Laboratorio de Antropología. Universidad de Granada
En la portada última de Pasaje a la Ciencia, la del año pasado, se daba a conocer un sencillo poema de juventud de nuestro científico más grande. Además, era poeta.
Los poetas eligen con cuidado las palabras, las enredan delicadamente con otras para que sus ecos suenen nuevos, para estremecernos. Los poemas se convierten de ese modo en ríos de sensaciones que nos alcanzan y nos inundan, que nos transportan.
Será por eso que aquel poema ha unido también las épocas. Las palabras que encierra sugirieron en un instante la idea para el homenaje a Darwin.
No sé si él escribió poemas, pero sus palabras ordenadas, el ritmo pausado, constante y firme de sus relatos han atrapado las vivencias -las suyas y las de tantos-, recreando sobresaltos y pasiones desde un tiempo remoto, para que las contemplemos activas recorriendo fugaces la red misteriosa que D. Santiago deshilvanó para que nos comprendiéramos, tal vez para que nos amáramos.
Por todo eso he desempolvado aquel libro que mimaba desde que era estudiante, porque estaba emocionada.
Cuando en 1872 ve la luz la obra de Charles Darwin La expresión de las emociones en el hombre y los animales el interés por sus ideas seguía en aumento a pesar del acalorado debate académico y social suscitado desde la aparición trece años antes de su obra más destacada El origen de las especies por medio de la selección natural.
Tras hablar de una manera explícita sobre evolución de los humanos en El origen del hombre y la selección en relación al sexo, su interpretación de la evolución entraba sin reparos en la consideración de nuestra propia especie dentro del esquema general de cambios graduales de los seres vivos generación tras generación. Con La expresión de las emociones en el hombre y los animales va mucho más allá, porque la idea se aplica a las manifestaciones de los estados del espíritu. Con ese título Darwin avanza de manera resuelta en la exposición de observaciones y pruebas que apoyan los procesos de herencia y selección también de los gestos y conductas ligadas a las emociones.
La lectura de La expresión de la emociones en el hombre y en los animales, suscita en el lector una inacabable admiración por el genial Charles Darwin puesto que se multiplican en esta obra de madurez, de gran riqueza, las particularidades tantas veces alabadas en su labor como científico: su extraordinaria capacidad de observación y recopilación de datos, la meticulosidad de sus descripciones, el extenso conocimiento sobre las formas vivas y los procesos naturales, todo ello unido a la claridad en la exposición de sus argumentos, muchas veces ilustrados con sencillos ejemplos de la vida cotidiana.
Las diversas partes del libro están plagadas de agudas comparaciones y propuestas explicativas de gran profundidad en las que recurre con gran solvencia a sus amplios conocimientos anatómicos y fisiológicos. Aparecen también comentarios honestos que traslucen duda o inseguridad cuando desconoce las causas de los fenómenos a los que se refiere:
«El asunto que abordamos está lleno de oscuridad. ..Por otra parte, nunca resultó inútil al hombre formarse una justa idea de su ignorancia.» Tomo II pg 47.
A esta publicación se suele aludir en los capítulos sobre la historia de disciplinas como etología, antropología, psicología y ciencias afines, por su papel de precursora. Aparte de algunas citas textuales, no han trascendido mucho sus contenidos, por lo que no es conocido el grado de originalidad o validez de sus planteamientos, los cuales han ejercido su verdadera influencia en el último cuarto del siglo XX, unos cien años después de su aparición. Esa falta de difusión puede responder a las dificultades intrínsecas con las que la Ciencia, incluida la actual, tropieza al abordar el comportamiento. El problema tiene su lejano punto de partida en la dicotomía derivada de los planteamientos de Descartes que inicialmente separaron abordajes científicos y humanísticos al hecho vital humano. Los conceptos excluyentes de materia y espíritu, cuerpo y alma, son el resultado de una visión segmentada y antagónica del ser humano. Tal separación, que ahora parece insostenible, ha lastrado el desarrollo y el mutuo entendimiento entre algunos campos del saber hasta nuestros días.
Darwin traza desde el principio de su obra una visión excepcional de continuidad entre lo animal y lo humano, y se anticipa a la ahora buscada percepción holística de los seres vivos, es decir, al intento de aunar los conocimientos modernos en una visión integrada y complementaria del fenómeno vital a partir de todos los posibles niveles funcionales de análisis de los organismos: molecular, celular, morfológico, fisiológico, ecológico, conductual, etc. Es de destacar la naturalidad con que el autor asume que las emociones existen tanto en animales como en humanos y que sus manifestaciones se pueden comparar. Conductas y emociones son percibidas también como propiedades innatas con variaciones propias de cada especie:
«Todo induce a creer que los gestos que expresan la hostilidad y el afecto son unos y otros innatos o hereditarios, porque son casi idénticamente los mismos en las distintas razas de estas dos especies y en todos los individuos, viejos y jóvenes de la misma raza» Tomo I pp 36-37.
En sus descripciones se centra en lo observable y se cuida de aclarar la correspondencia entre los estados -la emoción- y sus manifestaciones -las conductas- , que son analizadas de forma pormenorizada y disecadas en sus componentes musculares y sensitivos cuando los conoce, para así hacer propuestas sobre su origen:
«Más adelante trataré de demostrar que los gestos opuestos de afirmación y negación, como el de agachar la cabeza y el de moverla lateralmente, fueron tal vez naturales en su origen» Tomo I, pg 40.
Por su historia de evolución muchos de los caracteres de la expresión parecen haber perdido la función adaptativa inicial, aunque su carácter transmisible los perpetúa aparentemente sin utilidad, una consecuencia que Darwin resalta más de una vez:
«Es seguramente un hecho notable la permanencia hasta la época actual de los pequeños músculos lisos que enderezan los pelos tan poco compactos en el cuerpo, casi sin vello, del hombre. No es menos interesante observar que estos músculos se contraen bajo la influencia de las mismas emociones que hacen erizarse los pelos de los animales…» Tomo V, pg. 67.
Al ser transmisibles, las conductas están sometidas a la selección y la evolución como cualquier otro rasgo. Esa convicción coloca a Darwin, después de Aristóteles, como padre de la Etología, la cual se consolidará durante el siglo XX como ciencia comparada del comportamiento animal y humano. Será reconocida como tal por la comunidad científica un siglo más tarde de la obra de Darwin, cuando se concede el premio Nobel en 1973 a tres de sus más distinguidos representantes: Konrad Lorenz, Niko Tinbergen y Karl von Frish.
Entre los objetivos de esta joven ciencia han estado describir y catalogar las conductas propias de cada especie, relacionarlas con las circunstancias internas y ambientales del organismo, y así desvelar el papel jugado por los comportamientos en su adaptación y evolución. Cada una de esas metas está presente en la obra de Darwin a través de innumerables referencias a gestos y acciones que analiza en sus detalles más ínfimos, los cuales relaciona y compara a fin de deducir su origen y utilidad, evidenciándose una y otra vez ese papel pionero que la obra representa:
«Los que admiten la evolución gradual de las especies, encontrarán un ejemplo muy notable en la perfección con que los movimientos más difíciles pueden transmitirse en la Macroglossa. Poco después del salir del capullo –como lo indica el brillo de sus alas cuando descansa- se puede ver a esta mariposa manteniéndose inmóvil en el aire, su larga trompa filiforme desenrollada, e introducida en los néctares de las flores. Nadie que yo sepa vio nunca a esta mariposa haciendo el aprendizaje de su difícil práctica, que exige tan perfecta precisión». Tomo I, pg 11.
Darwin compone su libro en seis capítulos –en algunas traducciones al español aparecen como tomos-; el primero dedicado a la presentación y enunciado de tres principios que para él explican cómo y en qué circunstancias se generan las conductas, y la forma en que las emociones se expresan en los organismos. Promete demostrarlo a continuación en siguientes apartados, uno dedicado a los animales y otros cuatro a las emociones en los humanos, aunque afirma que lo que exponga lo hará preferentemente referido a lo animales «como menos sujetos a engañarnos«.
Recoge en el Primer Principio el desarrollo de hábitos útiles asociados a un estado, es decir, habla de los movimientos o acciones que aparecen ligados a los diferentes estados. Esos términos no se usan ahora de igual forma, pero es clara la referencia a las conductas específicas con que algunas emociones se manifiestan. Se centra el enunciado de este principio en la génesis de las acciones, aunque en realidad pone especial énfasis, además, en las consecuencias de las mismas. Tiene también en cuenta las variables que intervienen, lo que incluye el hecho de que ninguna conducta queda al margen de los efectos de la mejora y el aprendizaje, sea por asociación, imitación u otros mecanismos. Dice así:
«Los movimientos útiles al cumplimiento de un deseo o al alivio de una sensación penosa, acaban, si se repiten con frecuencia, por tornarse tan habituales, que se reproducen siempre que aparece este deseo o esta sensación, aun en débil grado, y aunque su utilidad sea nula o muy discutible». Tomo VI, pp 51-52.
En este párrafo completo y representativo se concentran varios aspectos de mucho interés referidos a cuestiones que con el tiempo se han investigado por separado, lo que tal vez no ha permitido a la propuesta de este primer principio de Darwin progresar, difundirse y adquirir importancia con el tiempo. Está describiendo a la par las manifestaciones de las emociones – reconocibles y heredables- y el proceso de ingreso de esas conductas al repertorio de acciones de un sujeto, según lo que ocurra después. Es decir, habla de manera concisa del origen remoto de una conducta y de los mecanismos de su mantenimiento en la vida de un individuo concreto. Lo más destacable es que aparecen como indistinguibles los efectos de los procesos filogenético y ontogenético, como en realidad ocurre, y como probablemente haya que abordar en adelante cualquier comportamiento, en su conjunto, con todos los elementos y variables de las que depende.
La descripción es en esencia una síntesis impecable de por dónde ha ido el interés de los estudios posteriores a Darwin: por un lado se ha desarrollado todo lo concerniente a la filogenia de las conductas -más asociada a naturalistas, etólogos y antropólogos entre otros-; en otra línea ha estado el análisis de las causas neurofisiológicas inmediatas de las mismas; y finalmente se encuentra el área extensísima de los mecanismos relacionados con las conductas adquiridas de las que se ha ocupado más la psicología. Una vez más su magnífica intuición le lleva a proponer conceptos –asociación– y parámetros –frecuencia– que serán en el futuro usados para medir si están y progresan los patrones de conducta en el repertorio de un sujeto.
Hay más referencias en otros puntos de la obra a la relación de una conducta con las características del ambiente y con sus consecuencias. Esta cuestión sería desarrollada extensamente después por la reflexología de Pavlov y la ley del efecto de Thorndike. En otras palabras, por el condicionamiento clásico y el operante, los cuales están en la base de los procesos de adaptación ontogenética. Por la gran influencia que durante décadas tuvieron las corrientes ambientalistas y conductistas a que dieron lugar, parece necesario resaltar la atención dedicada por Darwin a ese aspecto. Los etólogos no mostraron inmediatamente interés por esos procesos:
«Con seguridad que, si de alguna utilidad lo son al hombre o cualquier otro animal, como ayuda de los gritos inarticulados o el lenguaje, pueden también emplearse voluntariamente, con lo cual la costumbre de ellos se fortifica» Tomo I, pg 44.
Los efectos de asociación entre las conductas y el ambiente dependen de un principio básico de la vida: procurar o aproximarse a lo que produce placer y evitar o alejarse de lo que produce dolor. A partir de esa premisa se entienden las dinámicas generales de las conductas de un sujeto en un entorno dado, tanto las seleccionadas a lo largo de la historia filogenética, como las que se modulan poco a poco durante la vida en función de las particularidades de cada sujeto. Algunas conductas son muy regulares en su expresión, otras se prestan más a la influencia del ambiente, unas aparecen antes, otras cuando los individuos han alcanzado una cota de desarrollo; se dan las que están limitadas a un momento, en otras hay programación temporal y de ritmo: En definitiva, percibimos la expresión emocional a veces como un ruido de fondo necesario para la vida, otras como fogonazos o estallidos muy oportunos de actividad o de no actividad que sirven a la supervivencia individual y colectiva de los seres vivos.
Desde la perspectiva actual no hay que mostrar sorpresa por la idea errónea que Darwin reitera sobre la heredabilidad de las conductas que él cree son adquiridas. Darwin se deja seducir por la explicación -por lo demás en aquel entonces plausible y de fácil e intuitiva asimilación- de un origen voluntario del comportamiento como solución a un problema o necesidad, comportamiento que se hace costumbre y de su uso frecuente se deriva, según él, su permanencia y transmisión hereditaria. Se deduce, como muchas veces se ha apuntado al valorar su contribución a la Ciencia, que desconocía los principios mendelianos de la herencia. Se sabe ahora que los mecanismos de la herencia no recogen los efectos de la experiencia a lo largo de la ontogenia y, por lo tanto, cualquier comentario en ese sentido ha de ser simplemente descartado. En todo caso su idea de cambio evolutivo es el hilo conductor:
«… hay otros muchos, muy complejos, que se han fijado con la ayuda de la fijación de las variaciones producidas en los instintos preexistentes, es decir, con la ayuda de la selección natural.» Tomo I, pg 24.
El Segundo Principio lo denomina de la antítesis, y se manifiesta cuando las conductas propias de un estado emocional son sustituidas por acciones contrarias, que a su vez corresponden al estado de ánimo opuesto. Sabemos por propia experiencia que hay una incompatibilidad entre determinados estados emocionales que involucran a conjuntos musculares y vías nerviosas distintas, los cuales no pueden entrar en acción de forma simultánea. La importancia de estas observaciones reside en la probable selección independiente y muy rigurosa de las respuestas de manifestación extrema y opuesta, que así se reconocen mejor y contribuyen de manera más efectiva a su respectiva función adaptativa:
«Y nadie sería capaz de poner en duda que muchos movimientos expresivos debidos al principio de la antítesis son hereditarios.» Tomo I, pg 44.
Sin embargo, el principio de la antítesis pierde fuerza y no puede ser declarado universal particularmente cuando habla de las expresiones vocales y musicales ya que el propio Darwin termina admitiendo que en estos aspectos no parece funcionar: no hay nada opuesto entre el ladrido de alegría o los ladridos de cólera, dice. De hecho, particularmente en los humanos, algunas emociones se expresan a veces a través de conductas que parecen corresponder a otras; no saber si reír o llorar, suele describir bien esos estados indefinidos. Más adelante se volverá sobre este tema porque hay cierto aspecto de imprevisibilidad e incertidumbre en la expresión de una emoción que tiene su base neurobiológica.
En muchos ejemplos a lo largo de la obra adjudica intencionalidad a la génesis de una conducta, que hace extensiva al resto de los animales, mostrando una vez más esa apreciación de continuidad animal-humano y la posesión por parte de ellos de unas facultades complejas de voluntad equivalentes a las mostradas por el humano en el desenvolvimiento de su vida normal. El planteamiento podría hacerse a la inversa: muchas de las conductas en humanos, que parecen responder a una intencionalidad o causa razonada, son en realidad resultado del funcionamiento coordinado de sistemas sin la necesaria intervención de planos de conciencia o intención, aunque a los ojos de un observador resulten tan apropiados y oportunos.
En el Tercer Principio de la acción directa del sistema nervioso, de nuevo se anticipa a las modernas concepciones de la estructura del sistema nervioso en donde han sido localizados centros específicos cuya estimulación genera las acciones asociadas a las emociones:
«Ciertos actos que reconocemos como expresiones de tales o cuales estados de espíritu resultan de la constitución misma del sistema nervioso, y han sido, desde el origen, independientes de la voluntad y en gran parte independientes de la costumbre. Tomo I, pg 45.
La comprensión por parte de Darwin del papel determinante del sistema nervioso en el entramado de conductas y emociones, amparándose en sus lecturas de Claude Bernard y otros neuroanatómicos y fisiólogos contemporáneos, es otra de las contribuciones remarcables de la obra. Se detiene en numerosas ocasiones en deducir la intervención del sistema sensitivo-motor, en analizar los músculos implicados, en imaginar la utilidad de esos movimientos y en mostrar los posibles caminos que ha usado la selección. Intuye la dinámica y maleabilidad de los componentes nerviosos con un comentario que la neurociencia ha confirmado:
«No cabe dudar que no se produzca algún cambio físico en las células o las fibras nerviosas cuyo uso es frecuente.» Tomo I, pg 10.
Gestos, movimientos, conductas, expresiones, en realidad son todos términos que se refieren a actividad de los organismos por intervención de un sistema nervioso con vías perceptivas y motoras en una red interconectada muy compleja. Cuando además se maneja el término sentimiento, se completa una escala de complejidad, -estímulo, conducta, emoción, sentimiento- por la que se reconoce un nivel de autopercepción o conciencia, compartida en grado por animales y humanos.
Lo que no está bien entendido aún hoy es si primero es la conducta y después la emoción o a la inversa; si los estímulos que desencadenan las conductas a su vez son los responsables de la emoción o esta surge a posteriori cuando el organismo ha valorado el significado del estímulo y se presta a actuar. De hecho, esta discusión ha sido el hilo conductor durante décadas de las interpretaciones y teorías del siglo XX sobre la emoción en los campos de la neurofisiología y la psicología.
La primera de las interpretaciones que han tenido gran influencia, surgida en 1884, algo más de una década después de que Darwin concentrase la atención sobre el binomio expresión-emoción, se conoce como de James-Lange y centra la atención en los cambios corporales que se producen en respuesta a un acontecimiento o un estímulo. Taquicardia, rubor, temblor, alteraciones digestivas, etc., se asocian a una u otra emoción. Son estos cambios corporales y su percepción por parte del sujeto lo que podría dar lugar a la emoción, dicen. Con esta teoría, también llamada Teoría periférica de la emoción o Teoría de la identidad de la emoción, se abre el camino hacia la idea de la especificidad psicofisiológica de cada emoción, que sólo se cumple en algunos casos.
Con el tiempo, las explicaciones que han dado las sucesivas teorías sobre la emoción se han ocupado del propio estímulo que la desencadena como un automatismo; después, de los cambios corporales propios de la misma que se asimilan a la emoción; más adelante, de la sensación misma que inunda al organismo y lo lanza a la acción. En resumen, la explicación de las emociones ha pasado desde los elementos del exterior o periféricos al sujeto, a las estructuras centrales nerviosas. El debate ha estado en los últimos años en la disposición o jerarquía de los elementos que contribuyen a la expresión de dicha emoción: cuándo actúa el impulso nervioso -si antes o simultáneamente a la emoción-, cuándo lo hace el sistema sensorial que comunica la urgencia de realizar una acción -de defensa, por ejemplo- o en qué grado reacciona el organismo.
El enfoque evolucionista impulsado por Darwin ha seguido impregnando las interpretaciones más avanzadas. Las emociones las constituyen elementos seleccionados adaptativos que entran en acción, pero también se les añaden variaciones individuales que vienen dadas por la propia genética de cada uno y por la historia particular respecto a esa emoción. Luego la experiencia emocional, aunque es identificable, se hace única y propia en cada ocasión.
Consecuencia de esa mirada al pasado filogenético se habla de la superposición en los humanos de estructuras y mecanismos de la emoción que se organizan en sistemas independientes y sin embargo coordinados en los llamados cerebro reptiliano, cerebro mamífero primitivo, cerebro mamífero evolucionado. Sin entrar en detalles de sus localizaciones y componentes, sí podemos hacer referencia a un hecho cierto que las observaciones apoyan: pueden actuar de forma independiente:
«Un hombre no puede a la vez reflexionar profundamente y poner con vigor en juego su poder muscular». Tomo I, pg 53.
Con ello se comprende la existencia de planos funcionales eficaces y regulares que mantienen la vida a través de la respiración, el ritmo cardíaco, los ciclos esenciales de vigilia y sueño, por ejemplo, propios de un nivel primitivo de organización. A otro nivel de coordinación se recogen evidencias emocionales de carácter más adaptativo pero todavía con un grado importante de automatismo, tales como reacciones de huida o miedo, de acercamiento y actividad, según los contextos. Se piensa en un tercer nivel de modulación y control de las expresiones emocionales con implicación de estructuras de la corteza cerebral, de una regulación más fina, ajustado a controles personales y colectivos que dicta nuestra historia propia y nuestra cultura.
El camino de la investigación en este campo ha sido muy fructífero y ha desembocado en una explicación neurobiológica actual que se sustenta en los trabajos clásicos de Papez y McLean, apuntalados por los recientes de LeDoux y Damasio, como autores más destacados. Este último afirma que las emociones son «curiosas formas de adaptación que forman parte de la maquinaria con la que los organismos regulan su supervivencia…(las emociones)…son mecanismos de regulación de la vida interpuestos entre el patrón básico de supervivencia y los mecanismos de razón superior. Las emociones se encuentran siempre relacionadas con la homeostasis y la supervivencia……Son inseparables de los estados de placer y dolor, de recompensa y castigo» Damasio, 2000, pg 20.
Ahora, las nuevas técnicas moleculares y de análisis de imágenes cerebrales asociadas a actividades, movimientos, sensaciones, intenciones, sentimientos o pensamientos, ayudan a buen ritmo a la lectura en vivo de la relación expresión-emoción. Tronco encefálico, diencéfalo y otras estructuras como la amígdala alojan los centros estimuladores de la expresión de las emociones y confirman la interdependencia que algunas de ellas parecen tener entre sí. Sobre todos ellos se sitúa la acción moduladora de centros de la corteza que en los humanos y las especies más próximas lógicamente juegan un papel determinante en el momento de la integración de los comportamientos en el contexto cultural y social.
Paralelamente han ido tomando protagonismo en los procesos emocionales las hormonas, neurotransmisores y otros componentes moleculares que Darwin no alcanzaba a imaginar, adjudicando con razón muchos de sus efectos al propio sistema nervioso. Con un panorama anatómico y fisiológico cada vez más detallado, se vislumbra hoy día la riqueza y diversidad en muchos de los planos de análisis, con lo que la explicación de las emociones en un futuro parece estar más enfocada al conocimiento individualizado de la manifestación emocional y sus posibles desviaciones de los límites esperados para los nuevos y cambiantes entornos biosociales.
Volviendo a la aproximación todavía válida que utiliza Darwin, sabemos que un observador corriente puede acceder a las emociones por medio de las formas en que se manifiestan. Lo hace por el conjunto de movimientos, gestos, posturas que somos capaces de reconocer en nosotros mismos y en los demás. Así, abatimiento y llanto son propios de la tristeza, lo mismo que actividad y sonrisa lo son de los estados de alegría. Puede afirmarse que la emoción y su expresión son las manifestaciones más directas que permiten dar cuenta de la biorregulación de un organismo complejo. En conjunto permiten comprender las variaciones naturales en los estados internos de los organismos que se dan paralelas a las situaciones también bastante complejas y oscilantes del ambiente.
Cada especie muestra sus emociones de forma diferente, porque diferentes son su anatomía y su fisiología así como el medio ambiente en el que se desarrollan y al que están adaptados. Sin embargo, es frecuente encontrar similitudes en los movimientos y modos de expresión de los estados internos lo cual habla por lo general de una relación y proximidad filogenética. Así, las posturas y movimientos de orejas y rabo en los lobos, tan parecidas a las que muestran la mayoría de los perros, son prueba de su bien demostrado parentesco a pesar de la variedad y número de formas distintas a que han dado lugar en poco tiempo.
Aunque no hay acuerdo, se suele admitir que hay seis emociones básicas universales en los humanos: felicidad, tristeza, miedo, ira, sorpresa y aversión/asco. Existe otro conjunto por algunos llamadas «sociales» como vergüenza, celos, culpa, y orgullo, por ser generadas en relación al grupo y que se unen a las denominadas «de fondo», aquellas que tienen una expresión menos reconocible y específica, pero suelen ser referencia y sensación elemental como son bienestar, malestar, calma, tensión, energía, fatiga, anticipación y desconfianza.
A esa lista pueden sumarse más, dada la inespecificidad en la manera y la intensidad con que se expresan algunas de ellas. Manifestaciones corporales del tipo palpitación, sudoración, agitación del ritmo respiratorio, o incluso la risa, o el llanto, no necesariamente son signo de una sola emoción; más bien pueden asociarse a muchas de ellas creando un abanico muy rico de acciones expresivas con carácter casi individual:
«Nos encontramos expuestos a confundir actitudes o expresiones convencionales o artificiales con las innatas o universales, que son las únicas que merecen ser colocadas entre las expresiones verdaderas». Tomo I, pg 34 y 35.
Como anécdota se cita la contratación por Darwin de actores para recrear las expresiones faciales más significativas para fotografiarlas. Los resultados no siempre fueron satisfactorios. Se sabe ahora que la expresión voluntaria o fingida de una emoción se encuentra controlada por estructuras neuroanatómicas -las proyecciones cortico-bulbares- que no participan en la expresión auténtica y espontánea de las emociones. Desde los trabajos en el XIX del neurólogo G.B. Duchenne, se conoce el papel del músculo orbicularis oculi o músculo de Duchenne en las manifestaciones espontáneas de alegría. La sonrisa falsa nunca lleva a la contracción de este músculo. Las escuelas de actores y mimos se esfuerzan por enseñar métodos -como el famoso Stanislavsky- con los que recrear la emoción imaginándose a sí mismos en tales circunstancias. Sólo entonces la expresión facial fluye de manera natural y creíble. A la inversa, dada la correspondencia entre los estados emocionales, su expresión y las manifestaciones fisiológicas, es útil imitar con intensidad los movimientos y acciones propios de una emoción para que ésta surja o se intensifique. Por eso la risoterapia y la exageración tienen sus partidarios.
Se propone en la actualidad que las manifestaciones de los estados emocionales podrían situarse en algún punto de un continuo desde acciones de intención, a manifestaciones claras y específicas de un estado tipificado y reconocible. Ese punto dependería -como se deduce de todo lo visto- de diversos factores. De entre ellos habría que destacar la dimensión que algunas culturas han dado a ciertas emociones, bien descartándolas -a través de la educación o de otro modo-, bien modulando desde la infancia la manifestación de otras más particulares y extrañas. Así, el amae designa una emoción típicamente japonesa de unión y necesidad de aprobación de los demás, tan incomprensible para nosotros los occidentales, más individualistas. Por ser también rara, sorprendente a otros el sentimiento bastante generalizado en el mundo hispano de la denominada vergüenza ajena, que en algunos textos en inglés aparece como spanish shame.
Darwin, seguramente por los mismos motivos que aún hoy no se propone una cantidad ni un límite, no enumera las emociones, sólo utiliza cinco capítulos -el grueso de la obra- para extenderse con acierto sobre lo que sucesivamente titula «medios específicos de expresión de los animales«, «medios específicos de expresión en el hombre» y «medios de expresión de estados anímicos varios«, en una malabarista labor de organización de la información y observaciones acumuladas en apoyo de los principios generales que había enunciado en la parte inicial de su libro. La cantidad de notas y comentarios que se van sumando con cada apartado es abrumadora. En la parte final del escrito pone su esperanza en haber podido explicar las expresiones en base a ellos, aunque termina indicando:
«Es preciso, no obstante, confesar que en ciertas ocasiones es imposible decidir qué parte le toca, en cada caso particular, a tal o cual de nuestros principios. Y aún hay muchos puntos que no se explican en la teoría de la expresión.» Tomo I pg 65.
Sean útiles o anacrónicos los tres principios que guían su exposición, y a pesar de que las explicaciones de Darwin contienen lógicas lagunas desde la perspectiva del conocimiento científico actual, la mayoría de sus recursos metodológicos han marcado el camino y siguen vigentes hoy día. Así, es clásica la observación de primates, el grupo al que pertenecemos y con los que de inmediato detectamos afinidades que nos sorprenden y divierten, o tal vez nos sobrecojan o incomoden:
«El babuino manifiesta su cólera de otro modo, según observaciones hechas por Brehm en los que estudia en Abisinia. Golpean el suelo con la mano, como el hombre irritado golpea con el puño sobre una mesa colocada delante de él… …pero parece tener más bien por objeto la busca de una piedra o de cualquier otro proyectil» Tomo II, pp 66 y 67.
Comparar entre sí y con los humanos a orangutanes, gorilas y chimpancés, los parientes vivos más próximos, ha sido imprescindible para la comprensión de nuestra propia conducta y sigue siendo una práctica interesante en el intento de reconstrucción de las conductas de nuestros antecesores en la línea de los humanos. Darwin da cuenta de cuánto nos parecemos:
«La apariencia de abatimiento en los orangutanes y en los chimpancés jóvenes, cuando están enfermos, es tan manifiesta y casi tan conmovedora como en nuestros hijos. Este estado del espíritu y del cuerpo se expresa por lo descuidado de los movimientos, el abatimiento de la fisonomía, en el embotamiento de la mirada y la alteración del color de la tez.» Tomo II, pg 65.
Registra conductas de todo tipo de personas y animales con buena salud y también enfermos o con deficiencias. Compara incluso entre gemelos, como haría más tarde de una forma sistemática su primo segundo Francis Galton. Son muy importantes los datos acumulados sobre las reacciones en personas ciegas y sordas porque de ellas se deduce la espontaneidad de sus expresiones. Así que la sorpresa, el miedo, el rubor y la vergüenza, la indiferencia, la risa, el rechazo, el llanto, etc. se muestran desde temprana edad igual que en personas que han podido imitarlos:
«La herencia de la mayor parte de nuestros actos expresivos explica cómo los ciegos de nacimiento, según los datos que tengo de R. H. Blair, pueden ejecutarlos lo mismo que las personas dotadas de vista. Esta herencia explica también cómo jóvenes y viejos, en las razas más diversas, así en el hombre como en los animales, expresan los mismos actos del espíritu por movimientos idénticos» Tomo VI, pg 57.
Una fuente inagotable de observaciones cercanas y experimentos muy sencillos fueron sus hijos y los animales de su casa. Con ellos profundiza en lo que ahora llamaríamos Etología del desarrollo, fijando cuándo empieza y termina la maduración de una acción, anotando la diversidad o la existencia de variaciones debidas al sexo, a la constitución de cada cual o a la riqueza estimulante del mundo en el que crecían:
«He sometido a mis propios hijos a una atenta observación. Uno de ellos, encontrándose bajo una feliz disposición de espíritu, sonrió a la edad de cuarenta y cinco días, es decir, que los extremos de su boca se retrajeron, y a la vez sus ojos se tornaron brillantes. Observé el mismo fenómeno al siguiente día. Al tercero, el niño estaba indispuesto y ya no hubo huella de sonrisa, hecho que hace probable la realidad de los precedentes. Durante los quince días que siguieron sus ojos brillaban de un modo notable siempre que sonreía, y su nariz se arrugaba transversalmente, movimiento que iba acompañado de una especie de vagido, que representaba tal vez una risa.» Tomo IV, pg 22.
Se vale también de recreaciones literarias de las emociones, de la pintura, la fotografía -inspirado en el extraordinario trabajo de las expresiones faciales de Duchenne-, del dibujo, las representaciones teatrales y cualquier otra fuente imaginable de datos sobre emociones y sentimientos.
La búsqueda de la universalidad de nuestros gestos y expresiones fue el trabajo de varias décadas del etólogo humano I. Eibl-Eibesfeldt, discípulo de Konrad Lorenz. Ayudado por una cámara cinematográfica trucada para sorprender conductas espontáneas, ha acumulado millares de secuencias en las que gentes de muy diversas procedencias y costumbres manifiestan formas de expresión comunes, resultado de situaciones y percepciones parecidas. Pero como casi siempre Darwin había marcado el camino:
«Como veremos en breve, las diversas razas humanas expresan sus emociones y sus sensaciones con notable uniformidad en toda la superficie del globo.» Tomo II, pg 60.
El número de aportaciones sobre este tema en sus escritos es elevado. Especialmente destacable es la red de colaboradores -médicos, misioneros, comerciantes, pobladores de los sitios en todos los continentes-, a los que interroga sobre las formas de reaccionar en situaciones muy definidas. Confiesa haber elaborado una batería de cuestiones que estos observadores han de cumplimentar de acuerdo con instrucciones precisas y que él incorpora en la ronda de argumentos que va aportando en cada ocasión:
«Según los datos que me han transmitido mis corresponsales, parece que los diversos movimientos que acabo de describir como expresivos del desprecio y del disgusto se encuentran idénticos en gran parte del mundo.» Tomo V, pg 13.
Aunque la paleoantropología y la genética molecular han obtenido pruebas, deseamos incluir una última cita que apoya su seguridad sobre el origen único de los humanos. Nos sirve para reinterpretar el término raza que ahora la vemos sin sentido pero que adelanta y es significativa del mundo que ahora estamos construyendo, de todos, diversos, pero dotados de las mismas herramientas emocionales que han de servirnos para una mejor comunicación y entendimiento:
«Mucho he insistido acerca del hecho de que las principales expresiones humanas son las mismas en el mundo entero y he tratado de demostrarlo. Este hecho es interesante: procura un nuevo argumento a favor de la opinión, según la cual las diversas razas del mundo descienden de una solo y única cepa, de un antecesor primitivo que debía tener órganos casi iguales a los del hombre y una inteligencia casi tan grande, anteriormente a la época en que estas diversas razas humanas comenzaron a constituirse.» Tomo VI, pg 67.
Los años pasados desde la publicación de la Expresión de las emociones en el hombre y los animales apenas han restado viveza y actualidad a su texto. Sigue siendo fuente de inspiración para investigadores y profanos porque transmite esa visión global por la que los detalles insignificantes encajan bien en una percepción de los fenómenos naturales a gran escala, motivo por el que las ideas de Charles Darwin se elevan entre las más geniales e influyentes del pensamiento científico de todos los tiempos.
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