A la Astronomía se puede uno acercar desde casi cualquier rama del conocimiento, por ejemplo, desde la Física: ¿Qué es una estrella? ¿De dónde sale esa inmensa energía?
O desde las Matemáticas: ¿Qué trayectorias describen los astros? ¿A qué distancia están?
Desde la Química: ¿Qué sustancias componen las estrellas, las nebulosas, los cometas? ¿Tienen los mismos átomos que en la Tierra? ¿Cómo detectarlos?
Desde la Literatura: en multitud de textos nos encontramos referencias astronómicas. Algunos clásicos nos muestran el uso que se hacía del cielo como calendario agronómico. Basta citar «Los trabajos y los días» de Hesiodo:
Cuando Orión y Sirio lleguen a la mitad del cielo,
y la Aurora de rosados dedos contemple a Arturo,
entonces, oh Perses, corta todos los racimos y llévatelos
a casa.
Desde la cultura clásica a través de la mitología griega representada en las constelaciones o de la etimología de algunas palabras como desastre, de dis-aster, astro fuera de sitio. !Por todas partes nos encontramos con la Astronomía!
Podemos seguir viendo las conexiones de la Astronomía con la Geología, el Arte, la Música y, sobre todo, con la Historia, cómo la humanidad ha ido teniendo consciencia de su lugar en el Cosmos.
La historia de la búsqueda de un calendario para llevar el cómputo del paso del tiempo es otra forma de encontrarnos con la Astronomía así como con la organización de las sociedades que lo crearon y los conocimientos que fueron necesarios para ello. Es tan larga como la historia de la humanidad y han existido y existen cientos de calendarios distintos. Por tanto, vamos a centrarnos en un solo aspecto, la institución de la semana que rige nuestro descanso periódico.
Nuestro calendario actual viene del antiguo esquema romano, refundado por Julio César en el año 45 a. C. al introducir el año bisiesto y reformado por última vez por el Papa Gregorio XIII en 1582 para adecuarlo con bastante exactitud al año trópico (de inicio de la Primavera a inicio de la Primavera siguiente) y acabar así con el problema de fijar la fecha de la Pascua, que está ligada a la vez al equinoccio de Primavera y a las fases de la Luna como reliquia de calendarios lunares primitivos. El domingo de Resurrección es el primer domingo después de la primera luna llena de la primavera. Por eso es una fiesta variable, es decir, que cambia de un año para otro. Y por eso siempre hay luna llena en Semana Santa.
Pero, ¿cuándo se introduce la semana en nuestro calendario? Porque los romanos no la usaban en absoluto. Tenían un periodo de ocho días que llamaban nundinae que regulaba los días de mercado. Sólo había tres días al mes con nombre propio, calendas, nonas e idus y los demás se nombraban numerando los días que faltaban para llegar a los anteriores.
La semana la introduce oficialmente el emperador Constantino en el siglo IV cuando adopta el cristianismo como religión del Estado. Los cristianos usaban ya la semana heredada de los judíos que la habían tomado a su vez de su exilio en Babilonia. Naturalmente se traslada la festividad del sábado, tradición judía, al día del Sol, dies Solis, al que se le cambia el nombre por el del día del Señor, dies Dominicus, domingo. Constantino pretendía además satisfacer a muchos pueblos asiáticos del imperio adoradores de Mitra y otros dioses solares.
¿De dónde vienen los nombres y el orden de los días de la semana? Es bastante antiguo. Llevan ya tres mil años funcionando sin haber casi cambiado de nombre. En todo caso, se han traducido a las nuevas lenguas a las que va llegando la costumbre.
Resulta muy clara la asociación de los días de la semana a los siete astros errantes visibles en el cielo, los planetas griegos: Luna (lunes), Marte (martes), Mercurio (miércoles), Júpiter (Jovis en latín, jueves), Venus (Veneris en latín, viernes), Saturno y Sol. En las lenguas románicas la derivación directa del latín es inmediata salvando el cambio del día de Saturno por el sabbath judío (nuestro sábado) y el día del Sol por el de dies Dominicus.
Curiosamente en las lenguas sajonas se conservan literalmente los nombres del sábado, domingo y lunes como los días de Saturno, el Sol y la Luna ( saturday, sunday y monday en inglés o sonntag y montag en alemán) mientras que las palabras Tuesday, Wednesday, Thursday y Friday vienen de Tiw, Woden, Thor y Freya, dioses germanos correspondientes precisamente a Marte, Mercurio, Júpiter y Venus. !Se mantiene el orden de adjudicación de cada día de la semana a un dios astro determinado!
¿Y de dónde sale ese orden aparentemente tan extraño? ¿Por qué Marte sigue a la Luna y Mercurio a Marte? La razón tenemos que buscarla remontándonos a Babilonia. Se dice habitualmente que la división en periodos de siete días proviene de las fases de la Luna. Pero todos los pueblos antiguos que establecieron calendarios lunares sabían bien que el periodo sinódico lunar (de luna nueva a luna nueva) era de 29 días y medio, así que sus meses alternaban 29 y 30 días, que no son divisibles por siete. Es posible que se estableciera en un principio la semana como un divisor del ciclo lunar pero los enormes conocimientos astronómicos desarrollados en Mesopotamia a comienzos del primer milenio antes de nuestra Era hizo seguramente imposible mantenerla con ese significado. Sin embargo, si la costumbre había arraigado, sería muy difícil de suprimir. Pensemos lo que diríamos ahora si se decidiera sustituir la semana de nuestro calendario actual por un periodo distinto, digamos de 10 días para hacer un cómputo más racional. ¿Habría resistencias? ¡Enormes! De modo que es muy probable que se mantuviera la periodicidad cambiando su significado.
Por otra parte, la veneración del número siete está asociada a la presencia de los siete astros errantes a los que se asoció cada uno de los días de la semana en algún momento de ese primer milenio. De lo que sí tenemos constancia es de cómo se adjudica el orden de cada uno de ellos. La razón está en que no sólo se asoció un planeta a cada día sino que cada una de las 24 horas del día quedó bajo la advocación de uno de los planetas. ¿Cuál fue el orden?
Los babilonios conocían la mayor o menor proximidad de los planetas a la Tierra, la misma de los modelos cosmológicos griegos, de modo que los ordenaron según su lejanía: Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter y Saturno. Por supuesto, Urano y Neptuno, al no ser visibles a simple vista, no eran conocidos.
Pues bien, si la primera hora de un día se adjudicaba a la Luna, por ejemplo, ése sería el día dedicado a la Luna, lunes, lundi, lunedi, monday o montag. La segunda hora quedaba bajo el patrocinio del planeta anterior, Saturno, la tercera al anterior aún, Júpiter, y así hasta llegar a la hora 24. La primera hora del día siguiente será la que le dé nombre y, como corresponde a Marte, será el día de Marte, martes.
Será mucho más fácil si dibujamos un círculo o un heptágono con los planetas en sus vértices y contamos sobre él. Comencemos por la Luna y contemos de 1 a 24 en el sentido de las agujas del reloj. Veremos que la última hora del lunes está dedicada a Júpiter, por lo que el día siguiente (y su primera hora) estará dedicado a Marte. Repitiendo la operación obtenemos que la última hora del martes estará dedicada a Venus y que el día siguiente será el día de Mercurio. Basta completar todo el ciclo para comprobar que al miércoles le seguirán, en orden, el día de Júpiter, el de Venus, el de Saturno y el día del Sol que cierra el ciclo llevándonos de nuevo al día de la Luna.