La salud de Mozart comenzó a quebrarse definitivamente unos meses antes de su muerte. Su enfermedad estuvo unida a la composición de su Réquiem; encargado en unas circunstancias misteriosas, su salud fue empeorando a medida que lo escribía. Obsesionado, trabajó sin descanso y consciente de la gravedad de su enfermedad comprendió que sería para él.
Mozart comenzó a encontrarse mal en octubre, cuando comentó a Constanza, su mujer, sus sospechas infundadas de que había sido envenenado. El 19 de noviembre, tras unos terribles dolores de cabeza, sufrió un ataque cerebral en el que perdió la consciencia y entró definitivamente en cama. Aún así, la obsesión por el Réquiem duraría hasta los últimos momentos de su vida. El día cuatro de diciembre, aún tuvo fuerzas para cantar algunas partes de su obra y para dar instrucciones a su discípulo Süssmayr sobre como finalizarlo. Posteriormente la fiebre aumentó, entró en coma y murió sobre las una de la madrugada del 5 de diciembre de 1791 acompañado por su mujer, la hermana de ésta y su médico.
A la muerte de Mozart, la situación económica de la familia era tan precaria que Constanza le dio el entierro más barato posible. Su ataúd fue de alquiler; era un féretro reutilizable en el que el fondo se abría para dejar caer el cadáver en la fosa, envuelto tan sólo en un sudario. El entierro de Mozart se apresuró dado el estado de descomposición que comenzaba a presentar su cadáver.
Sobre las dos y media de la tarde del seis de diciembre la comitiva fúnebre se dirigió a la catedral de San Esteban donde Mozart recibió las últimas bendiciones. No se enterró en la catedral porque el emperador ilustrado José II había prohibido los enterramientos en las iglesias por el olor que desprendían los cuerpos en descomposición. Seguidamente el cadáver sería trasladado al cementerio de Saint Marx, situado en un extremo de Viena, a más de una hora de camino del centro de la ciudad.
Tras el funeral, el tiempo se volvió muy desapacible y un temporal de lluvia, nieve y granizo hizo que la comitiva fúnebre, en que la que estaban Antonio Salieri, Franz Xaver Süssmaier y numerosos músicos de la orquesta del Teatro de la Corte, se disolviera a las puertas de la ciudad. Nadie acompañó a Mozart en su último viaje. Fue enterrado en una fosa común con capacidad para 16 personas con la única presencia del enterrador y de su hijo. Se ha dicho que para identificar los restos de Mozart, el sepulturero fijó un alambre al cuello del cadáver cuando fue enterrado.
Según se dice, el supuesto cráneo de Mozart, al que le faltaba la mandíbula inferior, fue recuperado en 1801 por un sepulturero llamado Joseph Rothmayer cuando la fosa fue reexcavada. No se sabe que pasó con él hasta 1842, cuando llegó a las manos de un grabador llamado Jacob Hyrtl. Este lo legó en 1868 a su hermano Joseph, un profesor de anatomía que a su vez lo mostró a su compañero de estudios, Ludwig August Frankl, quien fue el primero en hacer una descripción detallada del cráneo. Hyrtl legó el cráneo a la ciudad de Salzburgo, pero desapareció y no llegó a la ciudad natal de Mozart hasta 1902.
Desde entonces el cráneo ha sido objeto de diversos estudios e investigaciones; sin embargo, ninguna de éstos ha llevado a conclusiones definitivas sobre la autenticidad de la calavera. El desarrollo de las modernas técnicas genéticas de identificación forense proporcionaría nuevas posibilidades para resolver definitivamente el dilema.
En 2005, y con vistas al 250 aniversario del nacimiento del compositor, se inició un estudio en el que se compararía el material genético del cráneo con otras muestras atribuidas a Mozart o a familiares suyos. Se utilizó ADN mitocondrial procedente de dos dientes del cráneo, de dos pelos procedentes de dos mechones diferentes supuestamente de Mozart y de restos óseos de su abuela materna, Euphrosina Perlt, y de su sobrina Jeannette. La utilidad del ADN mitocondrial radica en que se hereda exclusivamente por la línea materna; cualquier individuo tiene exactamente el mismo que su abuela materna, que su madre, sus hermanos o los hijos de sus hermanas; de ahí su utilidad para los estudios de identificación genética.
Las muestras se analizaron simultáneamente en dos laboratorios diferentes, en el Instituto de Medicina Forense de Innsbruck y en el Laboratorio de Identificación de ADN de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos en Rockville, Maryland.
Los resultados, hechos públicos a principios de 2006, han resultado sorprendentes por cuanto no se ha podido demostrar identidad entre ninguno de los ADN comparados. El ADN extraído del cráneo no coincide con el obtenido de las muestras capilares ni tampoco coincide con el procedente de la abuela y la sobrina de Mozart. El procedente de los dos pelos tampoco coincide entre sí ni con el los restos de las familiares del compositor. Pero tampoco coincide, como así debiera ser, el ADN de la abuela y de la nieta, con lo cual los restos de al menos alguna de éstas no se han identificado correctamente y no pertenecen a quien se creía. En resumen, se dispone se cinco muestras de ADN y ninguna de ellas coincide con las demás. Los resultados son incuestionables dado que los dos laboratorios que han analizado las muestras, independientemente, han llegado a las mismas conclusiones.
Más de doscientos años después de la muerte de Mozart el misterio sobre la identidad del cráneo de Salzburgo continua. Los resultados negativos en las pruebas genéticas de identificación forense, unidos a las circunstancias poco claras de la recuperación de la calavera, hacen muy poco probable que el cráneo de Salzburgo pertenezca a Mozart. Sin embargo, tampoco se puede afirmar rotundamente que no lo sea, pero para ello habría que admitir que los pelos analizados no son suyos y que los restos exhumados tampoco pertenecen a sus familiares. Aún así, tampoco se podría afirmar tajantemente su identidad: seguiría faltando la prueba definitiva, alguna muestra biológica indudablemente relacionada con Mozart o con su familia con la que establecer la comparación decisiva, lo que por ahora no parece inmediato. |