Pasaje a la Ciencia
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Inicio->Número 11 (junio 2008)->La
literatura de ficción de don Santiago Ramón y Cajal
Santiago Ramón y Cajal ha sido el científico
español más importante de todos los tiempos y uno de los mayores genios
que ha dado la humanidad. Su enorme producción científica, aún sigue
siendo el autor más citado en las neurociencias, ha dejado en un
segundo plano otras facetas en las que igualmente destacó y que también
tuvieron gran trascendencia a lo largo de su vida; nos referimos a sus
innovaciones en la fotografía, a su faceta como pedagogo o a su obra
literaria.
La obra literaria de Cajal abarcó desde la
narrativa hasta el ensayo y es una fuente de interés para conocer al
autor a lo largo de su vida (Fernández Santarén, 2006). Es una obra
escrita por un dominador del lenguaje que en las últimas etapas de su
vida llegó a ser nombrado académico de la Real Academia Española,
aunque no llegara a tomar posesión de su sillón.
Su afición por la literatura se inició a una edad
muy temprana, en un ambiente familiar y en una época en la que en su
casa no se consentían libros de recreo pues no se quería distraer la
atención de los niños del estudio. En estas circunstancias, el joven
Santiago descubrió en el desván de un vecino una amplia biblioteca que
le permitió entrar en contacto con autores como Alejandro Dumas, Daniel
Defoe, Victor Hugo, el capitán Cook o clásicos españoles como Quevedo o
Cervantes. A partir de entonces la literatura pasaría a ser una parte
muy importante en la vida de Cajal, que llegaría a acumular un
biblioteca de unos 10.000 volúmenes sobre temas muy variados. Esta
pasión por los libros se traduciría en una importante obra literaria
que comentamos a continuación.
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La obra literaria de Cajal
Don
Santiago Ramón y Cajal trató en su obra literaria géneros tan diversos
como la narrativa, el ensayo e incluso la poesía. Quizá su obra más
importante sea Recuerdos de mi vida. Fue un libro
al que Cajal tuvo gran estima y que iba dirigido a la juventud con la
finalidad de contarle los avatares de la vida, pero siempre desde una
perspectiva llena de entusiasmo en la que se destaca el papel de la
voluntad y la tenacidad en el trabajo. Fernández Santarén[1]
la define como una obra de psicología individual, escrita con sumo
talento, en la que Cajal probablemente alcanzó su cima como escritor.
Consta de dos partes; la primera es Mi infancia y juventud,
que apareció en 1901, y a la que después añadiría Historia de mi labor
científica, que vería la luz quince años después, en 1917. La primera
de ellas cuenta con claridad y precisión los hechos de su infancia y
cómo el adolescente se abre al mundo; el libro se cierra con el drama
de su experiencia como médico militar en Cuba, la tuberculosis, su
matrimonio con Silveria Fañanas y la obtención de la cátedra de
Anatomía de la Universidad de Valencia. Historia de mi labor
científica es una descripción de la faceta científica de
Cajal, en la que da muestra de sus descubrimientos, trabajos,
reconocimientos científicos y en la que deja en un segundo plano otros
aspectos de su vida personal.
Reglas
y Consejos sobre Investigación Científica[2],
subtitulado Los tónicos de la voluntad es una obra
pedagógica cuya base se encuentra en el discurso que Cajal pronunció el
5 de diciembre de 1897 con motivo de su ingreso en la Real Academia de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Está considerada como su obra
literaria más científica o, si se quiere, su obra científica más
literaria y en ella destaca el papel de la voluntad para conseguir
grandes logros científicos a la vez que propone medidas que
solucionaran el atraso científico español de la época.
En 1920 apareció Chácharas de café,
nombre que cambió por el de Charlas de café en la
edición de 1921, que el propio Cajal definió como colección de
fantasías y divagaciones sin la pretensión de sentar doctrina. En sus
11 capítulos se encuentra una serie de pensamientos, proverbios y
sentencias filosóficas sobre temas tan diversos como la amistad, el
amor, la moral, las mujeres, la política, etc. y la percepción de ellos
que se tenía en su época. Cajal fue siempre un excelente contertulio en
las distintas etapas de su vida, en ateneos y en cafés como el Suizo de
Madrid, de donde supo extraer y confrontar conocimientos.
Su última obra, El mundo visto a los
ochenta años. Impresiones de un arterioesclerótico, fue
publicada en 1934, unos meses antes de su muerte y en ella Cajal
reflexiona sobre las últimas etapas de la vida tanto desde una
perspectiva científica como humana y propone algunos consejos para
sobrellevar la senectud.
Hemos
dejado para el final Cuentos de vacaciones. Narraciones
pseudocientíficas.[3],
su única obra
de ficción publicada. Descrita por Cajal como una colección de 12
cuentos escritos entre 1885 y 1886, únicamente publicó cinco de ellos
en 1905. Constituyen, como veremos, un precedente de lo que se conoce
como ficción científica. A éstos en particular, y a la obra de ficción
en general, vamos a dedicar el resto de artículo.
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Los primeros relatos inéditos
En el apartado anterior se ha hecho referencia a
los libros de Cajal publicados. Sin embargo, si nos queremos referir a
la literatura de ficción de Cajal, es necesario comenzar por dos obras
jóvenes, escritas cuando estudiaba respectivamente en el instituto y en
la facultad de medicina, ninguna de las cuales se han conservado aunque
tenemos noticias de ellas por sus Recuerdos.
Como don Santiago recuerda en su autobiografía,
una de las novelas que más disfrutó fue Robinson Crusoe; esto le llevó
a escribir en plena juventud una novela de corte robinsoniano en la que
hablaba sobre un naufragio, la salvación en un leño, el arribo a una
isla desierta y la continuación de la aventura en aquel territorio,
descubriendo la flora, la fauna y los salvajes pobladores. Vemos ya
aquí, en esta novela, cómo comienza a manifestarse el interés
científico en el joven. Cajal reproduce en sus Recuerdos
unas notas publicadas en un periódico por R. Salillas, compañero de
estudios y el primer antropólogo criminalista de España.
Aquella
novela, que entonces no la podía comparar, la clasificaría ahora entre
las robinsonianas. Un naufragio, la salvación en un leño, el arribo a
una isla desierta y la continuación de la aventura en aquel territorio,
descubriendo la flora, la fauna y los salvajes pobladores. [4]
Entre 1871 y 1873, ya en la facultad de medicina,
don Santiago escribió un segundo relato acerca de un explorador que
viajaba a Júpiter y acababa dentro de un ser gigantesco. Lo tituló El
viajero de Júpiter y lo definió como una novela biológica que
mostraba el cuerpo desde la perspectiva de un microbio y en la que
narraba terribles batallas entre células sanguíneas y parásitos
invasores. Cajal reconoce la influencia de Julio Verne, que por aquella
época ya había publicado sus novelas más famosas y acababan de ser
traducidas en España. La novela de Cajal estaba ricamente ilustrada y
había copiado sus dibujos de los tratados de Histología de la época;
quizá éstos pudieron ser los primeros dibujos científicos de Cajal.
Este relato no se ha conservado; probablemente, como él manifiesta, se
perdiera en alguno de sus viajes mientras ejercía como médico militar
aunque sí incluye un breve resumen en sus Recuerdos:
Mayor
influencia todavía ejercieron en mis gustos las novelas científicas de
Julio Verne, muy en boga por entonces. Fue tanta, que, a imitación de
las obras De la Tierra a la Luna, Cinco semanas en globo, La
vuelta al mundo en ochenta días, etc., escribí voluminosa
novela biológica, de carácter didáctico, en que se narraban las
dramáticas peripecias de cierto viajero, que arribado, no se sabe cómo,
al planeta Júpiter, topaba con animales monstruosos, diez mil veces
mayores que el hombre, aunque de estructura esencialmente idéntica. En
parangón con aquellos colosos de la vida, nuestro explorador tenía la
talla de un microbio: era, por tanto, invisible. Armado de toda suerte
de aparatos científicos, el intrépido protagonista inauguraba su
exploración colándose por una glándula cutánea; invadía después la
sangre; navegaba sobre un glóbulo rojo; presenciaba épicas luchas entre
leucocitos y parásitos; asistía a las admirables funciones visual,
acústica, muscular, etc., y, en fin, arribado al cerebro, sorprendía
-¡ahí es nada!- el secreto del pensamiento y del impulso voluntario.
Numerosos dibujos en color, tomados y arreglados –claro es- de las
obras histológicas de la época (Henle, Van Kempe, Kölliker, Frey, etc.)
ilustraban el texto y mostraban al vivo las conmovedoras peripecias del
protagonista, el cual, amenazado más de una vez por los viscosos
tentáculos de un leucocito o de un corpúsculo vibrátil, librábase del
peligro merced a ingeniosos ardides. Siento haber perdido este librito,
porque acaso hubiera podido convertirse, a la luz de las nuevas
revelaciones de la histología y bacteriología, en obra de amena
vulgarización científica. Extraviose sin duda durante mis viajes de
médico militar.[5]
Cajal se
anticipó de este modo a otro relato de
corte similar y al que él mismo se refiere en sus Recuerdos.
Añade Cajal en una nota a pie de página que, poco después de que
escribiera este relato, Amalio Gimeno, quien con los años llegaría a
ser ministro de Instrucción Pública (cargo que años antes había
declinado Cajal) publicó una novela, también de corte biológico y de
asunto bastante semejante, titulada Un habitante de la sangre,
la cual ha sido recientemente reeditada por la Real Academia de
Medicina de Murcia[6].
Cuenta, a modo de relato novelesco, las aventuras
de un glóbulo rojo que guía al lector por los recovecos del cuerpo para
desvelar los secretos del organismo y contar las maravillas de la
circulación.
La temática de estas novelas tempranas de Cajal
tendrían después continuación en los Cuentos de vacaciones,
la gran obra de ficción de Ramón y Cajal.
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Los cuentos de vacaciones. Narraciones
pseudocientíficas
Don Santiago escribió entre 1885 y 1886 una serie
de relatos basados en las ciencias biológicas y en la psicología
moderna, doce según manifiesta en el prólogo, de los que cinco serían
publicados en 1905. Según comenta en la advertencia preliminar:
Hace
muchos años (creo que fue durante el 85 u 86) escribí una colección de
doce apólogos o narraciones pseudofilosóficas y seudocientíficas que no
osé llevar a la imprenta, así por lo estrafalario de las ideas, como
por la flojedad y desaliño del estilo. Hoy, alentado por el benévolo
juicio de algunos insignes profesionales de la literatura, me lanzo a
publicarlos, no sin retocar algo su forma y modernizar un tanto los
datos científicos en que se fundan [...].
El
título de Narraciones pseudocientíficas quiere decir que los presentes
cuentos se basan en hechos e hipótesis racionales de las ciencias
biológicas y de la psicología moderna. Será bien, por consiguiente
(aunque no indispensable) que el lector deseoso de comprender ideas y
modos de expresión de los personajes de estas sencillas fábulas posea
algunos conocimientos, siquiera sean rudimentarios, de filosofía
natural y biología general.[7]
Comprende la obra cinco relatos: A
secreto agravio, secreta venganza, El fabricante de
honradez, La casa maldita, El
pesimista corregido y El hombre natural y el hombre
artificial. De sus personajes dice Cajal que defienden
posturas exageradas y a veces contradictorias, cuyas ideas en absoluto
comparte, aunque no disimula sus simpatías por la figura moral de Jaime
(El hombre natural y el hombre artificial) y don
José (La casa maldita).
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A
secreto agravio, secreta venganza
En este relato, el prestigioso bacteriólogo Max V.
Forschung, soltero de cincuenta años, se casa con su ayudante, la
doctora en filosofía y medicina Emma Sanderson, de veinticuatro años de
edad. Tras unos años felices, la joven se enamora del ayudante de
laboratorio de Forschung, el doctor Heinrich Mosser. El primero
sospecha de la traición al encontrar dos pelos estrechamente enlazados
que el microscopio revela pertenecen a los jóvenes y confirma sus
recelos cuando consigue registrar mediante sensores de movimiento un
encuentro amoroso entre ambos en un diván.
Por aquella época se discutía si la tuberculosis
se podía transmitir de animales a humanos y Forschung decide llevar a
cabo su venganza comprobando tal supuesto. Para ello inocula los
rótulos engomados de los botes de laboratorio que colocaba su ayudante
con el bacilo de la tuberculosis de vaca; Mosser se contagia y
desarrolla una tuberculosis bucal, que posteriormente también se
manifiesta en Emma. Esta noticia causa gran alegría al marido engañado
por dos motivos, por consumar su venganza y por demostrar su hipótesis,
la transmisión de la enfermedad de animales a humanos.
Ambos jóvenes son ingresados en un hospital aunque
Mosser muere. Forschung emprenderá entonces una lucha contra el tiempo
para obtener un suero con el que salvar a su esposa, que finalmente
logra, y el matrimonio se reconcilia.
Consciente de la diferencia de edad entre ellos y
de como cada vez era más notoria, Forschung reconoce la imposibilidad
de lograr un suero que le rejuvenezca aunque dirige sus esfuerzos a
encontrar un preparado que envejezca exteriormente a su esposa sin
afectar a los órganos internos. Así descubre la senilina, que tras una
débil oposición, Emma acaba tomando.
Concluye el cuento describiendo los efectos de la
senilina administrada mediante inyección intravenosa, capaz de moderar
los impulsos criminales y cambiar la voluntad de las personas,
debilitando su sentido crítico. Comenta su inoculación en clases
desheredadas consiguiendo resultados alentadores frente al socialismo y
anarquismo así como su papel auxiliar en la evangelización. El narrador
advierte que la senilina ha sido adquirida por varios gobiernos, entre
ellos el español, como medio de control, aunque muestra su desconfianza
en la posibilidad de que con ella se consiga algo.
Este relato, en el que la bacteriología juega un
papel determinante, está escrito por Cajal durante sus años en
Valencia, años en los que la tercera gran epidemia de cólera afectó al
territorio español y durante la cual Cajal tomó parte activa en la
lucha contra la misma. Es una época en la que aún se discute el origen
de la enfermedad y en la que Cajal toma partido claro por la hipótesis
del origen microbiano. Es la época en la que Cajal descubre la vacuna
química contra el cólera, preparada a partir de vibriones coléricos
inactivados por el calor, que a la postre se revelaría más efectiva que
la de Ferrán, hecha a partir de bacterias vivas. La hipótesis
microbiana de la enfermedad y los postulados de Koch se encuentran
implícitos en este relato. Koch había aislado el Mycobacterium
tuberculosis en 1882 y el Vibrio cholerae
en 1883. Por otra parte, Cajal también tenía conocimiento personal de
la tuberculosis, la enfermedad con la que se venga Forschung, ya que el
mismo la había padecido en 1878. Fue diagnosticado por su padre, don
Justo Cajal y se recuperó de la misma en un sanatorio de Panticosa.
También existe algún paralelismo entre Forschung y
Koch. De este modo, al igual que Forschung en su luna de miel en el
relato, Koch había viajado a Egipto y a la India en 1884 para
investigar sobre las enfermedades infecciosas. Y de la misma manera,
Koch se casó en 1893 a la edad de cincuenta años, tras divorciarse, con
una joven de 23 años, Hedwig Freiberg, que le acompañaría en sus
expediciones africanas. El escándalo que ello supuso no abandonaría a
Koch durante el resto de su vida. Esta fecha es posterior a cuando
Cajal escribe sus cuentos, pero anterior a su publicación.
Otro elemento clave en este relato es la crítica
que hace Cajal, y así lo deja claro en el prólogo, al modo de actuar de
los sabios y a su falta de ética. Forschung no duda en aprovecharse de
sus conocimientos científicos para llevar a cabo su venganza, cometer
un asesinato y quedar impune; por otra parte, esta falta de moral se
manifiesta también en cómo trata a su mujer envejeciéndola con la
senilina para solucionar su problema de diferencia de edad.
Los efectos secundarios de este suero,
administrado endovenosamente, modificaban la conciencia y la voluntad
de los individuos y este es uno de los primeros ejemplos en la
literatura de control social con drogas. Esta idea, aunque con un matiz
diferente, la hipnosis, será utilizada de nuevo por Cajal en
El fabricante de honradez. Por primera vez aparece
en los Cuentos la preocupación de Cajal por España
y su deseo de regeneración, algo que será común en el resto:
¡Senilinas
a nosotros..., en cuyos
cartilagíneos cerebros existen ya en proporciones desconsoladoras
tantas misticinas, decadentinas y misoneinas, triste legado de edades
bárbaras y de una pereza mental de cinco siglos!. [8]
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El
fabricante de honradez
Alejandro Miranhonda, doctor en Medicina y
Filosofía por la Universidad de Leipzig, discípulo de los hipnólogos
Bernheim y Forel vuelve a España. Se instala en Villabronca, un pueblo
con frecuentes alteraciones del orden público, con la idea de llevar a
cabo un experimento. Presenta el suero antipasional, una vacuna moral
que inyectada bajo la piel del cráneo transformaría a los individuos
más antisociales en personas competentes e impecables. Tras unos
resultados exitosos con algunos individuos, el Ayuntamiento declaró en
un bando la vacuna para todos los habitantes de la localidad mayores de
12 años y menores de 60. Sin embargo el suero antipasional era una
farsa y, en realidad, se trataba de un experimento de hipnosis
colectiva, como el propio médico reconoce a su esposa. El objetivo real
del médico era:
Si
el modelamiento de los centros del pensamiento se realizara de modo
autocrático, por hábiles y enérgicos hipnotizadores encargados del
doble cometido de limpiar la herrumbre de la herencia y la rutina y de
imponer ideas y sentimientos conformes con los fines de la sociedad y
la civilización..., amenguarían rápidamente todas las lacerías que
atormentan la miserable raza humana (...) y el proceso de redención
física y moral de nuestra especie habría dado un paso de gigante.[9]
El experimento resultó un éxito y excedió los
cálculos más optimistas. Cesó la criminalidad, reinó el orden y todo el
pueblo se convirtió en una fuente de virtudes.
Al poco tiempo la vida comenzó a ser demasiado
monótona y aburrida y se levantaron las primeras quejas cuando
Mirahonda despertó las reticencias del cura, que lo creía apóstol de
una religión rival, de los abogados, sin pleitos, y de los comerciantes.
Al año y medio la insubordinación se hizo general
y se pidió al doctor que deshiciese el encanto. Mirahonda, reconociendo
imposible una segunda vacunación, cedió al acto de la contrasugestión,
otro nuevo experimento. Dijo haber inventado una contraantitoxina
pasional oral que neutralizaba el principio activo anterior. La demanda
de este licor del mal fue muy elevada, aunque poco costosa, pues era
agua. El resultado fue un estallido de las pasiones comprimidas durante
un año y medio. Finalmente, ante la locura que se apropió de
Villabronca, el médico huyó con su mujer. Concluye el relato con un
artículo que el doctor envía a una revista de hipnotismo con las
conclusiones de su experimento. La conclusión final se expresa en el
siguiente párrafo:
En resumen: mientras el
animal humano sea tan vario y comparta las pasiones de la más baja
animalidad será necesaria, para que el desorden no dañe al progreso, la
sugestión política y moral; más esta sugestión ni deberá ser tan débil
que no refrene y contenga a los pobres de espíritu y salvajes de
voluntad ni tan enérgica e imperativa (cual lo sería la sugestión
hipnótica) que menoscabe y comprima en lo más mínimo la personalidad
ética e intelectual de los impulsores de la civilización.[10]
El
fabricante de honradez
también refleja otro de los temas que interesó a Cajal durante su
estancia en Valencia: el estudio experimental del hipnotismo. Cajal
fundó, junto a varios amigos, un Comité de investigaciones
psicológicas, y recogió en su domicilio una amplia casuística de
hipnosis tanto en personas sanas como enfermas. Sus éxitos se
extendieron por toda la ciudad y, ante la elevada demanda, se vio
obligado a cerrar su consulta. Cajal llegó a practicar la hipnosis a su
propia esposa, Silveria Fañanas, durante los alumbramientos de sus dos
últimos hijos atenuando los dolores del parto. Su resultados, al igual
que los del experimento de Mirahonda, fueron publicados en una revista
científica, La Gaceta Médica Catalana[11]. Cajal se
convertía así en
pionero de la hipnoterapia (Ramón y Cajal Junquera, 2002).
Otras ideas que se desprenden del relato son su
interés por la inmunología (habla de toxinas, antitoxinas, sueros y
vacunas para referirse a las inyecciones inocuas que disfrazaban su
procedimiento de hipnosis) y su afán en cambiar la sociedad propio del
regeneracionismo de la época.
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La casa
maldita
Dice Cajal en el prólogo de este relato que
encierra un transparente símbolo de los males y remedios de la patria y
que, según opiniones, es el menos malo de la colección. Julián es un
joven médico que ha hecho fortuna y regresa a España para casarse con
su prima Inés. En la travesía el barco naufraga y Julián se salva,
aunque pierde casi toda su fortuna, lo que motiva que su tío ordene a
su hija que deje de ver al joven como su prometido. Con el dinero que
consigue salvar del naufragio decide comprar una casa de la que dicen
que está embrujada. Los problemas que presenta, en palabras del
narrador son:
Esa es
la casa maldita, así llamada
porque cuantos en ella han habitado han muerto o enfermado gravemente
antes del año. Muchos dicen que está embrujada y que sus salones crían
sangre, y son recorridos continuamente por duendes y almas en pena...
Añaden que por la noche las ventanas del torreón se iluminan con llamas
rojizas y las campanas de la capilla doblan solas a muerto, como si
manos invisibles tiraran de la cuerda... (...)
Sepa su
merced que la desgracia no
persigue tan sólo a las personas que se arriesgan a vivir, sino también
a las vacas, carneros y caballos apacentados en sus praderíos; en
cuanto prueba la hierba envenenada, todo ganado muere sin remedio (...)
Ni
faltaban viejas que juraban haber
sorprendido más de una vez brillar en las ventanas del torreón luces
siniestras, mientras que de las solitarias estancias del vacío palacio
salían lastimeros gemidos y horrísonos ruidos de cadenas...
Julián instaló en la casa un magnífico laboratorio
de análisis bacteriológico, histológico y químico, reunió una
importante biblioteca científica y se dedicó al estudio de las
enfermedades infecciosas. De esta manera, encontró explicación
científica a los encantamientos de la casa.
Llegó a la conclusión de que las muertes que se
producían en la casa eran debidas al paludismo y a las fiebres
tifoideas. La malaria la habría traído el primer habitante de la casa,
que llegó desde las Antillas con la enfermedad y, este, según
demostraban algunos estudios, pudo infectar a los mosquitos de la
localidad. Del mismo modo aisló e identificó a las bacterias
responsables de las fiebres tifoideas y explicó la muerte de los
animales por el carbunco o ántrax; las manchas de sangre de las paredes
también tendrían un origen microbiano: serían colonias de una bacteria
inofensiva, Micrococcus prodigiossus. Identificados
los males de la casa, tomó las medidas oportunas para evitar que de
nuevo aparecieran las enfermedades: eliminó las charcas pantanosas
donde crecían las larvas de Anopheles, quemó los
huesos de las reses muertas, con lo que eliminó las esporas del Bacillus
anthracis. La finca pasó a ser próspera sin que Julián
desarrollase ninguna de las enfermedades que habían padecido sus
anteriores inquilinos.
El resto de los fenómenos extraños observados en
la casa quedarían explicados en un encuentro amoroso entre los dos
jóvenes en la casa, tras el cual Julián toma una fotografía. La luz del
magnesio utilizada a modo de flash explicaba los relámpagos observados
dentro de la casa; el proceso posterior de revelado en el laboratorio,
llevado a cabo bajo una luz roja, explicaba los resplandores rojizos
observados de noche por los lugareños.
Finalmente, los jóvenes se casarían, tendrían
hijos y serían felices durante el resto de sus vidas.
En las páginas finales de la historia se intercala
una conversación entre don José, el cirujano del pueblo, un espiritista
cuyo apodo era Allan Kardec, Ramascón, un viejo capitán de navío y don
Timoteo, abogado, en la que discuten sobre el valor de la religión, la
ciencia y la superstición en el mundo y en la que se ofrecen distintos
puntos de vista. Cajal mostraba en el prólogo de los Cuentos
sus simpatías por don José.
De nuevo, es posible ver elementos autobiográficos
en este relato de Cajal. Al igual que Julián, don Santiago estuvo en
América -fue enviado a la guerra de Cuba- donde estudió las
enfermedades tropicales y donde contrajo malaria y disentería. Su
faceta como microbiólogo en Valencia también queda patente, y así,
defiende la hipótesis microbiana de la enfermedad, como ya se ha
comentado antes.
Queda también patente el interés del Cajal por el
espiritismo, interés que surgió durante sus años de estancia en
Valencia. El apodo del espiritista, Allan Kardec, responde al fundador
del espiritismo, quien cambió su nombre rememorando, según él, una vida
anterior y al que Cajal se refiere en sus Recuerdos.
Junto al hipnotismo, el Comité de investigaciones psicológicas
investigó mediums y espiritistas sin que se pudieran reproducir en su
presencia los fenómenos extraordinarios. Cajal plantea que si no se
pueden reproducir es porque son imposibles:
¿Fracasaron
quizá por imposibles? Tal
creo hoy. Los secuaces de Allan Kardec y los partidarios de la fuerza
cerebral radiante, dirán acaso que no tuve suerte. Sin embargo puse en
mis observaciones la mejor voluntad y no escatimé gasto ni diligencia
para procurarme los sujetos dotados de virtudes más trascendentales.
Pero bastaba con que yo asistiera a una sesión de adivinación,
sugestión mental, doble vista, comunicación con los espíritus, posesión
demoníaca, etc. para que, a la luz de la más sencilla crítica, se
disiparan todas las propiedades maravillosas de los mediums o de las
histéricas zahoríes.[12]
Cajal
llegaría a escribir con posterioridad un
libro sobre hipnotismo, espiritismo y metapsíquica. Lo concluyó unos
meses antes de su muerte, pero el manuscrito se perdió durante la
Guerra Civil, cuando fue bombardeado el Instituto de Higiene Alfonso
XIII[13]
(Ramón y Cajal Junquera, M.A., 2002).
Otro aspecto a destacar en relación a este relato
es el interés de Cajal por la fotografía, del cual deja constancia en
sus Recuerdos en términos que nos llevan a lo expuesto en La
casa maldita:
Más tarde, casado ya, llevé
mi culto por
el arte fotográfico hasta convertirme en fabricante de placas al
gelatino-bromuro, y me pasaba las noches en un granero vaciando
emulsiones sensibles, entre los rojos fulgores de la linterna y ante el
asombro de la vecindad curiosa, que me tomaba por duende o
nigromántico.[14]
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El
pesimista corregido
Juan Fernández es un joven médico con una visión
muy negativa de la vida que ha perdido recientemente a sus padres por
enfermedades infecciosas y que se encuentra convaleciente de una fiebre
tifoidea. A ello se une el no haber tenido éxito en unas oposiciones a
cátedra en la Universidad de Madrid y la desidia de su novia.
En un momento de desesperación en el que se
plantea por qué existen las bacterias se le aparece el numen de la
ciencia, quien le dota durante un año de la capacidad de que sus ojos
vean los objetos amplificados con 2000 aumentos.
A partir de ese momento, sus ojos se han
convertido en microscopios en virtud de la multiplicación de cada
receptor retiniano en centenares de menor tamaño con lo que aumenta su
poder de resolución. Y desde entonces es capaz de visualizar todo el
mundo microscópico que rodea a los seres humanos, llegando a ser
testigo del contagio de enfermedades infecciosas entre distintas
personas.
Juan también advierte los inconvenientes de ese
don. Observa bacterias por todas partes, incluso en la comida, le
molesta la luz y aprecia las irregularidades de la piel de las mujeres,
entre ellas su antigua novia, que las transforman en seres capaces de
inspirar lástima.
A los seis meses, Juan decide aprovechar su
capacidad en beneficio de la humanidad y comienza a investigar los
secretos de la vida. De esta manera observa el espacio con telescopios
advirtiendo detalles antes no vistos, y como sucede con otros
protagonistas de los relatos, monta un laboratorio micrográfico y
bacteriológico. Publicó artículos que renovaban el conocimiento
científico y abrían nuevos campos de investigación pero que no fueron
aceptados por incomprendidos.
En su desencanto tiene un nuevo encuentro con
Elvira, su antigua novia, y de nuevo surge el amor. Cumplido el año,
pierde su poder y cambiada su personalidad retoma su relación con la
muchacha concluyendo el relato con un final feliz.
Son varios los aspectos a destacar en este relato.
En primer lugar, la forma en que Cajal resuelve científicamente el
aumento de la visión de Juan. Siendo imposible hacerlo mediante la
óptica (supondría un aumento impensable de la lente ocular, el
cristalino) lo hace modificando el poder de resolución del sistema;
algo similar a lo que sucede con los sensores de las modernas cámaras
digitales, en las que sin modificar la óptica se consigue una mayor
capacidad de detalle.
En este mismo sentido, también Cajal anticipa
nuevos instrumentos de observación y la descripción que de ello hace
nos recuerda al fundamento del microscopio electrónico:
Algún día os será licito
quizá rastrear la morfología y costumbres de tan diminutas y
ultramicroscópicas organizaciones confinantes con la nada y muy
distantes aún de las más groseras construcciones moleculares. Mas para
ello os será fuerza abandonar los sencillos principios de la óptica
amplificante fondados sobre el fenómeno banal de la refracción de las
ondas luminosas visibles (oscilaciones bastas sobre las que cuales solo
ejercen influencia partículas superiores a unas décimas de ) y
recurrir a radiaciones invisibles, infinitamente delicadas y todavía
ignotas, de la materia imponderable.[15]
Éste, no utiliza la luz, sino una radiación de una
longitud de onda mucho menor, los electrones, y no requiere lentes
materiales, sino potentes electroimanes; es una radiación invisible al
ojo humano y, por ello, las imágenes se suelen obtener mediante
fotografías o proyectadas en pantallas sensibles a los electrones.
Por otro lado, también hay una referencia
interesante en el relato en la que se podría ver un antecedente de la
moderna teoría endosimbióntica de Margulis y Sagan sobre el origen de
la célula eucariota:
Las imperceptibles colonias
intracelulares, especie de federaciones simbiónticas, que ahora
solamente comienzan a alborear, a título de arriesgadísimas conjeturas,
en la mente de algunos sabios audaces.[16]
Otra cuestión que llama la atención en el relato
es cómo, a pesar de su enorme capacidad de observación, los trabajos
publicados por Juan Fernández no gozan de la aceptación de los
científicos. En una situación similar debió de verse Cajal; en su caso,
su capacidad de observación no dependía únicamente del microscopio,
sino de su genial intelecto que le hacía llegar a conclusiones que
escapaban a muchos de los científicos de entonces. No olvidemos cómo
Cajal debió convencer personalmente de sus observaciones a sabios de la
talla de Kolliker para que su trabajo fuera mundialmente reconocido.
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El
hombre artificial y el hombre natural
El último de los relatos que aparece en los Cuentos
de vacaciones es el menos científico de todos, pero quizá el
que mejor expresa el sentimiento de Cajal hacia la España de la época y
su deseo de cambio. Es un diálogo entre dos amigos con distintas
concepciones de la vida que se encuentran tras mucho tiempo y a los que
la fortuna ha sonreído de forma desigual. Uno de ellos, Juan Miralta,
es español nacionalizado francés, célebre ingeniero que dirige una
fábrica importante y defensor de las modernas teorías de la época como
el positivismo y la evolución. Al igual que sucedía con don José en La
casa maldita, Cajal muestra en el prólogo sus simpatías por
este personaje.
El otro protagonista, Esperaindeo Carabuey, barón
del Vellocino, (nótese la diferencia de los nombres) es un hombre fruto
de la inseminación artificial de su madre con una jeringuilla. Es
profundamente religioso, desdeña las ciencias positivas como la
Biología, las Matemáticas o la Física y que siente pasión por la
Retórica, las Humanidades y la Teología y ha dedicado su vida a la
política.
Cuando se encuentran, ambos cuentan distintas
experiencias vitales. Mientras Jaime ha triunfado en la vida,
Esperaindeo va de fracaso en fracaso. Decepcionado por la política, en
la que nunca ha llegado a estar en primer plano eclipsado por otros,
también ha sido abandonado por su esposa. Tras un largo diálogo en el
que cada uno cuenta sus experiencias y en las que cada uno opina sobre
las teorías de la época, Esperaindeo renuncia a su vida anterior y
acepta un puesto bien remunerado como secretario particular de Jaime.
Cajal aprovecha este relato para comentar cómo
debe ser la educación de los jóvenes, atacar a los responsables del
sistema educativo y presentar las ventajas de las teorías científicas
de entonces, como el positivismo y el evolucionismo.
Junto a las continuas referencias científicas que
impregnan los cuentos anteriores, es este el que mejor expresa el
carácter regeneracionista de Cajal, el desarrollo de una educación
científica en el que se manifestase su deseo de hacer que la patria
alcance sus más altas cotas de grandeza a través del trabajo y del
conocimiento científico.
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Conclusiones
Los Cuentos de verano de Cajal
responden principalmente a dos cuestiones: la actividad científica y
las vivencias que interesaron a don Santiago durante sus años en
Valencia y su deseo de regenerar el país a través de la educación y el
conocimiento científicos. Son ambos los elementos presentes a lo largo
de todos los relatos. En la mayoría de ellos, la infección y los
conceptos relacionados con ella son elementos en torno a los que gira
todo el relato; el hipnotismo o el rechazo científico al espiritismo y
la pasión de Cajal por la fotografía son otros temas tratados.
Se aprecia
también el reconocimiento de Cajal
hacia los grandes clásicos[17]. A
secreto agravio, secreta
venganza toma su nombre la obra homónima de Calderón de la
Barca, aunque su temática se ajusta más a El médico de su
honra, también del mismo autor. También la historia contada
en El fabricante de honradez recuerda a El
retablo de las maravillas de Cervantes.
La lectura de la obra literaria de Cajal da cuenta
de su dominio del lenguaje. Completamente diferente en cuanto a estilo
de su obra científica, en la que los textos presentan la sobriedad del
lenguaje científico, en su obra literaria también se pueden apreciar
diferencias: los Cuentos muestran un lenguaje
retórico con un estilo sobrecargado, a la vez que lleno de elementos
satíricos, que no aparece en el resto de sus escritos. No en vano sería
Cajal elegido Académico de la Lengua, aunque no llegara a tomar
posesión de su sillón.
Cajal, gracias a sus relatos, puede ser
considerado como uno de los pioneros de la ficción científica (Otis,
2002). Si atendemos a la definición que Bailey hace de la ciencia
ficción en 1947 y por la que la describe como un género caracterizado
por la invención imaginaria o por las aventuras y experiencias que
derivan de los descubrimientos de las ciencias naturales, racionalizado
en lo posible al conocimiento científico, los Cuentos
de don Santiago, exceptuando quizá el último, se adecúan perfectamente
a este concepto. En todos ellos está presente el método científico en
el planteamiento de su argumento e, incluso en los basados en
circunstancias imaginarias, como El pesimista corregido
o el relato perdido acerca del viajero a Júpiter, sus fundamentos están
plenamente basados en el conocimiento científico. Cajal, en este
sentido, se anticipó a autores posteriores, como Isaac Asimov con su Viaje
alucinante, o su secuela ,Viaje alucinante II:
destino cerebro, las cuales han sido llevadas al cine, o como
Umberto Eco, con El nombre de la Rosa, cuyo
argumento también gira en torno a un libro cuyas páginas han sido
envenenadas, aunque no con el afán de venganza que aparece en el relato
de Cajal sino para impedir que fuese leído.
Concluimos este artículo con un último texto de
Cajal, en el que une el conocimiento científico a una visión poética
del futuro de la vida en la Tierra. Referido al protoplasma, pertenece
a una de las obras más tempranas de don Santiago, publicada en la
revista La Clínica de Zaragoza y en la que aún
firma con el pseudónimo del Doctor Bacteria:
Quién
sabe, acaso ese protoplasma semidios fenecerá también en aquel día
apocalíptico en que la antorcha solar se apague, el rescoldo central de
nuestro globo se enfríe, y no queden sobre su corteza seca y arrugada
más que infecundas cenizas. ¡Día tremendo, soledad aterradora, vacío
incomprensible, noche oscurísima aquella en la cual se apague, con la
luz de la naturaleza, la luz del pensamiento! Pero no; esto es
imposible. Aquel protoplasma soberano cuyas creaciones llenaron el
espacio, que taladró cordilleras, que multiplicó los mares, que jugó
con el viento, con el vapor y con el rayo, que esculpió el planeta para
hacer de él un palacio digno de grandeza y subyugó a las fuerzas
naturales haciéndolas servidores humildes de sus caprichos, no puede
morir nunca. Cuando nuestro miserable planeta envejezca y el frío de
los años haya apagado el fuego de su corazón, y la tierra se torne
infecunda, y el sol amenace sumirnos en noche eterna, el protoplasma
orgánico habrá tocado la perfección de su obra, y el nuevo rey de la
creación abandonará para siempre la humilde cuna donde se meció en su
infancia, y asaltará otros mundos, tomando solemne posesión del
Universo.[18]
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Agradecimientos
Mi más sincero agradecimiento al doctor Miguel
Freire, del Instituto Cajal, cuya información y asesoramiento han
resultado imprescindibles para la realización de este artículo.
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Notas a pie
- Ramón y
Cajal, Santiago (2006). Recuerdos de mi vida.
Edición de Juan Fernández Santarén. Editorial Crítica. Barcelona. [Volver
a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (1991). Reglas y consejos sobre investigación
científica. Colección Austral. Espasa Calpe.[Volver
a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (2007). Mi infancia y juventud. El mundo
visto a los ochenta años. Las Tres Sorores. Zaragoza.
Gobierno de Aragón.[Volver
a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (2006). Recuerdos de mi vida.
Edición de Juan Fernández Santarén. Editorial Critica. Pag. 243.[Volver
a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago. Recuerdos de mi vida (op. cit),
pags. 263-264.[Volver
a la lectura]
- Gimeno,
Amalio (2006). Un habitante de la sangre. Real
Academia de Medicina de Murcia.[Volver
a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (2007). Cuentos de vacaciones. Las
Tres Sorores. Pag. 259.[Volver
a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (2007). Cuentos de vacaciones. (op.
cit), pag. 289.[Volver
a la lectura]
- Ramón y
Cajal. Santiago (2007). El fabricante de honradez. Cuentos de
vacaciones. Op. cit. Pag. 300.[Volver
a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (2007). Cuentos de vacaciones. Op
cit. pag 315.[Volver
a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (1889). Dolores del parto considerablemente atenuados
por la sugestión hipnótica. Gaceta Médica Catalana,
12, 31 de agosto de 1889.[Volver
a la lectura]
- Ramón
y Cajal, Santiago (2007). Recuerdos de mi vida (op.
cit) pag. 391.[Volver
a la lectura]
- Ramón y
Cajal Junquera, M. A. (2002). Santiago Ramón y Cajal y la hipnosis como
anestesia. Rev. Esp. Patol. 35(4), 413-414.[Volver
a la lectura]
- Ramón y
Cajal, Santiago (2007). Recuerdos de mi vida (op.
cit) pag. 343.[Volver
a la lectura]
- El
pesimista corregido (op. cit) pag. 370.[Volver
a la lectura]
- El
pesimista corregido (op. cit) pag. 370.[Volver
a la lectura]
- Otis,
L. (2001). Ramón y Cajal, a pioneer in science fiction. Int.
Microbiol. 4:175-178.[Volver
a la lectura]
- Dr
Bacteria (Santiago Ramón y Cajal). Las maravillas de la Histología.
Continuación. La Clínica. Zaragoza 14 de octubre de
1883, pag. 322-323.[Volver
a la lectura]
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