Lo he contado algunas veces con
anterioridad; la primera vez
que llegué a Alcalá la Real, para comenzar mi nuevo trabajo fue un día
de la Virgen, nuestra patrona.
Estaba prevista mi incorporación a la
factoría, Condepols, al
día siguiente, dieciséis de agosto. No recuerdo la causa pero también
era fiesta en el pueblo, incluso en las instalaciones habían hecho
puente; consecuentemente los procesos productivos estaban parados y
casi la totalidad de la plantilla disfrutando de esos días festivos.
Cuando a primera hora me personé en las
oficinas y al no
encontrar nadie que me informara, accedí al interior de la factoría
buscando algún contacto que me pudiera ampliar información y despejar
así mi natural despiste, encontré un grupo de hombres de mantenimiento
que estaban aprovechando esos días festivos e inactivos productivamente
para trasladar de un lugar a otro una pesada y voluminosa maquina a la
que llamaban laminadora. Tras los interrogatorios preliminares, lógicos
ante la aparición de un extraño, siempre corteses y no exentos de
curiosidad, pregunté quién lideraba el equipo; fue entonces cuando por
primera vez oí su nombre, Paco Montañés. Era él, “Don Francisco, el
ingeniero” quien coordinaba, me dijeron, aquellos trabajos; de un
momento a otro estaba previsto que llegara a la factoría, y así fue.
No tardé mucho, unos minutos tal vez,
en entender por qué
aquel equipo de mecánicos y eléctricos, refiriéndose a don Francisco,
empleaban un tono casi reverencial, mezcla de respeto y admiración, de
confianza, de fe ciega en su dirección; si lo decía don Francisco era
así. Paco tenía, poseía, la mezcla de ingredientes que hacen de un
hombre un gran profesional sin dejar de ser hombre, es decir, humano.
Paco Montañés, aquella mañana de
agosto, después del día
grande de Alcalá, fue el mejor embajador que se puede tener, un honor
para mí; un anfitrión que me envolvió con, ó en, sus características,
las que le hacían especial. En el terreno técnico, comprobé su enorme
dominio, (los años siguientes corroboraría esta certeza). Como
conocedor de los procesos productivos y textiles, recibí uno de los
mejores cursos acelerados a los que he podido asistir, y han sido
bastantes. En el diseño, creatividad e inventiva, disfruté aquel día
con sus explicaciones y enseñanzas, pero de todo, fue su cualidad, su
dimensión humana lo que más significativamente me impactó. No; no fue
fruto ni consecuencia de la amabilidad hacia una persona que llega
nueva; no fue dar una imagen de cortesía como representante de la
organización a la que yo me iba a incorporar. Simplemente fue que Paco
era así, sencillo, inteligente, cariñoso…
El tiempo, los años que compartimos
hasta su jubilación
potenciaron una positiva relación profesional, germinando al mismo
tiempo una fuerte amistad entre nosotros.
Cuando le recuerdo, y son muchas las
ocasiones -Condepols
está repleto de sus creaciones y obras- me siento feliz por haber sido
su compañero. Fue una suerte haber conocido y trabajado con Paco. “Don
Francisco, el ingeniero”.
Hasta siempre amigo mío.
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