Entre los muchos periódicos que surgieron en
nuestra ciudad a finales del XIX y principios del XX destacó La
Voz de Alcalá. En la biblioteca municipal se conserva una
copia de los doce primeros números, desconozco si se editaron más. Se
publicó, con periodicidad semanal, todos los domingos, desde el 30 de
marzo de 1879 al 15 de julio del mismo año. La suscripción trimestral
ascendía a ocho reales para Alcalá la Real y nueve para fuera,
adelantados. La redacción y administración estaba en la calle Braceros,
50.
En su primer número y a modo de editorial aparece
un artículo titulado “Nuestros Propósitos” en el que la redacción
expresa su deseo de dar vida a un periódico que ha de llevar hasta la
aldea más recóndita asuntos relacionados con la moral, la paz de las
familias, la higiene y los intereses públicos y privados. Los fines del
mismo, en consonancia con la época, se expresan al final:
Tendrán
por norte la justicia; por base la verdad; y por escudo, esa luz
imperecedera fundada en las máximas y principios de Nuestra Santa
Religión. Y con estas garantías, y con la fe y la constancia; y con la
cultura y apoyo de todos los habitantes de esta nobilísima Ciudad,
vivirá el periódico para ilustrar a unos, recrear a otros y elevar a
todos a la altura de los pueblos modernos, participando de sus grandes
adelantos y progreso, de la misma forma y manera que las generaciones
pasadas brillaron por su honradez, valor, abnegación y laboriosidad.
Al definirse como un periódico científico,
literario, de intereses locales y noticias, predominan los temas
relacionados con estas secciones. Por su interés para Pasaje
a la Ciencia me voy a detener sólo en el aspecto científico
que no es el que más destaca, ya que predominan los trabajos literarios
y noticias relacionadas con la crónica local. Entre los artículos más
significativos, con los que se inicia cada edición, destacan “Nuestros
pobres”, “El jugador”, “No más silencio” sobre el estado de educación
que por desgracia mantienen las clases pobres, “La buena lectura”, “Lo
que es el tiempo”, “El progreso”, “La escasez de agua”… De interés, las
observaciones meteorológicas, realizadas por Moisés Rodríguez, y los
precios de los artículos de primera necesidad que aparecen en la última
página del periódico, junto a la sección de anuncios.
En el ámbito
científico hay artículos sobre la vacunación y revacunación de la
viruela, la higiene pública y la agricultura. Por su interés, me voy a
centrar en los artículos sobre “La vacunación y revacunación de la
viruela” que aparecen en los números uno y tres y que están firmados
por R.M. Estas siglas se corresponden, sin duda, con el doctor don
Miguel Ruiz Mata[1]
que hace una defensa exhaustiva de la utilización de esta vacuna dando
todo tipo de razones. Se extiende tanto que finalmente el tema de la
revacunación queda sin tratar. Comienza Ruiz Mata en el primer artículo
haciendo un breve apunte histórico en el que nos
dice que la vacuna fue practicada en Asia desde la más remota
antigüedad, circunstancia que fue dada a conocer por viajeros ilustres,
como el doctor Macpherson; siendo esto una prueba palmaria y
evidente de que la culta Europa va muy a la zaga de los pueblos de
Oriente en este y otros asuntos de reconocida importancia.
También hace referencia a Jenner, que fue el primero que la divulgó en
Europa en 1798, aunque con anterioridad fue utilizada por Sulger,
Jesty, Sutton y Fewster. Indica que las consecuencias que produce esta
enfermedad son desastrosas y alude a los efectos que causó en Alcalá la
Real en 1874 y más recientemente en la cercana localidad de Montefrío.
Para acabar con esta enfermedad, el Gobierno y la clase médica han
creado Institutos de vacunación en Madrid, Barcelona y Valencia. Pero
esto, a juicio del doctor Ruiz Mata, no es suficiente, ya que son los
habitantes de las poblaciones quienes, aconsejados por los médicos,
deben preocuparse por su salud.
A continuación, hace un estudio, corto pero muy
didáctico, sobre el origen de la vacuna. Aunque están muy avanzados los
estudios de algunos veterinarios que buscan en los organismos de los
caballos o de los carneros el virus, el doctor Ruiz Mata piensa que en
ese momento todas las miradas han de fijare en los centros de
vacunación donde se custodian las terneras que padecen el cow-pox, que
son las que suministran el virus vacuno que es el que se utiliza en la
vacunación de la viruela.
Seguidamente, aparecen unos consejos que son de
gran interés para las familias alcalaínas, que constituyen un buen
ejemplo de lo que hoy llamamos educación para la salud. La vacunación
debe practicarse preferentemente en primavera y otoño ya que en estas
ocasiones está más que probado el desarrollo favorable de las pústulas
y por tanto es más seguro el resultado. No obstante, debe vacunarse
siempre que se presente una epidemia de viruela, y lo más pronto
posible. A partir de la segunda semana del nacimiento, cualquier edad
es buena para practicar la vacunación no debiendo hacer caso a las
numerosas vulgaridades que sobre éste y otros asuntos andan de boca en
boca. Sí será importante no vacunar a niños con fiebre o que están muy
débiles. Estos casos excepcionales deben dejarse a la
circunspección y rectitud de miras del profesor encargado de practicarla.
Aconseja la vacunación inmediata ya que parece ser que pierde algo de
energía la vacuna, no en el caso de la preservación de la viruela, pero
sí en el de la continuación de sus efectos; así como que se tome de
brazo a brazo. En esta parte de su escrito, el doctor Ruiz Mata vuelve
a aludir a los muchos prejuicios que tiene el vulgo y que entorpecen la
labor médica.
Aquí
entra otra serie de hablillas de vecindad, rancias en demasía, y que ni
los esfuerzos mejor dirigidos por parte del médico, ni aún de la
autoridad, han podido hacer que se desechen, siendo un trabajo ímprobo
que se saque la vacuna, aunque previamente haya sido así pactado con la
madre y llevado a cabo con el mayor desinterés. Es extraña y casi
criminal esta conducta; pero afortunadamente sólo a escasas
inteligencias, faltas de ilustraciones les está reservada.
La extracción del virus debe hacerse del séptimo
al octavo día, cuando más, escogiendo siempre a los niños y entre éstos
a los más robustos y a los que teniendo buenos antecedentes
hereditarios tengan la confianza del médico. En este punto, plantea la
polémica sobre la posibilidad de si tomada la vacuna de un niño con
alguna enfermedad crónica o cualquiera diátesis, la transmite por medio
de la vacuna a los que de él la toman. Según Ruiz Mata, no es de
extrañar la existencia de esta creencia entre el vulgo cuando hay
científicos que así lo han creído. Él está en contra de esta opinión y
alude a los estudios de Taupin que basándose en sus estadísticas
defiende el no contagio de las enfermedades antes referidas,
exceptuando aquéllas que los españoles trajeron de América después de
su conquista. No obstante, insiste en que se han de desechar los niños
enfermos y también los débiles aunque estén sanos. Nuevamente alude a
la poca formación que tiene la población cuando dice que hay que combatir
la idea de que cuantas enfermedades sufre el niño después de vacunado,
otras tantas son debidas al virus profiláctico de la viruela, según el
leal saber y entender de la vecina, persona importante y de altos
conocimientos en todos los ramos del saber humano, y en especial en la
ciencia hipocrática e insiste en que las enfermedades que
suceden a la vacuna no son producidas por ésta, ya que hubiese sido o
no vacunado el niño, las sufriría siempre que hubiese estado expuesto a
las causas que pudieran ocasionarlas.
Este primer artículo sobre la vacunación de la
viruela termina con un mensaje a la población alcalaína, insistiendo en
la necesidad de que cesen el abandono y la incuria existentes para la
vacunación de los niños ya que son muchos los beneficios recibidos y
ojalá se contara con medios para preservar de otras enfermedades
incurables como la tisis, el cáncer, la lepra… También anuncia que
sobre la verdadera zoonosis y sobre la erupción escribirá en un
artículo inmediato. Éste no se hace esperar.
Sólo dos semanas después, el trece de abril, en el
número tres de La Voz de Alcalá, don Miguel Ruiz
Mata escribe sobre los casos en que la vacuna, modificándose, da lugar
a una erupción local, recomendando se observen con detenimiento los
periodos posteriores a la vacunación, a fin de no dejar a las familias
con la duda de si sus hijos están o no preservados para la viruela. Se
pueden dar distintos casos. La no salida de la erupción en algunos
niños indica que éstos presentan una resistencia, más o menos
importante, a la absorción del virus, ya sea porque tienen cierta
predisposición individual, ya sea por las condiciones del propio virus.
Esta circunstancia se podrá averiguar si se ha tenido la precaución de
aplicar el mismo virus en varios niños. Siempre que no haya erupción
vacunal, habrá que repetir la inoculación, sin olvidar que hay algunas
personas con resistencia a contraer la erupción profiláctica de la
viruela. Si la erupción sale antes del tercer día o desaparece
rápidamente indica que no ha sido efectiva la vacunación, ya que falta
el primer periodo, denominado de incubación. Esto se puede deber a la
alteración del virus al conservarlo por largo tiempo, a las
características de la persona que se vacuna, o a ambas circunstancias.
Sobre la rapidez con que desaparece la erupción, indica que en
ocasiones dura hasta cinco, seis y siete días y en otras desaparece
rápidamente. Esta última situación, según Ruiz Mata, es la que nos
describe Bousquet en su notable tratado de la vacuna, es como
una llama que brilla y se extingue en un instante.
También llama la atención sobre la forma y aspecto
de la erupción, especialmente sobre las cicatrices, tan indelebles y
tan conocidas, que confirman que los niños han sido inoculados con
éxito; así como sobre la conducta que ha de seguirse con los niños
vacunados. Tanto recién puesta la vacuna, como después de que haya
salido, aconseja evitar toda presión y rozamiento sobre las partes
afectadas, siendo importante que los niños no desgarren los granos con
las uñas ya que se puede extender la erupción de modo inconveniente.
Desaconseja abrigar demasiado a los niños, práctica habitual, y
recomienda no salir de casa durante el periodo de maduración, así como
evitar las corrientes de aire y los cambios bruscos de temperatura.
Al final y con el objetivo de aclarar las dudas
que, entre las madres, ha suscitado su primer escrito, añade un resumen
de las ideas más importantes de ambos artículos:
- Que la vacunación debe practicarse
preferentemente en primavera y otoño, y SIEMPRE que se presente una
epidemia de viruela.
- Que cualquiera edad es buena a partir
desde la segunda semana del nacimiento.
- Que si el niño padece una enfermedad
febril, o está muy débil, debe esperarse que pasen dichos estados.
- Qué no haya inconveniente, ni reparo
para que se les saque la vacuna en el tiempo oportuno.
- Que no se transmiten por ella las
enfermedades crónicas, ni diatésicas, y sí solamente las virulentas.
- Que las enfermedades que suceden a la
vacuna no son producidas por ésta; y que por lo tanto el niño las
sufrirá siempre, hubiese, o no, sido vacunado, si se habían expuesto a
las causas que las pueden ocasionar.
- Que es un valioso y útil preservativo
para la viruela, y no debe dudarse un momento en aplicarla; pudiendo
calificarse la conducta contraria como criminal.
- Que si no sale la erupción, es preciso
repetirla tres o cuatro veces, dejando un intervalo prudente entre una
y otra vez.
- Que si sale antes del tercer día, debe
desconfiarse de su legitimidad; del mismo modo que si desaparece
rápidamente. Pues sabido es que la vacuna verdadera dura dos setenarios
y al tercero se desprende la costra.
- Que la forma y el aspecto de la falsa
vacuna difieren esencialmente de la verdadera, y
- que la vacuna normal deja
constantemente cicatrices indelebles y características.
Acaba don Miguel Ruiz Mata diciendo que en otra
ocasión escribirá sobre la revacunación. Por razones desconocidas no lo
hizo en los siguientes números. Sí volvemos a encontrarnos con un
artículo suyo en el número ocho (15 de mayo de 1879), que denota su
preocupación por los temas sanitarios y de higiene pública. En este
artículo denominado “La capilla en el hospital” llama la atención de
las autoridades administrativas para que los edificios que hayan de
destinarse al socorro de los pobres enfermos, reúnan las condiciones
establecidas por la higiene como es su construcción en sitios aislados
y fuera de las poblaciones. En el caso de Alcalá la Real denuncia las
condiciones del hospital, situado en la calle Rosario, entre una casa
por la derecha y un ex convento por la izquierda, y más concretamente
la ubicación de la capilla que ocupa el lugar más ventilado de todo el
hospital, recomendando que ésta pase a otro sitio y que en su lugar se
instale una sala de enfermos.
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