitos como si de los suyos se tratara.

  Trabajo y constancia, descanso y planes sin fin; quizá nunca descansaba, pues su trabajo lo hacía con la cabeza y ésta no paraba nunca.

  Su calculadora tenía borrados los dígitos de tanto usarla, pero a él no le hacía falta sustituirla porque sabía el sitio exacto de cada una de sus teclas.

  Jovial pero listo, tozudo pero amable, analista y tenaz pero soñador y noble, gustaba de apoyarse en la gente. Yo me sentía orgulloso de haber sido en muchos momentos su garrote...

  Buen conversador y pedagogo, le gustaba enseñar lo que sabía, pero su técnica no era agresiva, su letra no tenía que entrar con sangre, sino con razones.

  La investigación requiere paciencia -eso decía- paciencia, “paz y ciencia” envuelta en el humo de sus interminables “ducados”.

  Se adelantaba a su tiempo y no se cansaba de sembrar de chismes raros los puestos de trabajo. Admirador de los ingenios, era consciente de que éstos deben estar al servicio del hombre para su desarrollo y bienestar.

  Durante la puesta en marcha de los muchos artilugios que inventaba, a veces le gastábamos alguna broma para que nos dejase un rato en paz y se iba refunfuñando, pero al cabo de un rato regresaba con sonrisa socarrona, volviendo a la carga entre toses y más humo.

  Cuando ese humo le presentó su factura, comprendí que se marchaba mi maestro.

  Hasta siempre, don Francisco, y que descanse, y si Dios quiere, seguiremos hablando.

Boceto de una máquina estampadora cortadora de Francisco Montañés


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