Recordando a Paco Montañés Antonio Pérez Vela |
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Fue abriendo surcos en la tierra árida sonando con la huerta y los frutales que le vieron crecer.
Amante de sus tostadas con aceite y orgulloso de su familia, tenía pasión por sus hijos y hablaba de sus éxitos como si de los suyos se tratara. Trabajo y constancia, descanso y planes sin fin; quizá nunca descansaba, pues su trabajo lo hacía con la cabeza y ésta no paraba nunca. Su calculadora tenía borrados los dígitos de tanto usarla, pero a él no le hacía falta sustituirla porque sabía el sitio exacto de cada una de sus teclas. Jovial pero listo, tozudo pero amable, analista y tenaz pero soñador y noble, gustaba de apoyarse en la gente. Yo me sentía orgulloso de haber sido en muchos momentos su garrote… Buen conversador y pedagogo, le gustaba enseñar lo que sabía, pero su técnica no era agresiva, su letra no tenía que entrar con sangre, sino con razones. La investigación requiere paciencia -eso decía- paciencia, “paz y ciencia” envuelta en el humo de sus interminables “ducados”. Se adelantaba a su tiempo y no se cansaba de sembrar de chismes raros los puestos de trabajo. Admirador de los ingenios, era consciente de que éstos deben estar al servicio del hombre para su desarrollo y bienestar. Durante la puesta en marcha de los muchos artilugios que inventaba, a veces le gastábamos alguna broma para que nos dejase un rato en paz y se iba refunfuñando, pero al cabo de un rato regresaba con sonrisa socarrona, volviendo a la carga entre toses y más humo. Cuando ese humo le presentó su factura, comprendí que se marchaba mi maestro. Hasta siempre, don Francisco, y que descanse, y si Dios quiere, seguiremos hablando. |