Buscar una edad dorada o de plata, por semejanza a como se denomina la literatura española entre 1898 y 1936, en la enseñanza de cualquier materia no es tarea fácil y en particular si nos centramos en las disciplinas científicas.
No comparto la idea de que cualquier tiempo fuera mejor; los tiempos son como paradigmas inconmensurables, gracias Feyerabend, y cualquier intento de comparar los sistemas educativos de diferentes “tiempos” fracasará si no entendemos el contexto histórico y social en que se sitúan. Sólo podemos aspirar a comprenderlos y quizás a extraer algunas conclusiones que nos ayuden a no tener errores similares, siempre que realicemos la adecuada aproximación al contexto histórico y social pasado y presente. Como tal tarea es ardua y los cambios educativos son una demanda continua, el resultado actual es, a mi subjetivo parecer, que todo no fue mejor en otros tiempos, ni que todo es posible de empeorar en el futuro, según la expresión de una ley científica “no formal” bien conocida por todos los que desayunan tostadas con mantequilla y además se dedican a revisar la legislación educativa, bien por obligación o devoción. Antes bien, el repaso de nuestra historia educativa nos lleva a recordar, salvo en algunas excepciones, la idea clásica de “no hay nada nuevo bajo el firmamento”.
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