por Juan Fernández Santarén Universidad Autónoma de Madrid |
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Indudablemente el científico español más importante de todos los tiempos ha sido don Santiago Ramón y Cajal. Premio Nobel en una época en que la ciencia en España estaba en sus albores, no sólo destacó en la histología: sus innovaciones en la fotografía o su obra literaria suelen pasar desapercibidas frente a su excepcional producción científica. En este artículo, ilustrado con imágenes de la exposición sobre Cajal celebrada en el Museo de Ciencias Naturales, se repasan las diversos facetas de la vida de Ramón y Cajal. | |
Normalmente el hombre es un fiel reflejo del entorno espiritual y material en que le toca vivir, pero no siempre es así, y Santiago Ramón y Cajal es un claro ejemplo de esto último. Una personalidad como la suya no se dejó llevar por el medio físico y moral que le envolvía y su trayectoria, consecuentemente, no fue la lógica esperada de un ambiente colectivo de uno de los peores momentos de la historia de España. Cajal transitó en sentido contrario a lo que la lógica de la época debía haberle conducido.
Cajal llega a la investigación científica en el último tercio del siglo XIX, en plena crisis del pensamiento idealista en filosofía, cuando la revolución industrial se ofrece como viva demostración de lo que es el progreso a partir del cultivo de la ciencia. Es la época de los grandes inventos y, por tanto, el momento en que Europa asiste al despegue de los países industriales y cultivadores de la ciencia. Nace el gran mito de la técnica y en este contexto, el pensamiento filosófico toma conciencia de que, si quiere seguir poseyendo rango jerárquico dentro del conjunto del saber, ha de aunarse a la ciencia positiva.
Este trasfondo filosófico que recorre Europa recaba en España y cristaliza en un sentimiento crítico que trata de denunciar su secular retraso cultural. A lo largo del siglo XIX asistimos a un progresivo movimiento, primero de sospecha, más tarde de convicción, de no haber hecho, de no estar haciendo lo que un verdadero europeo tendría que hacer. Además, en los últimos años de dicho siglo, España se sumía en la amargura de la derrota que conllevaba el hundimiento definitivo de su imperio colonial. Un conjunto de circunstancias de sobra conocidas, hacían de España un país atrasado frente a los demás pueblos de Europa. España declinaba y tan solo en el aspecto literario se continuaba una gloriosa tradición. Ateneos y Sociedades congregaban a hombres cultos que se afanaban en discutir estérilmente sobre toda clase de temas, entre los que la ciencia, evidentemente, no era de los predilectos. Todo este conjunto de circunstancias desembocó en un sentimiento colectivo, inicialmente de culpabilidad y luego de creadora crítica en los mejores españoles de entonces. Fue la actitud de la llamada “generación del 98”, expresión afortunada por lo sintética pero, a la vez, peligrosa porque propende a circunscribir un complejo momento nacional en un grupo limitado de hombres, principalmente en unos cuantos escritores. La generación del 98 fue algo más que el gesto de un grupo literario, representa una noble reacción crítica ante una grave crisis nacional; reacción que ganó a un gran número de los españoles que sentían la responsabilidad de su patria y de su tiempo. Por eso, aquella vasta y amarga reacción fue fecunda, creadora y, sobre todo, inteligente. En este ambiente de depresión y pesimismo, irrumpe Ramón y Cajal. Lo hace, pues, en una España que deambula por una triste decadencia en la que se hablaba, sí, de regeneración, pero en la que nadie acertaba con la fórmula eficaz para obtenerla. Y lo que tiene difícil explicación, incluso hoy, es cómo surgió realmente el “milagro de Cajal”, cómo apareció una figura tan singular en un medio tan poco propicio. Evidentemente Cajal tuvo una sensibilidad innata que le permitió advertir la esencia de los males que sufría su patria. Cajal analiza las múltiples causas de nuestro retraso científico y señala, en primer lugar, la pobreza del Estado. Pero junto a ésta aparece nuestro aislamiento y, consecuencia de ambas, nuestra incultura. La resultante es que la ciencia no ha sido, ni es, una preocupación nacional. Y de esa sensibilidad innata surgió una férrea voluntad contra toda indiferencia, contra toda resignación y contra todo pesimismo. Voluntad que le hizo definirse una meta precisa orientada hacia la producción científica. Y lo hizo a lo heroico, luchando en condiciones que a cualquier otro le hubiera hecho retroceder: aislado en la intimidad del laboratorio, con penuria inicial de medios de trabajo, ante la indiferencia, cuando no el menosprecio de los colegas de la Universidad, frente a la ignorancia de los círculos de la ciencia mundial. Su primer objetivo científico fue la publicación de su Manual de Histología. En sus Recuerdos de mi vida expresa las razones que le impulsaban a escribir esta obra, entre otros motivos: el patriótico anhelo de que viera la luz en nuestro país un tratado anatómico que, en vez de concretarse a reflejar modestamente la ciencia europea, desarrollara en lo posible doctrina propia, basada en personal investigación. Sentíame avergonzado y dolorido al comprobar que los pocos libros anatómicos e histológicos, no traducidos, publicados hasta entonces en España, carecían de grabados originales y ofrecían exclusivamente descripciones servilmente copiadas de las obras extranjeras. Pero retomemos el tema de la voluntad con la que Cajal pretende justificar todo su éxito. Efectivamente voluntad es la palabra que circula en todos sus escritos. Es su palabra predilecta; más bien obsesiva. Si se le habla de méritos responde; voluntad; si se le pide un consejo para los futuros investigadores dice: voluntad. Sorprende de alguien que tuvo que abrirse camino en un medio científico tan inhóspito como el que se encontró Cajal al inicio de su carrera; sorprende, decía, oír la siguiente frase que debería estar esculpida en los frontispicios de todos los centros de investigación nacionales: Más que escasez de medios, lo que hay es miseria de voluntad. El entusiasmo y la perseverancia hacen milagros. Desde el punto de vista del éxito, lo costoso, lo que pide tiempo, brío y paciencia, no son los instrumentos sino desarrollar y madurar una aptitud. Y junto a la voluntad, el patriotismo. Cuando decimos que Cajal fue ante todo un patriota, significa que era una persona movida por un impulso de signo positivo que luchaba por elevar, mediante su esfuerzo, la gloria de su patria. Y esta concepción, que alcanzó en Cajal las más altas cotas entre todos los de su tiempo, se revela de manera constante a lo largo de toda su obra. Ahora bien, solo a base de voluntad y patriotismo no se hace la obra de Cajal. Es obvio que en Cajal existía algo más que él nunca se atribuye, pero que contribuyó de forma decisiva a la grandeza de su obra. Me refiero en primer lugar a la genialidad, una genialidad innata que, como veremos, se manifestó de múltiples maneras a lo largo de su vida aunque en los estudios histológicos es donde más habituados estamos a cruzarnos con ella. Voluntad, patriotismo, genialidad, … y ética. La obra de don Santiago es un continuo ejemplo de ética ciudadana que se mantuvo intacto hasta los últimos días de su vida. Hay numerosos ejemplos que avalan lo dicho, pero referiré uno de los más significativos. Cuando el entonces presidente del Consejo de Ministros, Francisco Silvela crea en 1901 el Instituto de Investigaciones Biológicas, le encomienda a Cajal la dirección del mismo asignándole un sueldo anual de 10.000 pesetas. Cajal acepta la responsabilidad pero solicita por escrito que la mencionada cifra sea reducida a la cantidad de 6.000 pesetas, petición que fue gustosamente atendida por la administración. Preguntado Cajal por los motivos de tan insólita petición contesta: Primero, porque no ansío nadar en la opulencia. Segundo, porque en una edad en la que desfallecen o declinan mis fuerzas, paréceme abusivo y hasta inmoral, aumentar mis emolumentos. Y tercero, porque, aún sin querer, columbro siempre al través de cada moneda recibida, la faz curtida y sudorosa del campesino, quien, en definitiva, sufraga nuestros lujos académicos y científicos. Analizados los pilares sobre los que se basa su obra, digamos que el resultado de cincuenta y cinco años de actividad investigadora fueron doscientos ochenta y siete monografías y catorce libros de carácter científico, que reúnen un enorme caudal de datos y observaciones de la estructura del sistema nervioso. Pero lo fundamental en la obra de Cajal es el aspecto cualitativo, o dicho de otra forma, qué parte de su legado ha sido capaz de sobrevivir a su autor y superar el juez más implacable que existe en ciencia, el tiempo. Y es aquí cuando la obra de Cajal empieza a mostrar su verdadero significado. Hoy, más de un siglo después de que algunas de sus publicaciones decisivas vieran la luz, encontramos que su labor histológica conserva una actualidad rara vez alcanzada en las ciencias biológicas, una disciplina en continua renovación. Los trabajos de Cajal siguen siendo frecuentemente citados en las publicaciones científicas que a fecha de hoy se realizan sobre neurociencia. Pero hay más: lo que hoy perdura de Cajal y todavía se muestra con proyección de futuro es su obra como un todo, sin que existan indicios de modificación. Y eso, en ciencia, ha sido patrimonio exclusivo de un reducidísimo número de hombres. Resulta imposible entrar aquí en detalles de la biografía de don Santiago. Pero al menos voy a señalar que nunca fue un científico aislado sino un humanista comprometido con su tiempo. Fue siempre un hombre de carácter sencillo, afable y comunicativo ante la auténtica y sincera amistad, pero enemigo acérrimo de la hipocresía y de la adulación. Y también, es justo mencionarlo, Cajal tuvo la suerte de encontrar, o el acierto de elegir una esposa, doña Silveria, que siempre le admiró con devoción, y tuvo la sensibilidad suficiente para darse cuenta de lo que significaba la labor del hombre con el que compartía su vida. Los primeros contactos de Cajal con la Histología se produjeron en 1877, año en el que tuvo que cursar dicha disciplina como asignatura para la obtención del título de doctor. En aquel tiempo, la fisiología del sistema nervioso aparecía impregnada del preconcepto de organismo cíclico. Se suponía, y con arreglo a ello se investigaba, que la naturaleza se imita a si misma en las estructuras por ella fabricadas, y dado que las grandes funciones orgánicas estaban representadas, cada una por un esquema circulatorio, en el aparato respiratorio, digestivo, urinario y sobre todo en el circulatorio, se pensaba que la disposición de centros del sistema nervioso, habrían de obedecer igualmente a un mecanismo circulante y cerrado. Cuando dentro de esta concepción se descendía al detalle celular, las hipótesis que trataban de explicar la compleja trama de la arquitectura nerviosa hablaban de supuestas redes difusas con participación en ellas de todas o de una parte de las arborizaciones celulares. En 1873 se produjo un paso decisivo en las técnicas de coloración histológicas. Camilo Golgi descubrió, el método que, en manos de Cajal, revolucionaría el conocimiento del sistema nervioso. El ilustre italiano dio a conocer su hallazgo en un artículo escrito en una revista de muy poca circulación pasando prácticamente inadvertido para la comunidad científica internacional hasta 1887. El método de Golgi posibilitaba el examen del tejido nervioso por medio de cortes, pero aplicado tal como lo había descrito su autor, distaba mucho de la perfección, resultando una cuestión de suerte el obtener una tinción satisfactoria. En la mayoría de las ocasiones tan solo se lograban preparaciones de mediana calidad, razón por la cual la mayoría de los investigadores que lo probaron abandonaron el método tras los primeros ensayos. En 1887 Cajal, ya Catedrático en Valencia, viaja a Madrid como miembro de un tribunal de oposiciones y visita al neurólogo Luís Simarro, quien le muestra unas preparaciones de médula de mono teñidas con el método de Golgi. Don Santiago quedó impresionado con las posibilidades que ofrecía la nueva técnica. A su regreso a Valencia Cajal comenzó a utilizar el método de Golgi, perfeccionándolo hasta transformarlo en el método de la doble impregnación: merced a esta sencilla, pero fundamental modificación, las preparaciones conducían a imágenes excelentes y prácticamente constantes. Los resultados no tardaron en llegar. El primer gran hallazgo se produjo en el cerebelo, órgano en el que Cajal descubrió el modo real de terminación de las fibras nerviosas en la sustancia gris, cuestión central para comenzar a resolver la enigmática organización del sistema nervioso. En su monografía sobre la “Estructura de los centros nerviosos de las aves”, publicada en la Revista Trimestral de Histología Normal y Patológica, el 1 de mayo de 1888, aportó evidencias claras sobre la independencia celular. Aquellos primeros descubrimientos tenían la fuerza necesaria para destruir las doctrinas imperantes. Desde el 1º de mayo de 1888, momento en que apareció el trabajo al que acabo de aludir, hasta el 2 de octubre de 1889, fecha en que publicó su artículo sobre la “Conexión general de los elementos nerviosos”, es decir, en año y medio, dio a la imprenta 18 trabajos en los que exponía sus resultados obtenidos en el cerebelo, retina, médula y lóbulo óptico de las aves, es decir, la estructura nerviosa central donde éstas integran y procesan la información visual. Cajal, plenamente consciente de la trascendencia de sus resultados, sabía de la imperiosa necesidad de difundirlos internacionalmente. Para ello disponía de la Gaceta Médica Catalana y de la Medicina Práctica, pero la publicación de estas dos modestas revistas, de difusión muy local, pronto resultaron insuficientes dada su fecunda producción. Ante dicha situación decidió la creación, a su costa, de la Revista Trimestral de Histología Normal y Patológica. Aquellos escasos 60 ejemplares, que se editaban cuatro veces al año, Cajal los enviaba, casi en su totalidad, a las figuras científicas extranjeras. En España, lógicamente, la existencia de la Revista pasó desapercibida y en el extranjero casi nadie prestó atención a aquellos trabajos que, escritos en castellano, ofrecían las nuevas verdades de la histología. Llegado a este punto, ya sólo quedaba la opción de acudir personalmente a la cuna de la ciencia europea del momento y presentar los hallazgos logrados. Ofreció ocasión propicia a este alarde de auto confianza la reunión que la Sociedad Anatómica Alemana debía celebrar en la primera quincena de Octubre de 1889 en la Universidad de Berlín, centro neurálgico del pensamiento mundial a finales del siglo XIX. Cajal tuvo que financiarse el viaje con recursos propios, al negársele cualquier tipo de ayuda oficial, pero el resultado fue inmediato. El escepticismo inicial del ilustre Von Kölliker ante las preparaciones que le mostró Cajal en el mencionado congreso, se transformó primero en sorpresa y luego en vivo interés ante las magníficas imágenes que le presentaba aquel desconocido español. Von Kölliker, pudo, tras encontrarse con Cajal, confirmar todas las observaciones de este último en apenas un año, de manera que pronto casi todas las grandes figuras de la neurohistología europea asimilaron los hallazgos de Cajal y aceptaron su nueva concepción de la estructura del sistema nervioso. El mundo científico se asombra de que un español desconocido sea capaz de realizar tan inaudita hazaña. Se asombra, pero no duda en reconocer la extraordinaria valía de sus aportaciones. La consagración internacional no tarda, pues, en producirse. Entre tanto, en España la figura y el renombre científico de Cajal fueron llegaron tardíamente proyectados por el espejo reflector del mundo, pero llegaron al fin. Derrotada la teoría reticular, la interpretación fisiológica de la transmisión del impulso nervioso fundada sobre ella, debía de correr la misma suerte. Las múltiples observaciones realizadas por Cajal le colocaban en condiciones excepcionales para abordar, con éxito, el problema funcional. Y lo resuelve, estableciendo el Principio de la Polarización Dinámica, concepción que, en el orden teórico, es considerada como una de las más afortunadas de cuantas sugirieron de su imaginación. También abordó Cajal el apasionante problema de la neurogénesis, punto fundamental para entender la formación de las vías nerviosas y su conexión con los aparatos sensitivos y motores. Las investigaciones de Cajal en este campo merecen ocupar un puesto principal entre las que se deben a su genio. La importancia y la belleza de los descubrimientos son comparables a la de los obtenidos en el cerebelo o en la retina; y como estos, destruían errores admitidos como hechos incontrovertibles a la vez que abrían nuevas orientaciones. En sus estudios, Cajal pudo seguir desde el principio al fin la evolución y cambios de la célula nerviosa confirmando la realidad indiscutible de la Teoría Monogenista; es decir, del crecimiento libre del hilo nervioso procedente de una sola célula. El hecho abría un nuevo y trascendental interrogante: ¿Cómo una neurona embrionaria particular “sabe” donde tiene que ir, hacia donde moverse, con qué otra célula contactar?. Pues bien, en un artículo publicado en 1892 sobre la estructura de la retina, Cajal postuló la “Teoría Neurotrófica”, según la cual los conos de crecimiento se orientarían hacia su ubicación exacta atraídos por sustancias específicas. Cajal no hablaba, no podía hacerlo en aquella época, de lo que hoy conocemos como neurotrofinas pero sí lo hacía de factores quimiotáxicos que atraían o repelían. Estamos en 1892 y ya Cajal consideraba que la migración neuronal y el crecimiento axonal estaban regulados por una quimotaxis positiva y negativa. Por breve que sea la reseña sobre los hechos fundamentales debidos a Cajal, no podemos dejar de mencionar de la “Teoría de los Entrecruzamientos Nerviosos” mediante la cual explicó de manera satisfactoria la percepción de una sola imagen de los objetos situados en el campo de la visión común a los dos ojos. Y hablar de la visión nos obliga a mencionar sus magníficas contribuciones sobre la retina, uno de sus temas favoritos de estudio. Hasta Cajal, la retina aparecía como una membrana integrada por una serie de capas reticulares y granulares de significado incierto. Tras sus trabajos apareció como una verdadera estructura neural, en la que tipos específicos de células nerviosas llevaban el mensaje visual hacia los centros encefálicos a lo largo de rutas perfectamente definidas. Para poner de manifiesto el impacto del trabajo de Cajal y nuevamente su sorprendente actualidad, es suficiente decir que su extensa monografía ”La retine des vertebrés”, que vio la luz en 1892 en la revista belga La Cellule, es todavía el punto de partida para cualquier estudio anatómico de circuitos retinianos. Hoy sabemos que la información que recoge nuestro sistema nervioso a través de receptores periféricos que detectan los cambios que ocurren en el medio ambiente se procesa en el cerebro, dando lugar a percepciones. La información adquirida puede ser almacenada en forma de memoria sobre la cual el cerebro programa respuestas motrices y emocionales que constituyen la conducta. Y todas estas complejas funciones se llevan a cabo a través de circuitos integrados por redes de neuronas que explican un gran número de fenómenos neurológicos y mentales. Pues bien, nuevamente tenemos que decir fue Cajal quien describe por primera vez estos circuitos en la corteza cerebelosa y en la corteza cerebral, y no sólo los describe histológicamente, sino que ya esboza, en su interpretación fisiológica, la importancia que pueden alcanzar. Es decir, Cajal ya interpretaba los circuitos neuronales como los depositarios de la memoria, que es lo que la moderna neurofisiología formula con datos experimentales. Cajal afirmaba esto en 1901 y tal aseveración podía parecer una audacia peligrosa en aquella época. Ahora no nos parece así, y se conocen hechos que acentúan la posibilidad de que los elementos de axon corto representen acumuladores vinculados al proceso de la memoria. Y otro tanto podríamos decir del problema de la relación mente-cerebro, que ha derivado en el desarrollo actual de la psicología cognoscitiva. También este tema preocupó profundamente a Cajal quien estaba convencido del papel que desempeñaban las conexiones dinámicas entre las neuronas en lo que él llamaba un medio para el perfeccionamiento de las aptitudes psíquicas por multiplicación de las conexiones interneuronales. Aquí se revela de nuevo como un gran epistemólogo y establece posibilidades plausibles para explicar el aprendizaje, su lentitud y su permanencia. La hipótesis que plantea sobre la naturaleza del aprendizaje está basada en el establecimiento de nuevas vías, gracias a la ramificación y crecimiento de las arborizaciones dendríticas y axónicas. Cajal asumía que el cerebro de un hombre cultivado poseía muchas más conexiones interneuronales y vías establecidas durante el ejercicio mental que el cerebro de un hombre inculto. Pero iba más allá: la multiplicación de conexiones podría explicar la memoria lógica. El copioso caudal de datos relativos a la estructura de los centros nerviosos y de sus elementos componentes, le sugirieron a Cajal la idea de reunir en una obra al menos los relativos al sistema nervioso de los vertebrados y exponerlos sistemáticamente para que pudiese apreciarse, de manera simultánea, la morfología y las relaciones reciprocas de dichos elementos. Y así surgió la publicación de su obra cumbre, la Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados (1899-1904), obra formada por tres grandes volúmenes, ilustrada con más de 900 grabados originales. Nos dice Cajal al respecto en sus Recuerdos: El objeto de mi obra fue, desde luego, crearme permanente estímulo para el trabajo intensivo; en previsión de posibles horas de desaliento y de fatiga quise atar deliberadamente mi voluntad, mediante formal compromiso de honor contraído con el público. Respondió además, el citado libro a un egoísmo harto humano para ser inexcusable: temeroso del olvido y poco seguro de dejar continuadores capaces de recordar y defender ante los extraños mis modestas adquisiciones científicas, tuve empeño en reunir en un todo orgánico, las monografías neurológicas publicadas durante tres lustros en revistas nacionales y extranjeras, amén de rellenar con nuevas indagaciones los puntos antes no tratados. Pero ante todo y sobre todo, deseaba que mi libro fuera – y perdonen el orgullo – el trofeo puesto a los pies de la decaída ciencia nacional y la ofrenda de fervoroso amor, rendida por un español a su menospreciado país… En la colosal obra se hace patente una característica muy sobresaliente de Cajal, su afán por extraer datos fisiológicos y funcionales a partir de sus observaciones morfológicas. En el análisis del tratado admira y sorprende su gran minuciosidad descriptiva y a veces uno se pregunta por qué enumera tantos detalles, que parecen superfluos, hasta que después se comprueba que los más insignificantes en apariencia cobran una importancia decisiva a la hora de su interpretación funcional. Ya el título de esta obra de la Textura, viene completado con una aclaración muy significativa al respecto cuando añade: “Estudios sobre el plan estructural y composición histológica de los centros nerviosos adicionados de consideraciones fisiológicas fundadas en los nuevos descubrimientos”. En este aspecto, como en tantos otros, Cajal estuvo muy por encima de los histólogos de su tiempo, que cerrando horizontes se limitaban a la mera descripción morfológica. Tampoco podemos dejar de citar su otro libro fundamental Estudios sobre la degeneración y regeneración del sistema nervioso, aparecido en 1913-14. Es, sin duda, la obra más acabada hasta la fecha sobre este trascendental tema y una joya dentro de los textos de Anatomía Patológica experimental. En los dos tomos en 4º, que suman más de 800 páginas ilustradas con más de 300 figuras originales, reunió Cajal el fruto de sus numerosos trabajos, sin olvidar – dice en el prólogo – los valiosísimos aportados por ilustres extranjeros. Es un cuadro completo, aunque resumido, de los conocimientos e investigaciones realizadas sobre un problema, la degeneración y regeneración del sistema nervioso, cuya excepcional trascendencia para la fisiología es fácil de imaginar. Estos estudios de Cajal sentaron las bases para comprender los fenómenos neurodegenerativos y es una experiencia recomendable leerlos hoy día para darse cuenta de lo sorprendentemente actuales que resultan. Pero hubo más, mucho más, que la falta de espacio no nos permite detallar. Cajal dictó las leyes referentes a la morfología y al dinamismo de las células nerviosas que englobó bajo el título de “Leyes de ahorro de espacio, de tiempo y de materia conductriz”. Y también descubrió y enunció el “Principio de Divergencia”, – principio de “Avalancha de Conducción” lo llamó el -, mediante el cual una sola célula nerviosa puede activar o inhibir a una población de neuronas que entran en contacto con la primera. Igualmente teorizó acerca de las bases anatómicas de la visión binocular, la percepción del relieve y la visión estereoscópica, por no citar sus decisivas contribuciones al conocimiento de la neuroglia. Un considerable número de los trabajos hasta ahora aludidos aparecieron publicados en la revista que refundó el propio Cajal, esta vez en Madrid, en 1896, y que sufrió diversos cambios de nombre. Inicialmente se llamó Revista Trimestral Micrográfica, pero cinco años más tarde, al asumir la propia Universidad la responsabilidad de su edición, cambió su nombre por el de Trabajos del Laboratorio de Investigaciones Biológicas de la Universidad de Madrid. A partir de 1901, y hasta 1937, la revista se publicó en francés bajo el título de Travaux du Laboratoire de Recherches Biologiques de l´Université de Madrid. Terminada la guerra, y hasta el año 1979, se produjo un nuevo cambio de nombre al recuperar la revista su idioma inicial, pasando a denominarse Trabajos del Instituto Cajal de Investigaciones Biológicas. Todavía se produjo un último cambio, en 1980, momento en que la revista pasó a llamarse Trabajos del Instituto Cajal. Finalmente, en 1987, el Instituto Cajal perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, decidió suprimir la revista, esa revista que con tanto esfuerzo y cariño había fundado don Santiago casi cien años atrás. Gran parte del éxito de las publicaciones de Cajal se fraguó por su extraordinaria capacidad para sintetizar las observaciones en esquemas perfectamente organizados y por las dotes artísticas con las que presentaba sus dibujos. ¿Cómo extraía Cajal la información de las imágenes del microscopio, transformándolas en las ilustraciones que aparecen con impresionante claridad en sus trabajos? Aunque sorprenda la afirmación, Cajal era capaz de plasmar directamente sus observaciones del microscopio en el papel a mano alzada. Además el espesor de las secciones necesario para acomodar, por ejemplo, la mayor parte de una neurona y sus apéndices con la técnica de Golgi es considerable y el caso de Cajal no es una excepción, aproximándose a las 100 m en los que se han medido. En esas condiciones tan solo una pequeña parte de una célula nerviosa se puede enfocar en un determinado momento por lo que el examen requiere un continuo movimiento del ajuste fino del microscopio. Cualquiera que haya intentado dibujar a altos aumentos una tinción de Golgi, incluso con las ventajas ópticas actuales, de las que no pudo disponer Cajal, sabe lo difícil que resulta obtener una impresión completa de una neurona y sus relaciones con otras vecinas si no se hace uso de una cámara lúcida o de algún otro dispositivo de representación. Cajal conocía a la perfección estos artilugios como podemos comprobar por la detallada descripción que hace de ellos y su modo de operación desde 1889 en los capítulos introductorios de las sucesivas ediciones de su obra Manual de Histología Normal y Técnica Micrográfica, pero en muy contadas ocasiones, – como en el trabajo de La Cellule de 1891 “Sur la structure de l´corce cerebrale de quelques mammiferes” -, reconoce haberlos utilizado. En la mayoría de las ocasiones, por sorprendente que parezca, Cajal dibujaba a mano alzada. Y otro ejemplo de genialidad, diferente de los que acabamos de relatar, lo tenemos en las aportaciones que hizo Cajal al desarrollo de la fotografía. Durante su infancia se topó con varios especialistas en daguerrotipia, pero lo que le produjo un extraordinario asombro fue conocer directamente, hacia 1868, la técnica del colodión húmedo. Fue así como Cajal tomó contacto con la fotografía, que sería no sólo una de sus aficiones favoritas, sino también un instrumento de trabajo que dominó, desarrolló y sobre todo, perfeccionó. Durante la primera década del siglo XX Cajal publicó una serie de artículos técnicos sobre fotografía que aparecieron en revistas como La Fotografía, La Revista de la Real Academia de Ciencias y los Anales de la Sociedad Española de Física y Química, que culminaron con un libro publicado en 1912 sobre La fotografía de los colores en el que se nos muestra como un físico investigador de primer orden y nos desvela los secretos de una técnica de la que fue pionero en España. Sus últimas publicaciones relacionadas con el tema estuvieron consagradas a problemas de microfotografía, especialmente a la microfotografía estereoscópica del tejido nervioso, que permitía observar células nerviosas en tres dimensiones. Resulta igualmente obligado comentar brevemente la obra literaria de Cajal, obra que obviamente quedó eclipsada por la trascendencia de su aportación como científico, al igual que lo fueron otras muchas facetas entrañablemente humanas de un Cajal polifacético. La obra literaria de Cajal, que abarcó desde la narrativa hasta el ensayo es una fuente inigualable para conocer a su autor en distintas etapas de su vida. Su inicio podemos fijarlo en 1885 con la publicación de los Cuentos de vacaciones, una colección de relatos calificadas por Cajal de narraciones pseudocientíficas y que constituyen un precedente de lo que hoy conocemos como género de ciencia ficción. Posteriormente llegaron cuatro libros en los que dejó reflejado una buena parte de su pensamiento y sus experiencias vitales. El primero al que aludo es Recuerdos de mi vida. Fue un libro al que Cajal tuvo en gran estima y que escribió pensando en la juventud, a quien realmente iba dirigido, con la finalidad de contarles los avatares de su vida, pero siempre desde una óptica positiva llena de entusiasmo. Es una lección de optimismo ante las adversidades y un llamamiento a la tenacidad y perseverancia en el trabajo. El libro resulta fundamental por lo que nos enseña de los sinsabores por los que tuvo que pasar Cajal hasta llegar a su condición de maestro, pero también es una lección en el terreno de la ética. Sorprende la sencillez con la que relata sus periodos de aprendizaje y el reconocimiento y gratitud que muestra para todos aquellos que contribuyeron a su formación. Y también en esta obra es posible apreciar la grandeza del perdonar. Cajal no menciona a muchos de los contemporáneos que se opusieron a su quehacer y en los pocos casos en que lo hace utiliza un estilo tan elegante que más bien parece que trata de alabar al opositor más que denostarlo. Otro libro imprescindible, obra clave en la historia de la pedagogía, es Reglas y consejos sobre investigación biológica (Los tónicos de la voluntad). La génesis de esta obra hay que buscarla en el discurso de ingreso de Cajal en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales que tuvo lugar en la sesión del 5 de diciembre de 1897, llevando por título: Fundamentos racionales y condiciones técnicas de la investigación biológica. Su discurso, es el generoso presente del hombre excepcional a la medianía humana, para alentarla en sus afanes de conocer, para ofrecerles el ejemplo de que el saber no es un monopolio sino el fruto del esfuerzo, del trabajo y la vocación. El interés de lo escrito por don Santiago para tan solemne ocasión hizo que el doctor Lluria lo reimprimiera a su costa pocos meses después. Al transformarse la conferencia en libro, Cajal introdujo ciertos retoques de estilo a la vez que daba mayor extensión a la obra. La tercera obra literaria de Cajal a la que quiero referirme apareció en una edición príncipe en 1920 con el título de Chácharas de café, que cambió al de Charlas de café en la edición de 1921. El propio Cajal definía como colección de fantasías y divagaciones sin la pretensión de sentar doctrina. En ella encontramos toda una serie de pensamientos, proverbios y sentencias filosóficas sobre temas tan diversos como la amistad, el amor, la moral, la mujer, la política y otros que, además de ayudarnos a conocer la personalidad de su autor nos ilustran sobre las características de la época. Una época en la que efectivamente las tertulias de café estaban en boga y contaban con Cajal entre sus asiduos. Cualquiera de los libros mencionados anteriormente, pero mejor los tres juntos, nos revelan una imagen del carácter y personalidad de Cajal, cuyos rasgos más salientes son una modestia sincera en la valoración de su esfuerzo y de su inteligencia, y una exaltación de su voluntad de crear ciencia en aras de un sincero patriotismo. Queda una cuarta obra literaria. En los últimos años la salud de Cajal comenzó a deteriorarse. Sus visitas al laboratorio se fueron espaciando hasta desaparecer totalmente, aunque don Santiago seguía siendo un símbolo y un ejemplo para todos. Fue en estos meses postreros cuando publicó su última aportación literaria El mundo visto a los 80 años, a la que añadió el apóstrofe de Memorias de un arteriosclerótico. Es la visión de la vida de un hombre que, conservando la plenitud de sus facultades mentales, asiste a la imparable realidad del agotamiento físico. Ello no es óbice para que comprobemos que está escrito con plena lucidez y cómo a pesar de su decadencia física todavía posee un poderoso cerebro del que brotan los pensamientos con igual pujanza y vigor que en los años juveniles. La heterogeneidad de la obra no impide que encontremos magníficos puntos de reflexión sobre diversos temas que van desde el patriotismo al arte, pasando por el desastre colonial o la moda, por citar algunos de ellos. Es una magnífica oportunidad no sólo para conocer el pensamiento del autor sino para tener una visión del panorama socio cultural de una época de la reciente historia de España. Terminó de escribirlo en mayo de 1934 y apareció publicado pocos días después de su muerte. Don Santiago también trabajo en obras de carácter científico durante aquellos últimos meses de su vida. Así concluyó en 1933 su libro ¿Neuronismo o reticularismo?, que es su última defensa de la teoría neuronal, y que aparecería publicado casi coincidiendo con su fallecimiento. Llegado el momento los políticos repararon en él y solicitaron su consejo respecto a la anhelada regeneración. Sin interrumpir los trabajos de investigación intervino entonces decididamente en la vida pública del país y se aplicó a realizar la idea a la que ha dedicado su vida: servir a su patria. Cajal señaló algunas reformas necesarias en el orden cultural, entre las que priorizaba el sacar a la Universidad de su letargo mediante la incorporación de eminentes profesores extranjeros; el becado en los grandes centros científicos de Europa de los jóvenes más brillantes; la creación de grandes Colegios adscritos a Universidades o la fundación de Centros de alta investigación donde trabajasen las personas más capacitadas. De dicho programa tuvo inmediata acogida el envío al extranjero de los jóvenes mejor preparados para la investigación científica. Se creo para ello una institución rectora: la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, organizada por José Castillejo y presidida y amparada por Cajal que constituyó un paso decisivo en el progreso científico de España, en donde se creó un auténtico espíritu decidido a recuperar el tiempo perdido y un entusiasmo por todo aquello que significase progreso cultural.Es cierto que tras el reconocimiento internacional, su querida patria también trató de facilitar su propio trabajo. La reina Maria Cristina se ocupó personalmente de que Cajal dispusiera en Madrid de un adecuado laboratorio oficial mientras las Cortes, a propuesta de Francisco Silvela, autorizó la creación del Laboratorio de Investigaciones Biológicas, que durante treinta y dos años estuvo enclavado en el viejo edificio del Museo Antropológico del Doctor Velasco, en la madrileña glorieta de Atocha. Consecuencia de este último hecho fue la aparición de la escuela histológica, acontecimiento insólito en nuestro país, en el que un exagerado individualismo ha impedido que muchos de nuestros grandes hombres hayan tenido seguidores. La escuela neurológica española se inició con los albores del siglo, en 1902, siendo su característica fundamental la libertad intelectual. Cajal se preocupó de fomentar la iniciativa individual y la independencia de juicio entre sus discípulos, manteniendo siempre un absoluto respeto sobre la paternidad de los descubrimientos. Y también, eso sí, luchó por inculcar la idea de que la gloria no debe cifrarse en la vana exhibición personal sino en la perennidad de la obra realizada. Y a ésta, sólo se llega con trabajo, confianza en el propio talento y honestidad. Obviando la falta de antecedentes y la ausencia de ambiente propicio, Cajal demostró que en España era posible hacer ciencia si se creaban las circunstancias adecuadas para ello. España estaba atrasada pero no decadente. El maestro había dado pues, una lección impagable a su patria, al demostrar, con su propio ejemplo, que la educación, la auto educación, son capaces de crear lo más importante para la gran ciencia que es la voluntad de hacerla. Gracias a su demostración de que los españoles éramos capaces de hacer ciencia original de calidad, el maestro tuvo al menos la satisfacción de ver durante el último tercio de su vida cómo se fraguaba en España el renacimiento cultural por el que tanto había luchado. Y también pudo comprobar cómo sus discípulos, Achúcarro, Tello, Lafora, Castro, Lorente de Nó, Rio-Hortega, Sánchez, “la escuela Cajal” en definitiva, creaba ciencia de primer nivel y alcanzaban reconocimiento internacional. Los acontecimientos iniciados en 1936 se encargaron de arrasar, entre otros logros, la escuela histológica española, que vio como muchos de sus integrantes tuvieron que abandonar España y los que no lo hicieron quedaron marginados sin posibilidad de continuar su labor. Por desgracia para nosotros, esa moral intelectual, que no sólo con Cajal, sino con muchos otros, había ya arraigado en España, fue históricamente eclipsada por muchos años. Y ya no se tuvo aprecio por lo que aquellas generaciones mejores habían logrado a fuerza de indecible sacrificio. Santiago Ramón y Cajal se encuentra en ese selecto grupo humano al que solo se llega cuando la naturaleza y el trabajo dotan al hombre de la condición de genial. Cajal es un genio, en el doble sentido de la inspiración y del esfuerzo. Su obra nació de la inteligencia y encontró en la voluntad a la mejor de sus aliadas y en ella, en su obra, debemos recordar siempre dos aspectos esenciales. El primero es su labor personal de investigación, sus descubrimientos, lo que le condujo a la fama como hombre de ciencia. El otro, su actividad como organizador del renacimiento cultural de su patria. |
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