Pasaje a la Ciencia > Número 08 (2005) > La ciencia ficción y algunos centenarios. Una excusa para leer

La ciencia ficción y algunos centenarios. Una excusa para leer

La ciencia ficción y algunos centenarios.
Una excusa para leer

Carlos González Callejas
Departamento de Lengua y Literatura. IES Antonio de Mendoza
El pobre Julio Verne tuvo que mandar a sus personajes a la Luna a cañonazos. En su De la Tierra a la Luna, publicada en 1865, imaginaba que sus personajes viajaban dentro de un proyectil disparado por un gigantesco cañón, aprovechando las leyes físicas postuladas por Newton, con lo que podían rodear la Luna y regresar (no había posibilidad de alunizar, ya que en nuestro satélite no tendrían un cañón que les permitiese el viaje de regreso). A estas alturas ya se sabía que las estrellas estaban a distancias inmensas y que sólo podíamos soñar con visitar algún día los astros de nuestro entorno.

Se suele señalar a este autor, del que se celebra en el presente año el centenario de su muerte, como uno de los abuelos de un género literario típico del siglo XX, la ciencia ficción. Para que este género pudiera nacer tal como lo conocemos hoy, fue necesario que la imagen del universo y las leyes que lo rigen cambiasen. Verne creó apasionantes novelas de aventuras, algunas especialmente fantásticas como Viaje al centro de la Tierra, algunas de ellas fueron predicciones visionarias, como las que anticipaban el submarino, el avión o el señalado viaje a la Luna, pero no podía ir más lejos.

Toda ficción está sometida a unas reglas internas: un vampiro, por ejemplo, en los relatos de terror, es un ser muy poderoso. Puede volar, transformarse en animales y es relativamente inmortal, pero es vulnerable a la luz del sol y no soporta el ajo. Para poder viajar a distancias inimaginables, habitar mundos que se hallan en otras galaxias y contactar con sus seres nativos, o viajar en el tiempo; era necesario que se diera la posibilidad, real o no, de que las leyes físicas fueran diferentes de las que había fijado Isaac Newton. El universo derivado de la relatividad o el derivado de la física cuántica de Planck, que presentaron Einstein y otros, permitía el desarrollo de estas ficciones. El universo tecnológico de Newton permite una mecánica en la que es posible el submarino, el avión y el cohete, como adelantó Verne; pero no permite las naves interestelares o los viajes en el tiempo, como permitía imaginar el universo relativista y la mecánica cuántica, incluso violando sus postulados. Curiosamente, la nueva Física crea el marco para que se desarrolle este género y le dé terminología científica (o pseudocientífica), sin embargo, uno de los puntos de partida básicos de la ciencia ficción, poder viajar en el tiempo o en el espacio al traspasar la velocidad de la luz, va en contra de uno de los postulados fundamentales (nada puede ir más rápido que la luz).

Si el tiempo no es un valor absoluto, si la gravedad es una expresión de un espacio-tiempo curvo, podemos empezar a imaginar otro tipo de viajes en el espacio y, por supuesto, en el tiempo. La teoría científica tiene los límites de la experiencia empírica, el escritor, no. El escritor de ciencia ficción aprovechó los presupuestos y problemas de las teorías relativista y cuántica para su provecho: imaginar viajes interestelares a velocidades hiperlumínicas o cercanas a la de la luz, saltando a un teórico hiperespacio, aprovechando los agujeros negros o de gusano como atajos de una autopista universal, o bien viajar al futuro y al pasado.

A principios del siglo XX el ser humano ha llegado a los polos, ha explorado las más escondidas selvas y comienza a elevarse en los cielos y hundirse en las profundidades marítimas. ¿Dónde imaginar mundos exóticos y maravillosos, si no queda, aparentemente, rincón del mundo que descubrir? Podemos ir a cualquier galaxia, sol o planeta del Universo o viajar en el tiempo en cualquier dirección. Al menos con la imaginación. Sólo es necesario inventar una tecnología fantástica que lo permita. Esta nueva frontera es el punto de partida de este género.

Si Verne es un abuelo newtoniano, el padre einsteniano del género fue Herbert George Wells (H. G. Wells, para los amigos y en las enciclopedias). Con La máquina del tiempo introdujo muchas de las claves del género (viajes temporales, contacto con otras razas, futuro utópico o apocalíptico para la raza humana, ecologismo, etc.). Resulta llamativo que esta novela se publicara en 1895, diez años antes del punto de partida del nuevo paradigma físico. Aunque la descripción de la máquina que hace Wells sea todavía heredera de un mundo positivista de máquinas de vapor y experimentos con la electricidad y el magnetismo, algo estaba cambiando y su viaje en el tiempo permite a este autor hablar de los anhelos y miedos de la Humanidad del incipiente siglo XX, con el enfrentamiento entre eloi y morlocks.

El viajero de la novela de Wells viaja al futuro, pero también cabe la posibilidad de viajar al pasado o quedar atrapado en un perenne presente. Cronopaisajes es un libro en el que se recogen algunos de los mejores cuentos que se han escrito sobre todas estas posibilidades. Encontramos cuentos como “Todos vosotros, zombies…” de Heinlein en el que un hombre, gracias a diversos saltos en el tiempo es, a la vez, su propio padre y madre, entre otras cosas… Y es que uno de los más sugerentes temas de estos viajes es la llamada “paradoja de la abuela”: yo podría viajar al pasado y matar a mi abuela, antes de que conociese a mi abuelo, con lo que yo no podría haber nacido. O la posibilidad de ir al pasado y cambiar, o no poder hacerlo, la Historia de la Humanidad, como en “Los hombres que asesinaron a Mahoma” de Alfred Bester. Hasta el punto de ser necesaria la creación de una policía que vigile las interferencias en la Historia en novelas como Guardianes del tiempo de Paul Anderson. En una de las partes de los Diarios de estrellas de Stanislaw Lem se cuenta con mucho humor las tribulaciones de su protagonista que, por culpa de un desafortunado accidente en su nave, se pasa toda una semana encontrándose y discutiendo con su propio yo del martes, del miércoles, etc.

Otro tipo de juegos con el tiempo son las llamadas ucronías. ¿Cómo sería el mundo si la Historia hubiese sido diferente? Por ejemplo, en El hombre en el castillo de Philip K. Dick se parte del presupuesto de que la II Guerra Mundial la ganaron las potencias del Eje, Alemania y Japón. Este tipo de libros crean universos alternativos y paralelos al nuestro que sirven para analizar la realidad humana desde otros puntos de vista.

Algunos escritores intentan ser más científicos: no podemos desplazarnos en el tiempo, pero sí existen unas partículas que pueden hacerlo: los taquiones. Por lo tanto, con una tecnología que permita su control podemos comunicarnos con el pasado o el futuro. Así en Cronopaisaje de Gregory Benford, donde desde el futuro se avisa por este medio de comunicación a un joven universitario del desastre ecológico que conduce a la extinción. En esta novela se tantea la posibilidad de multiversos alternativos que solucionen la paradoja antes señalada. En algunas novelas este teléfono interestelar tiene un nombre: ansible, creado por Ursula K. Le Guin y usado por otros autores, como en los muy célebres libros de la saga de Ender de Orson Scott Card (El juego de EnderLa voz de los muertos, etc.).

El espacio tampoco es problema: un salto, por medio de distintas técnicas, pero todas relacionadas con la velocidad de la luz, a un supuesto hiperespacio y uno puede desplazarse todos los parsecs que quiera y llegar al desértico planeta Arrakis de Dune de Frank Herbert, o a los alucinantes escenarios de Mundo anillo de Larry Niven, o mundos donde la frontera entre lo masculino y lo femenino no existe como en La mano izquierda de la oscuridad de Ursula K. Le Guin, o viajar de cabo a rabo por toda la galaxia como en el ciclo de las Fundaciones de Isaac Asimov, asistiendo a la decadencia de un imperio que ha colonizado toda la galaxia y el intento de solución de una Edad Media galáctica por parte de los creadores de una nueva ciencia, la psicohistoria, mitad ciencia social, mitad matemáticas.

Y, por supuesto, encontrar otras formas de vida inteligente y plantear el problema del encuentro con el otro, con el diferente, que puede ser amistoso u hostil. En la ultraconservadora novela Tropas del espacio de Heinlein, la Humanidad lucha a muerte por su supervivencia contra unos alienígenas enemigos. En otro libro, que se enfrenta descaradamente al anterior, La guerra interminable de Joe Haldeman, después de guerrear con unos alienígenas descubren que pueden convivir sin ningún problema (Por cierto, el protagonista sufre los efectos de la relatividad al envejecer lentamente, debido a sus saltos espaciales, mientras mueren todos sus familiares y amigos). En la ciencia ficción los extraterrestes son de lo más variado, a veces incluso pura energía.

No podemos olvidarnos de otro de los grandes elementos de la ciencia ficción: la inteligencia artificial, derivada de toda esta moderna tecnología. Su forma más clásica es el robot, al que el citado Asimov, en Yo, robot y otras obras, dotó incluso de leyes. Pero puede manifestarse de muchas formas (el ansible antes mencionado llega tomar conciencia de sí y se convierte en un personaje en las novelas del ciclo de Ender). El tema del robot plantea qué es la conciencia humana en una época que se cuestiona el concepto alma. No hay que olvidar que uno de los antecedentes que se suele señalar de este género es Frankestein de Mary Shelley.

Bien es verdad que hay obras de este género, algunas notables, que no necesitan grandes adelantos técnicos, clásicos como las poéticas Crónicas marcianas de Bradbury; o novelas que se centran en las espantosas consecuencias de un apocalipsis nuclear (producto directo de los avances científicos señalados) o en las totalitarias utopías de 1984 de George Orwell o de Un mundo feliz de Aldous Huxley.

Aunque hoy tenga cultivadores de todas las culturas, la ciencia ficción surgió en el mundo anglosajón y, especialmente, en Norteamérica, país con una fe ciega en el desarrollo científico y tecnológico, teniendo su época dorada en los años 40 y 50 del siglo pasado y con gran vitalidad desde entonces. Los relatos y novelas de este género surgieron fundamentalmente ligados a revistas especializadas populares. Junto a la literatura ha tenido otros soportes fundamentales como el cine y el cómic. Normalmente, se ha considerado como un género de subliteratura o literatura de entretenimiento de masas. Algún autor las ha comparado con los libros de caballerías con las que, supuestamente, acabó Cervantes en El Quijote. En realidad, el siglo XX creó un género fantástico heredero de estas caballerías, sobre todo a raíz de la publicación de El Señor de los Anillos de Tolkien. Sin embargo, quizás un Cervantes de hoy disfrazaría de astronauta a su Alonso Quijano, enloquecido por la lectura de novelas de ciencia ficción.

Muchos creen que la ciencia ficción es sólo un género menor en el que se hacen apuestas sobre cómo puede ser el futuro de la Humanidad, igualmente que con el género de la novela histórica sólo se quiere retratar lo más fielmente posible, una época pasada. No obstante, esto es simplificar demasiado. En el fondo, todo autor habla sobre su presente. La ciencia ficción sólo es un instrumento para describir el mundo, para hablar de los deseos y temores de una sociedad en un tiempo. Una técnica literaria que permite el extrañamiento, o sea, vernos a nosotros mismos con nuevos ojos.