Pasaje a la Ciencia
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naturalista delirante de Los cuentos de vacaciones
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el
universo
habla mejor que el hombre.
José Martí |
Escribir
en una revista de divulgación científica es una osadía para alguien
dedicada a la literatura. Lo sé. No sólo por la cuestión obvia de la
especialización de saberes y de los inmensos agujeros negros que esto
genera, sino por la barrera y los límites que nos impone nuestro
horizonte ideológico desde que empezamos a formarnos. Es la tan traída
y llevada cuestión de las ciencias o las letras, una cuestión
relativamente moderna, como veremos. Elegir la obra literaria de don
Santiago Ramón y Cajal como tema de este artículo justifica, sólo en
parte, tal atrevimiento, pero, como se verá, la cuestión no es tan
simple y, si tenemos suerte, nos estallará en las manos.
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El ojo y
la luz en aquel fin de siglo
El tema que vamos a proponer para empezar no es
otro que el tema de
aquel tiempo (que sigue siendo el tema del nuestro), el tiempo de Zola
y el de Claude Bernard, el de Cajal y el de Baroja, el de Taine y
Brunetière…: el inconsciente ideológico del positivismo y el
cientifismo.
Positivismo y Naturalismo literario. Si en algún
momento ciencias y
letras entrelazan sus mitologías, si en algún momento la literatura
está “contaminada” de los temas científicos es en este fin de siglo. No
sólo porque las letras y el arte, la literatura, quieran adoptar el
método positivo, sino porque éste se ha convertido en la única forma de
mirar la realidad, de conocerla. Porque de pronto, la realidad existe
(ya no es “lo otro”, ni es un a priori), la
realidad no se va a
cuestionar... A la vez que ocurre esto, atendemos al momento en que
nace una separación drástica entre las disciplinas científicas y las
humanísticas, precisamente por la posibilidad de aplicar o no el método
positivo (de ser útiles o no serlo), pues este método será a partir de
ahora la única forma de conocer: conocimiento científico (en este
sentido) será igual a conocimiento. La separación, tal como hoy la
concebimos, es algo, como decíamos, relativamente moderno, auspiciado
por las necesidades del sistema y, por tanto, por la escuela.
Aunque las
bases siempre hay que buscarlas en el
racionalismo
dieciochesco, en el XVIII el modelo de intelectual era el filósofo (si
nos remontáramos al Renacimiento tendríamos que hablar del sabio
total). Será en el siglo XIX cuando cobren un protagonismo inusitado
las Ciencias de la Naturaleza. De alguna manera, serían las
“necesidades reales” (como dice Comte[1]) de la sociedad, de la
industria, las que posibilitaron el desarrollo de la ciencia, ya que la
industria está interesada siempre en un tipo de saber que le permita el
control instrumental de la Naturaleza. Necesita dominar los recursos
naturales con el fin de producir. En ese contexto, evidentemente, uno
de los valores principales será el utilitarismo. Y de ahí viene,
precisamente, el prestigio de las ciencias positivas. El “saber por el
saber” no interesa a la industria, sólo el “saber para prever”, para
modificar, es rentable. Hasta este momento el prestigio lo tenía el
filósofo, a partir de esta segunda mitad del XIX, cobra un prestigio
nuevo este tipo de conocimiento útil. La revolución industrial
implicará utilitarismo, materialismo y realismo.
Lo que caracteriza la mentalidad cientifista, que
no hay que
confundir con la científica, es la pretensión de objetivarlo todo, de
no conocer más que la objetividad, de integrar el mundo humano en el
mundo de los objetos. Y esta mentalidad se hizo dominante en la segunda
mitad del siglo XIX, condicionó toda la epistemología, la concepción
del saber, del conocimiento y estableció un estatus que separaba
claramente los saberes útiles, los que utilizaban el método positivo,
de los que no. Pero de eso seguiremos hablando más adelante. Lo que por
el momento nos va a interesar es el ojo que mira en este final de siglo
XIX, el mismo ojo que lee en la Naturaleza o en la naturaleza humana,
el mismo que mira la sociedad o los hechos naturales para describirlos
en los textos literarios o científicos.
El ojo que
mira cree en la realidad, en que la
naturaleza es lo
no-otro, somos nosotros. El ojo que interroga obtiene respuestas. La
Naturaleza responde porque se ha cambiado la cuestión. La pregunta
ahora no es el por qué, sino el cómo.
Como ha
declarado Claudio Bernard, el investigador no puede pasar
del determinismo de los fenómenos; y su misión queda reducida á mostrar
el cómo, nunca el por qué, de las mutaciones observadas. […]. Previsión
y acción: he aquí los frutos que el hombre obtiene del determinismo
fenomenal.[2]
Se trata de esperar, mediante la observación, que
los fenómenos
revelen. Una vez que esto ocurra, la descripción será igual al
conocimiento. No interesa, ni es posible, otro tipo de saber. Porque lo
que se busca es prever, controlar esa Naturaleza. Es más, ése es el
sentido primero de la frase de Wittgenstein, sólo se puede hablar de
los hechos naturales, de los fenómenos. Lo demás es metafísica y, de
eso, no se puede hablar. Por eso, la filosofía se vuelve más que nunca
hacia la ciencia (o se separa completamente de ella, claro).
Y
precisamente, por lo mismo, es por lo que la
literatura, de
pronto, también consiste en describir. Estamos en la época llamada del
Realismo. Describir es conocer y conocer permite prever. Por otra
parte, la medicina y la biología lo impregnan todo. El cuerpo social es
concebido como un organismo vivo; si está enfermo, hay que sanarlo, y
la literatura acude a esa tarea heroica y moral. Llama la atención la
fe que se tenía en la posible “utilidad” del discurso literario, la fe
en el poder moral que la literatura podía tener en la sociedad. Hoy ha
desaparecido. Pero entonces existía, en aquel entorno medicalizado.
Realismo y Naturalismo. Balzac y Zola. La Novela Experimental
de Zola es una obra paralela a la Medicina Experimental
de Claude Bernard (si hubiera sido por Zola, éste hubiera llamado a sus
obras Estudios
en vez de novelas). Claude Bernard diseccionaba cuerpos para mirar en
el interior. Las prácticas viviseccionistas de Bernard fueron, y siguen
siendo, muy controvertidas. No es anecdótico que su mujer se separara
de él en 1869 y fundara, junto a sus dos hijas, un asilo para perros y
gatos, con lo que expresaba su oposición a las prácticas del marido.
Bernard estaba completamente obsesionado con su experimentación. Zola
pretende hacer lo mismo con la sociedad. Busca el medio social dentro
del individuo. Analiza la sociedad diseccionando al individuo. Juan
Carlos Rodríguez[3]
nos dice que se trata del descubrimiento del
interior, de que, incluso el medio, está en el interior. Sin duda es
así, pero la revolución es pensar en el interior, no buscando alma o
espíritu alguno, sino “ese admirable artificio de la vida”[4]
que no es
más que materia.
Pero no olvidemos el punto de partida. El ojo que
mira, porque
observando la naturaleza, el cuerpo humano y el cuerpo social revelan
unos comportamientos que se repiten y que podemos convertir en leyes
para poder preverlos. Cajal estaba obsesionado con esto, con la mirada
analítica, por eso, sus dibujos, sus estudios de óptica y de
fotografía. Por eso, su intento de ir más allá de lo que el ojo humano
puede captar. Con un ojo más potente, como el microscopio, es mucho más
lo que se puede observar y lo que la Naturaleza nos puede decir.
La fe de Cajal en la ciencia y en lo que a los
científicos les queda
por descubrir es infinita, lo mismo que la fe de su época, la época del
ferrocarril y las fábricas, en el progreso. Era, además, una concepción
direccional del progreso, hacia adelante. La literatura también se tuvo
que convertir en una herramienta útil, cientifista. Su utilidad será
moral. Pero no sólo la literatura lo intentó. Las disciplinas
humanísticas, en general, lo intentaron. Cajal nombra en su discurso de
ingreso a la Academia de las Ciencias al filósofo
Taine. Curiosamente, también Zola alaba el estudio del sociólogo
sabio.
Según Zola, lo escudriña todo como un anatomista haría con un cuerpo.
Taine, conocido hoy como crítico literario, es otra de las figuras de
la época que nos sirve para ejemplificar la analogía que se establece
entre el mundo natural y el mundo cultural. En su Ensayo
sobre las fábulas de Lafontaine (1853), Taine nos dice:
Se
puede considerar al hombre como una especie de animal superior que
produce filosofía y poemas poco más o menos como los gusanos de seda
producen sus capullos y las abejas sus colmenas.
Los ejemplos
nos sobran. Brunetière (no tan del
gusto de Cajal[5]
y a pesar de lo que él nos cuenta) en La
evolución de los géneros en la historia de la literatura
(1890) compara los géneros literarios con organismos vivos, con
especies biológicas y aplica la teoría de la evolución de las especies
a la vida de los géneros. Hay un intento de trasvase del método
positivo a todos los ámbitos del conocimiento y una “contaminación”
semántica por la que aúlla el inconsciente ideológico del momento.
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Cajal,
el naturalista delirante
Yo debí
seguir el rumbo marcado por mi voluntad y mis aptitudes: estudiar y
resolver, en la medida de mis fuerzas, los arduos problemas de la
Mecánica, de la Física y la Química, en sus relaciones con la
industria, esa hada prestigiosa a que deben su riqueza y poderío todas
las grandes naciones; mas ¡ay! los irresistibles atractivos de la vida
social […] dispersaron mi actividad, apartándome del sano, del útil,
del regenerador camino de la producción científica e industrial.[6]
Sano, útil y
regenerador es el camino de la
ciencia y de la industria. Tres adjetivos que resumen a la perfección
lo que venimos diciendo. Para don Santiago Ramón y Cajal la dedicación
a la ciencia es una cuestión de utilidad social y de necesidad moral,
es el camino hacia la regeneración del país. La figura de Cajal encaja
perfectamente dentro del Regeneracionismo de fin de siglo que tenía a
Joaquín Costa como máximo exponente o al Ortega y Gasset de sus
primeros escritos, cuando hablaba del “agarbanzamiento nacional”[7].
La
palabra regeneracionismo se enmarca perfectamente en la concepción
cientifista de la sociedad. No hablan de revolución, sino de
regeneración. Analizan la raíz de los problemas y proponen la solución:
la acción educadora de la élite intelectual del país, la pedagogía. El
país necesitaba un cambio de rumbo, una modernización cuyo modelo es
Europa. La educación es la clave para esta transformación. Ése es el el
sentido de regenerar, rehacer al español por medio de la educación. Y
ése fue el objetivo de la Junta de Ampliación de Estudios que desde
1907 presidió Cajal. Esta institución facilitaba precisamente que los
jóvenes entraran en contacto con la producción intelectual europea. Los
becaba para salir al extranjero y también les traía a intelectuales de
la talla de Einstein. Para esta modernización de España era necesaria
una acción intelectual y ésta pasaba por la necesidad de formar
científicos. Como venimos diciendo, modernización, tecnificación y
ciencia van unidas.
El mismo Cajal del que venimos hablando, el
observador que dibuja, que fotografía, que mira por su microscopio, el
científico… tiene una curiosa obra literaria que llama poderosamente la
atención. Nos referimos a sus Cuentos de vacaciones,
una recopilación de relatos escrita alrededor de 1887 y corregida y
publicada en 1905. Se trata de cinco cuentos o novelas cortas donde los
elementos de la ciencia están no sólo presentes y tratados con máximo
rigor, sino donde la narración se subordina, en muchas ocasiones, a
ellos. En algunos de éstos, como en “El pesimista corregido”, se diría
que roza el género de la ciencia ficción. El delirio por mirar de
nuestro autor le hace crear un personaje que de pronto se despierta y
comprueba que sus ojos son como un microscopio que aumenta la
resolución de todo lo que ve. Es el delirio de un naturalista.
Hay varias
cosas que llaman nuestra atención.
Comencemos por el título: Cuentos de vacaciones. Narraciones
seudocientíficas. Fijémonos en el sintagma “de vacaciones” y
en “seudocientíficas”. Dada la absoluta dedicación de Cajal al estudio
y a la investigación, y dada su concepción de la ciencia, tanto uno
como otro nos llevan a pensar en una devaluación del discurso que nos
presenta. En los consejos que él da a los jóvenes investigadores llega
a recomendar la “polarización cerebral” o la “atención
crónica” [8]
como
virtud necesaria para el investigador. Por eso, “de vacaciones” nos
resulta un sintagma sospechoso. El subtítulo o segundo título es
“narraciones seudocientíficas”. El prefijo seudo
nos vuelve a colocar en la misma línea de sospecha. Cajal nos está
presentando un producción como de serie b. La razón
de esa subvaloración del discurso literario con respecto al científico
no es otra que la función que le atribuye a la literatura en su época
frente al casi no-lugar del discurso científico. Repasemos algunas de
sus palabras:
El
hombre da con más gusto su dinero al que le distrae con la fábula que
al que le instruye con la verdad. […]
Vive el pueblo en la esfera del
sentimiento, y pedirle calor y apoyo para quien ejercita la razón es
empresa tan vana como desatinada. […]
En literatura, como en la oratoria, los
entendimientos cromáticos ó dispersivos pueden ser de gran utilidad;
pues el vulgo, juez inapelable de la obra artística, necesita del
embudo de la retórica para poder tragar algunas verdades; pero en la
exposición y discusión de los temas de ciencia pura, el público es un
senado escogido y culto: ….[9]
Por eso, estos relatos están creados desde un
doble distanciamiento: desde la devaluación y desde el juego.
Devaluación, porque existe una crítica a la imposibilidad de divulgar
un discurso hecho desde la razón con la finalidad de instruir
(recordemos la importancia que los regeneracionistas daban a la
pedagogía), una crítica al discurso del sentimiento frente al
científico (no quiere esto decir que Cajal no fuera un gran lector de
los clásicos, pero está reivindicando la necesidad de consumir no sólo
literatura, sino textos que instruyan, de divulgación científica); y
juego, porque está usando al “enemigo” para finalmente instruir o
hablar desde la razón. En los textos que analizamos encontramos miles
de indicios que nos indican este desapasionamiento del narrador, este
distanciamiento, esta desmitificación del papel que lo literario
representa en su momento histórico (el de los folletines
decimonónicos). Para empezar, podemos comentar el tono demasiado
inflado o elevado para ser creíble. No tiene nada que ver con el resto
de los escritos de nuestro autor. Diríamos que utiliza la retórica de
lo literario de forma hiperbólica y aprovecha para que hable el
científico y el naturalista. Se trata de un descanso del investigador,
un intento de hacer llegar sus verdades de la única manera que parece
posible, de divulgarlas; por eso, el resultado es un tono humorístico y
relajado.
Reparemos en la historia del texto. Estos cuentos
no se publicaron en 1887. Cajal los dio a conocer, pero no sería hasta
1905, tras algunas correcciones y arreglos, cuando los publicaría. La
divulgación en este momento no tiene el mismo sentido que en el siglo
XVII cuando Góngora, por ejemplo, prefería distribuir sus poemas entre
los académicos y no entre el público, era una cuestión de elitismo
intelectual. Ahora es todo lo contrario. Lo que no se publica es porque
no se considera a la altura, porque, como parece ser el caso, es sólo
un chiste cenacular, un juego intrascendente, o una propuesta de
conversación. De nuevo, literalmente, la necesidad de divulgación.
Respecto del narrador, la voz que nos cuenta en 3ª
persona todos los cuentos sería un narrador omnisciente más, al estilo
decimonónico, si no fuera por dos cuestiones: por este tono que estamos
señalando (que le permite dirigirse al lector para hacer sus apartes
aclaratorios nunca exentos de humor) y porque sigue siendo un médico
que analiza las relaciones humanas desde esta perspectiva. Es un
naturalista hasta cuando describe un encuentro amoroso: en uno de sus
cuentos, La casa maldita, convierte el encuentro
entre los protagonistas, Julián e Irene, en un desorden celular, en un
trueque de bacterias.
En
aquel enajenamiento de la carne
exasperada de amor había algo como ebulliciones de protoplasma fecundo,
clamores sordos de células vírgenes de actividad, impulsos centrífugos
irresistibles…[10]
En este choque entre la actitud “romántica” y la
descripción empírica, entre el tono elegido, la objetividad, y lo que
se espera de la descripción de un encuentro amoroso, está la ironía que
logra la desmitificación del tópico, del discurso literario como
discurso del sentimiento. Es el distanciamiento del que hablamos y la
confirmación de que el narrador está jugando.
La ironía es un recurso propio del
desapasionamiento de la mirada, de la desdramatización, pero también de
la superioridad. La presencia de ésta se puede percibir en todos los
niveles de la narración. Pongamos, por ejemplo, un par de ocasiones en
las que el narrador se dirige al lector:
Ciertamente,
en los libros místicos, en
esos admirables tratados de Fray Luis de Granada, de Santa Teresa y San
Juan de la Cruz hallaríamos una gama del lenguaje sentimental, si no
completo y fiel, lo bastante rico para traducir los sublimes y
sobrehumanos arrobos de la carne exaltada por el amor; mas ¡ah!, por
desgracia, ese idioma de fuego, único digno de la pasión de nuestros
héroes, excede del poder de nuestra inexperta y desmayada pluma. Y así,
pues somos médicos, aunque modestos, séanos permitido usar aquí (por
ser el único que conocemos algo) el desvaído e incoloro estilo de las
descripciones fisiológicas.[11]
Mientras
nuestros simpáticos amantes desenvuelven la virginal película
de bromuro argéntico (honny soit qui mal y pense), permítase al autor
un paréntesis líricobiológico.[12]
A veces el juego o el chiste son explícitos.
Recordemos la aplicación de senilina a la esposa
del sabio de “A secreto agravio, secreta venganza” y la reflexión
final, cargada de mordacidad, pues la ironía es de gran eficacia
crítica:
Algunos
sociólogos individualistas,
preocupados por la creciente amenaza del socialismo y anarquismo, han
emprendido (con la consiguiente reserva) ensayos de inoculación de la
nueva senilina en las clases desheredadas y conseguido resultados
verdaderamente alentadores. No menos interesantes son los éxitos
obtenidos recientemente por las misiones alemanas del África central.
Según carta del Rv. Schaffer, que a la vista tengo, dicha panacea es un
poderoso auxiliar de la evangelización, puesto que debilita
notablemente el rudimentario sentido crítico de las tribus negras y
apaga el ardor y fanatismo de los santones mahometanos.
[…]
Si ello
se confirma y semejante vacunación se establece con
carácter obligatorio, preparémonos todos a ganar el cielo, después de
abandonar la tierra a los despiertos enemigos de nuestra raza.
¡Senilinas a nosotros…, en cuyos cartilagíneos cerebros existen ya en
proporciones desconsoladoras tantas misticinas, decadentinas y
misoneinas, triste legado de edades bárbaras de una pereza mental de
cinco siglos! [13]
El lenguaje, extremadamente retórico (nada que ver
con los demás escritos de nuestro autor), funciona en todos los textos
como hipérbole humorística, cargada, quizá, de crítica a los fabuladores,
como hemos dicho, de su tiempo. En concreto, el léxico elegido
(preferir ósculo<7i> a beso o llamar demonios
invisibles, monstruos microscópicos o invisibles
enemigos a los microbios) es un síntoma más de lo que estamos
comentando. Muchas veces, el humor procede, precisamente, del contraste
entre el vocabulario elevado que usa y la naturaleza de los hechos o
las situaciones risibles que se describen o se nombran:
Un
día, trabajando aislado en su
laboratorio, vio el doctor, lleno de asombro, sobre el cristal opalino
que le servía de fondo para dar resalte a las preparaciones, dos
cabellos largos: lacio y rubio el uno, ensortijado y negro el otro, y
enlazados en íntimo y redoblado abrazo…[14]
Incluso los desenlaces están resueltos
con demasiada ligereza, acudiendo al tópico o insistiendo en el resumen
de la moraleja:
Y se
casaron…, y fueron
felices…, y tuvieron bellos, fuertes e inteligentes hijos…, y llegó la
tierna pareja a la ancianidad…[15]
Esta ironía es distanciamiento en el
sentido que estamos argumentando. Cajal escribe estos cuentos como
juego, como broma dirigida a un cenáculo concreto, como crítica a los
escritos de algunos de sus contemporáneos y, en última instancia, como
enseguida comentaremos, como conversación. Solamente en las notas a pie
de página notamos una voz distinta. En éstas, en la mayoría, parece no
ser el narrador el que nos habla, sino el autor, dándonos los datos
científicos aclaratorios que necesitamos para completar el sentido del
texto o de algunos términos. Esto nos confirma que el lector al que se
dirigía Cajal no era un científico, sino que estaba pensando en la
divulgación.
Otra cuestión que subyace en Los
cuentos es la conversación como mecanismo de análisis.
Algunos relatos parecen recreaciones de situaciones, meras excusas para
la discusión. Siempre hay una gran conversación. En “La casa maldita”
está el gran debate subyacente entre el científico y el pueblo, entre
la superstición y la irracionalidad (los males de la nación para los
regeneracionistas), la razón y la ciencia. Pero, además, hay una
tertulia donde se hacen explícitos todos los argumentos que podíamos
entrever. “El hombre natural y el hombre artificial” consiste
básicamente en un diálogo entre estos dos tipos de hombre, el
científico, el hombre racional, y el que vive preso de los
convencionalismos del pensamiento y de la sociedad. Además, a menudo,
nos propone un debate moral, como en el primero, “A secreto agravio,
secreta venganza”, y, en última instancia, una reflexión. Lo único que
matizaríamos es que se trata de una conversación que no llega a ser
dialogismo. En realidad, no hay varias voces o puntos de vista. Hay
contraste de opiniones o de visiones para destacar lo que Cajal llama
“la verdad”, la visión naturalista del mundo. De hecho, el lector, sabe
en todo momento con qué personajes simpatiza el narrador, hasta el
punto de que es fácil pensar en el biografismo al leer algunos cuentos.
Cajal conecta con los narradores de su época en la intención moral que
claramente tienen sus escritos, en la finalidad y la utilidad que se le
supone al discurso literario. Los cuentos encajan perfectamente con la
producción literaria y con el horizonte ideológico de su época. Que un
médico escriba un texto literario no es nada disparatado en un momento
en que escribir literatura es analizar, en un momento en el que todo el
horizonte ideológico estaba medicalizado y, por tanto, la sociedad
también se concibe como un cuerpo con problemas. La literatura acude a
esa labor moral de analizar-mirar para detectar los problemas, para
diagnosticar. La labor del literato es moral, como también lo es la del
médico. Por eso decimos, que no están tan alejadas en este momento las
posiciones de unos y otros, ni siquiera los métodos. Hay que decir que
el naturalismo de los españoles era mucho menos radical que el de los
franceses. Los españoles creen, al menos, en la posible regeneración,
creen en las posibilidades de la educación, y hacen de su labor
investigadora o literaria una cuestión moral, una empresa útil. Cajal
añade un narrador distanciado porque, como hemos comentado, subyace una
recriminación a la sociedad de su época que no consume un discurso que
le instruya, sino que busca solamente el entretenimiento, y a los
escritores del momento que le ofrecen al público un discurso
sentimental y adornado de retórica cuando lo único que podía paliar los
males de la sociedad del momento era la pedagogía. Este distanciamiento
le permite el tono humorístico e irónico que tan original resulta en su
época.
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Notas a pie
- Comte,
Auguste; Cours de Philosophie Positive, 1842 [Volver a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (1897); “Fundamentos
racionales y condiciones técnicas de la investigación biológica”,
Discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias, 5 de diciembre de
1897. En Los tónicos de la voluntad: reglas y consejos sobre
investigación científica, Ed. Gadir, 2005. [Volver a la lectura]
- Rodríguez,
Juan Carlos; De qué hablamos cuando hablamos de literatura,
Comares, Granada, 2002.
[Volver a la lectura]
- La
primera experiencia de anatomía de Cajal con
su padre, también médico, trascurre entre las tapias de un cementerio.
Desde entonces, nos dice a propósito de esto: “En adelante vi en el
cadáver no la muerte, con su cortejo de tristes sugestiones, sino el
admirable artificio de la vida”.
[Volver a la lectura]
- No
conviene empero extremar el panegírico de
la Ciencia; porque muchos literatos, oradores y artistas, que la
desprecian sin entenderla –ó la entienden á la manera de Mr.
Brunetière, crítico que en un célebre artículo la declaraba en
bancarrota por no haber cumplido lo que jamás prometió, ni está en su
naturaleza realizar-, nos atajarían con las siguientes reflexiones: “La
gloria, nos dirían, del artista ó del literato es de más subidos
quilates que la del científico…” -Ramón y Cajal (1897), Op.
cit.-. [Volver a la
lectura]
- Palabras
puestas en boca del hombre artificial en Ramón y Cajal , Santiago
(1905); “El hombre natural y el hombre artificial”, Cuentos
de vacaciones, Las tres Sorores, 2007. [Volver a la lectura]
- Ortega y
Gasset; Archivo del centro de Ortega y
Gasset (Madrid) 26, carta de 23-XII-1906? Leído en Elorza, Antonio; La
razón y la sombra. Una lectura política de Ortega y Gasset; Anagrama,
Barcelona, 1984.
[Volver a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (1897); Op. cit. [Volver a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (1897); Op. cit. [Volver a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (1905); “La casa maldita”, Op. cit. [Volver a
la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (1905); “La casa maldita”, Op. cit. [Volver a
la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (1905); “La casa maldita”, Op. cit. [Volver a
la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (1905); “A secreto agravio, secreta venganza”, Op. cit. [Volver a
la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (1905); “A secreto agravio, secreta venganza”, Op. cit. [Volver a
la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (1905); “La casa maldita”, Op. cit. [Volver a
la lectura]
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