La trayectoria compleja y rica de Esteban Terradas
incluye, como es sabido, una gran preocupación y un compromiso firme
con el lenguaje en general y con el lenguaje científico y técnico, en
particular (Roca Rosell, Sánchez Ron, 1990). Terradas era catalán y
conocía muy bien el castellano. Pasó un periodo largo de su niñez y
adolescencia estudiando en Alemania, lo que le hizo incorporar el
alemán como tercera lengua. Además, conocía bien el francés, el inglés,
el italiano e incluso el ruso, según escribió en 1908 en una solicitud
de pensión a la Junta para Ampliación de Estudios. Hay que recordar que
el conocimiento de una lengua no es algo pasivo, que se posee y no hay
que hacer nada más. Al contrario, las lenguas exigen una dedicación
permanente, tanto de lectura como de escritura y comunicación oral. En
la familia Terradas se explica que él y su mujer se hablaban (y se
escribían) en varios idiomas, generalmente en francés, con el objetivo
de ir ejercitándolos. Por otro lado, su biblioteca refleja el interés
por la literatura universal, particularmente la alemana, la francesa y
la inglesa. Igualmente, encontramos clásicos de la literatura española
y catalana y también obras científicas en ruso.
En el inicio de su carrera, Terradas tuvo muy
pronto la oportunidad de jugar un papel protagonista en el desarrollo
académico de un idioma, en particular, del catalán. En efecto: fue
nombrado miembro de la nueva Sección de Ciencias del Institut d’Estudis
Catalans en 1911, el mismo año en el que el Institut creó la Sección
Filológica. Esta última preparó un primer documento en el que se
normalizaba por primera vez el catalán. El Institut en pleno aprobó
estas normas en 1912. A pesar de que inicialmente no se libraron de la
controversia, esas normas consiguieron pronto un consenso muy amplio,
cosa que permitió al catalán incorporarse a las lenguas académicas
modernas. No nos consta ninguna reacción personal de Terradas como
coprotagonista de este proceso, pero la podemos deducir del hecho de
que nunca se separó del Institut, incluso durante el franquismo, cuando
vivía en Madrid y en un ambiente quizás hostil. Es más: su familia
recogió su voluntad expresada en esa época de que su biblioteca
personal fuese a parar a la biblioteca del Institut.
Sobre la personalidad de Terradas, tenemos el
testimonio del escritor y autor teatral Josep M. de Sagarra, que
escribió en sus memorias su impresión sobre Terradas y la sección de
ciencias del Institut (Sagarra, 1954). Traducimos del catalán:
Los
que controlaban[1]
aquella sección eran Eugeni d’Ors y el doctor Terradas. Sobre este
último habíamos convenido que era el hombre más sabio del país; no
dejaba de sonreír, pero, al recitar de tanto en tanto un verso de
Racine, con cierto cabotinage,[2]
que no le iba nada mal.
Sagarra menciona, pues, la doble condición de
Terradas, como científico y como amante de las humanidades. Racine es
uno de los grandes autores clásicos franceses y Sagarra apreció el
hecho de que Terradas lo recitara de memoria con un cierto
distanciamiento irónico.
El interés de Terradas por la literatura y por el
lenguaje se puede adivinar en muchos de sus escritos, donde no faltan
referencias eruditas. En realidad, esta erudición formaba parte de su
personalidad y marcó su trayectoria científica y humana. En una de las
pocas entrevistas periodísticas que Terradas concedió, a raíz de su
gira latinoamericana del verano de 1927 (Roca, 1989), declaró a las Noticias
de Arequipa el 9 de agosto que cuando llegaba a un país compraba un
libro de historia, uno de geografía y una antología poética, porque:
El
pasado vigoroso, la situación y condiciones de vida del país y la
dulcedumbre de la poesía forman agradable marco para mis horas de
viaje. Las tardes las dedico al estudio y al trabajo.
Sin embargo, una de las muestras más explícitas de
su compromiso con el lenguaje es su discurso de entrada a la Real
Academia Española, pronunciado el 13 de octubre de 1946. No conocemos
nada más de sus actividades como académico hasta su muerte en mayo de
1950, pero sólo este texto ya le sitúa en un lugar muy relevante en la
historia del lenguaje científico y técnico en España.
El discurso de Terradas es una pieza excepcional
en la historia de los estudios sobre la terminología científica
española (Martí, 2004). El texto del discurso tiene 277 páginas, muchas
más de las que pudo leer en la sesión pública. Disponemos de un
testimonio singular de este hecho en el ejemplar que conserva el Fondo
Terradas de la Biblioteca de Catalunya, en Barcelona. Está anotado por
el mismo Terradas, señalando no sólo las páginas que había seleccionado
para leer, sino también con indicaciones sobre el tono de la lectura,
como si se tratase de una partitura musical.
Las motivaciones de Terradas al ingresar en la
Academia se reflejan en el texto siguiente, una declaración de
intenciones que casi no necesita de comentarios:
El
rápido progreso de la Ciencia y de la Técnica introduce conceptos
nuevos y unidades de medida cuya expresión requiere nombres adecuados:
nomina consona rebus, novis rebus, nova nomina [‘Faltan nombres para
muchas cosas, no cosas para nombres’]. Algunos, entre tales vocablos,
proceden de investigaciones recientes, otros son debidos a progresos
fundamentales en el arte de la guerra, en la industria, en el laboreo
de minas, en el transporte, etc. Interesa seguir de cerca el proceso de
consolidación, restablecer voces en desuso entre gente ciudadana pero
acaso con reservas en labranzas o tradiciones constructiva, forestal,
minera, y de artesanía; unificar criterios y pareceres, en suma, para
convenir en el significado de voces nuevas y en los márgenes de
vaguedad de las afines que requieren precisa interpretación.
Esta
tarea corresponde al segundo de los verbos imperativos en la terna de
deberes que señala el lema de la Real Academia [‘Fija, limpia y da
esplendor’], y en tal empeño confío en lograr un lugar modesto que no
desmerezca de la tradición que crearon académicos ilustres al iniciar
el rumbo y la trayectoria a seguir.
Tales
son mi propósito y mi esperanza: trabajar dignamente, poseído de
humilde reverencia y de alentada ilusión.
El texto que elaboró al tomar posesión del sillón
“g” de la Real Academia Española está compuesto de tres partes bien
diferenciadas. La primera es una introducción en la que, además de los
agradecimientos por su nombramiento, realiza el preceptivo elogio al
académico fallecido cuyo sillón él ocuparía. Recuerda haber asistido a
una sesión pública de la Academia siendo estudiante en Madrid (1905),
en la que el ingeniero José Echegaray daba la bienvenida al poeta
Emilio Ferrari.
La segunda parte es el cuerpo del discurso y se
inicia con un estudio de antecedentes, un pequeño ensayo de unas 10
páginas sobre la terminología científica española. A continuación,
desarrolla en cinco apartados lo que titula como “De vocablos empleados
en la técnica moderna y su procedencia”. Son unas 160 páginas en las
que recorre la “Maquinaria y herramental”, las “Obras e hidráulica”, la
“Electricidad y Física contemporánea” y la “Aerodinámica, Forma y
propulsión de aviones”. Estas secciones, de unas 30 páginas cada una,
están compuestas de partes dedicadas a vocablos o familias de vocablos,
en los que Terradas analiza el origen y el uso de cada uno de ellos. Se
enfrenta tanto a palabras tradicionales, que adquieren un nuevo uso,
como a palabras tomadas de otros idiomas –el inglés, el alemán…- que
deben incorporarse al castellano moderno. Por citar algunas de estas
partes, mencionemos las dedicadas a “Pivote, gonce o gozne, quicial,
bisagra y charnela” (págs. 29-32), “Lámina, laja, placa, lancha, losa,
casco, cáscara” (págs. 66-73), “Del spin, magnetón, mesón, quanta y
otros conceptos” (págs.105-111) o “Sweepback, borneer; hidrominio,
plexiglas; cracking, alkilación”.
Después de los estudios sobre vocablos modernos,
Terradas incluye una sección que trata “Del lenguaje técnico en el
siglo de oro del lenguaje literario”. Aquí hay dos apartados, uno sobre
“Artillería y Fortificación”, y otro sobre “Artesanía”. Esta sección
tiene una extensión de unas 30 páginas, en las que el autor puede
desplegar su erudición histórica y literaria.
Después de esta sección sobre el siglo de oro,
Terradas habla “Sobre el progreso de la Técnica por el estudio y la
medida”. En unas 15 páginas comenta las condiciones que hacen que el
lenguaje técnico esté en evolución constante, tanto por el progreso de
las ciencias físicas, como por la actividad de experimentación,
observación y medida, reflejada en los nuevos laboratorios de la
Técnica. Aquí incluye un ejemplo de lo que el técnico moderno va
necesitando en las condiciones tan cambiantes del mundo moderno, un
texto que hemos creído adecuado reproducir, porque su lectura todavía
es aleccionadora. Vale la pena repetir aquí la conclusión de este
apartado:
El
magnífico desarrollo de la industria sólo es posible por el trabajo
conjunto, por el esfuerzo de todos, la Ciencia avanza por la
polarización de voluntades a un mismo fin y en este fin anhelado por
todos los que trabajan, coronado por el éxito, está el motivo
intrínseco del trabajo y la satisfacción que brinda a la voluntad de
esfuerzo.
La sección final de esta segunda parte, de unas 10
páginas, se titula “Culteranismo literario y exotismo técnico” y en
ella analiza las relaciones entre la Técnica y la Filología y entre la
Ciencia y el Lenguaje.
La tercera parte del discurso presenta el plan de
trabajo que se propone realizar en la Academia y un comentario final.
Son unas 8 páginas en las que detalla una serie de objetivos que él no
llevó a cabo, muchos de los cuales, según nuestra perspectiva, todavía
están pendientes. Propone la reedición de textos y diccionarios
técnicos antiguos, la revisión y discusión de neologismos, la promoción
de la publicación de diccionarios de neologismos a cargo de las
distintas asociaciones profesionales, la traducción de glosarios
técnicos, la exigencia de corrección de lenguaje a los técnicos,
traductores y editores, la implicación de las autoridades académicas y
su coordinación en todo el dominio lingüístico del castellano y el
estímulo del conocimiento del idioma en las escuelas técnicas. No es
que la Academia no haya hecho nada en estos campos, ya que, por
ejemplo, publicó hace unos años un utilísimo diccionario de ciencias,
pero, por ejemplo, no ha publicado que sepamos un diccionario de
tecnología. El proyecto de Terradas era tan ambicioso que era casi
irrealizable, pero vale la pena tenerlo en cuenta para la acción futura.
Después del final del discurso, aún encontramos 11
notas que ocupan unas 40 páginas. Son pequeños ensayos complementarios
del discurso, algunos desarrollando comentarios sobre nuevas palabras,
otro con la bibliografía complementaria a la que se cita extensamente
en el texto. También añade pequeños ensayos sobre, por ejemplo,
“Minería del siglo XVI. La Mesta. La Hermandad de las Marismas, etc.”,
sobre “Navegación aérea actual” o sobre “Quanta y cuasi”. Podemos
concluir, pues, que el trabajo lingüístico que Terradas preparó para
ingresar en la Real Academia Española merece un lugar destacado en la
historia de la lengua castellana.
En el ejercicio de las responsabilidades que
Terradas ejerció en la España de la postguerra, encontramos otras
acciones de tipo lingüístico. Por ejemplo, el Instituto Nacional de
Técnica Aeronáutica (INTA), cuyo patronato presidía desde su
constitución en 1942, publicó en 1947 una Guía de Traductores
para orientar y unificar los criterios de las publicaciones científicas
de la institución. En la Guía no consta autor, pero
sabemos a través de documentos de su archivo personal que fue el mismo
Terradas. En la presentación de la publicación, se anuncia que tendrá
continuidad, pero desgraciadamente no fue así. La Guía,
se dice, no pretendía imponer nada, sino convencer a los traductores de
las mejores opciones de traducción. El campo abarcado por la Guía
era muy amplio,
se
extiende alrededor del concepto de máquina (engine) y abarca obras,
buques, armamentos, transportes y toda transformación de energía
captada por la ‘máquina’ y utilizada por mecanismos diversos,
incluyendo en la noción de mecanismo la diversidad de sistemas
transmisores de movimiento o del esfuerzo y, entre tantas cosas, la
múltiple variedad de transportes que constituyen la Electrónica con su
riquísima gama de aplicación a todos los campos de la técnica, por
ejemplo a la generación de ondas electromagnéticas, a su propagación y
recepción, las transformaciones de corriente de diversa clase y
proyecto, construcción y funcionamiento de órganos de maniobra.
Esta mención a la Electrónica nos lleva al
testimonio del ingeniero industrial Antonio Colino López (1914-2008),
que colaboró con Terradas tanto en el INTA como en el Instituto de
Electrónica del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, creado
y dirigido por Terradas en 1948. Colino ocupó en 1972 el mismo sillón
que había ocupado Terradas hasta su muerte en 1950. En su discurso de
ingreso a la Academia explicó los orígenes de su interés por el
lenguaje científico y técnico (colino, 1972):
Fue
entonces cuando don Esteban Terradas creó en mí la preocupación por el
léxico científico, en aquellas reuniones que, bajo su presidencia y
magisterio, tuvimos en el I. N. E. [Instituto Nacional de Electrónica].
Para algunos de nosotros no era una tarea puramente académica, sino una
verdadera necesidad para nuestro trabajo diario: habíamos de
entendernos entre nosotros.
En la declaración de Antonio Colino encontramos
otro aspecto fundamental del lenguaje científico. Siendo un lenguaje
que construyen los expertos y los usuarios (artesanos, técnicos,
ingenieros, científicos), es necesario fijar con precisión las palabras
y su uso, mucho más que en el lenguaje de cada día o incluso en el
lenguaje literario, porque los científicos y los técnicos deben poder
comprobar y repetir las nociones y procesos que encuentran en los
trabajos, proyectos o informes. Para el mundo de la ciencia y de la
técnica, el lenguaje es una herramienta de precisión y, por esa razón,
el compromiso de personas como Esteban Terradas, no sólo se entiende
por su amor a la cultura y al patrimonio de la humanidad, sino también
por una necesidad de primer orden de la vida científica y técnica.
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